Adelantándose apenas unos días a su presentación en la 59 Muestra Internacional de Cine, llegó a la cartelera 45 años (45 years, 2015), tercer largometraje que dirige el cineasta y productor inglés Andrew Haigh.
La película venía generando interés desde su estreno el año pasado en el Festival de Cine de Berlín, en donde sus veteranos protagonistas se alzaron con los reconocimientos a mejor actor y mejor actriz del certamen. En el momento en que se escriben estas líneas, la cinta compite por el Oscar en la categoría de mejor actriz para Charlotte Rampling, todo un logro para una película de corte independiente y escasamente promocionada.
El poeta y novelista inglés David Constantine es el autor del relato In another country, publicado en una colección de historias cortas que aún no se edita en español. El texto atrajo la atención del director Andrew Haigh, quien le propuso al propio Constantine elaborar de manera conjunta el guion para realizar la adaptación cinematográfica.
En poco más de noventa minutos la cinta nos presenta al matrimonio Mercer, conformado por Kate y Geoff. Ambos frisan los setenta años, no tienen hijos y se encuentran haciendo los preparativos para celebrar su cuadragésimo quinto aniversario de bodas. A unos días de la fiesta, la tranquilidad de la pareja se ve trastocada por la llegada de una carta que anuncia el descubrimiento del cadáver de una chica en los Alpes suizos. A partir de ese momento, el recelo y la incertidumbre golpearán como un mazo la estabilidad de una pareja que nunca volverá a ser la misma.
Una lectura superficial sugiere destellos de la novela de Virginia Woolf, La señora Dalloway: una mujer madura que ultima los detalles de una fiesta mientras en su interior se está desmoronando. Pero al poco tiempo, nos damos cuenta de que 45 años se enfoca más bien en la complejidad de las relaciones de pareja, en la dificultad de expresar ideas o sentimientos que resquebrajen los vínculos afectivos. En este sentido, la aparición de un fantasma del pasado (un antiguo amor del esposo), hace tambalear la relación, como si la muerta solo hubiera estado esperando el momento justo para hacer daño: en él provoca ensimismamiento y en ella el recelo, el cuestionamiento de casi cincuenta años de vida en común.
Haigh expande con ciertas dificultades un relato compacto y preciso (tal como lo define el propio cineasta) hasta poco más de una hora y media de metraje. Para solventar la cuestión, el cineasta utiliza silencios, se apoya en un par de números musicales y por supuesto en el gran desempeño de la pareja de actores conformada por Tom Courtenay, así como de Charlotte Rampling, a partir de cuyo personaje se cuenta la historia.
La película se muestra desde un inicio como un drama contenido, sin aspavientos y conforme avanza el relato intenta mantener esa premisa. Evita las revelaciones abruptas y traumáticas, para concentrarse en las emociones reprimidas, los celos retrospectivos y el cuestionamiento de las decisiones tomadas en el pasado. La sobriedad y la sutileza del filme contrastan con la grandilocuencia de las habituales nominadas al Oscar, lo que la convierte en automático en una de las opciones más interesantes de la premiación.