Por Francisco Valenzuela
“En los 80 todo era muy bueno, pero después llegó Kurt Cobain y lo echó a perder”, le dice El Carnero (Mickey Rourke) a una bailarina exótica. Hablamos de El Luchador, película de Darren Aronofsky en la que un gladiador retirado se resiste a dejar el mundillo de los costalazos, del que fue una súper estrella ochentera.
Y es que, como dirían los clásicos, un día como hoy pero de 1967 nació Kurt Donald Cobain, quien a la postre se convertiría en más que el líder de Nirvana, pues sus letras y actitud ante la vida lo catapultaron como un anti-héroe de una generación que tuvo a la X como tatuaje de perdición, última pandilla del siglo XX arropada por embajadores del grunge como Pearl Jam, Soundgarden, Hole, Alice In Chains, Stone Temple Pilots, Lemonheads, Sebadoh y Afghan Whigs.
El diálogo de la mencionada película lo dice prácticamente todo, pues los 90 significaron el resurgimiento del rock que había sido opacado por otros géneros, principalmente por el pop de Michael Jackson, o bien, había caído en la ridícula autoparodia de bandas glam como Poison y Mötley Crüe.
Desde Seattle llegaba un rubio desaliñado y bipolar cuyas letras eran pura explosión de lamentos. Esa ciudad también era voluble: por un lado gozaba de prosperidad económica, pero sus jóvenes desechaban el sueño americano y adoptaban la moda de pantalones sucios, camisas viejas a cuadros y sobre todo aprovechaban la facilidad para conseguir la droga más adictiva: una heroína que llegaba desde Asia a precios bastante aceptables.
Encumbrado en el éxito y casado con una Courtney Love que ahora todos odiamos, el veinteañero se fue obsesionando con la idea del revólver que terminara con todo. Se cansó de decir que idolatraba a Sonic Youth, pero no soportó que el mundo sólo se rindiera a los pies de Nirvana. Llevó a tales niveles al grunge, que éste lo acompañó a la tumba, dejando a sus demás exponentes como viles zombies putrefactos.
Después de su suicidio se han escrito cientos de reportajes, publicado varios libros y filmado algunas películas. La más destacada, sin duda, es The Last Days (Gus Van Sant) en las que la música desaparece para dar paso a la nublada mente de un joven confundido y tirado al desasosiego.
En este 2013 Kurt Cobain habría cumplido 46 años. Suponer qué sería de su vida me resulta ocioso. Los rockeros deben vivir como él: poco tiempo, dejar huella tras acelerar hasta lo prohibido, sembrar fuego y cosechar admiración y odio, tal como lo resumió un fax enviado por los anti Napster de Metallica: “Han dado en el clavo, Nevermind es el mejor disco del año. Nos vemos pronto. PD. Lars Ulrich los odia”.