ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Por Omar Arriaga
Hay una escena de la película Boda polaca (2000) que, sin duda, llama fuertemente la atención: aquélla en la que la esposa sale de casa y el perro se queda esperándola, mirando a la calle desde la ventana del segundo piso.
Escena que, más tarde, se repetirá a lo largo del film y que, cuando la esposa haya dejado por otro hombre al hombre que interpreta Gabriel Byrne, se verá repetida con una variante: ahora el esposo esperará junto al perro, mirando a la calle desde la ventana del segundo piso, su regreso imposible.
Algo sublime y nostálgico en la espera de los perros y en la espera de quienes aman inexorablemente a alguien que no regresará, adquiere consistencia en la mente: se trata de un gesto de fidelidad a toda prueba que, en el caso de los canes, va incluso más allá de la muerte, y que, en el caso de quienes aman sin esperanza, es capaz de llevarlos a ella.
Basada en una historia real, en un hecho ocurrido en Japón por los años veinte, el Japón que ahora sufre la destrucción del mundo como era conocido por ellos y que ni por eso lloran, el argumento de Siempre a tu lado (2009), película que protagoniza Richard Gere, es el de un hombre que un día se encuentra un perro abandonado en una estación de trenes y decide adoptarlo.
Todos los días, sin que se le haya enseñado, Hachik? lo acompaña hasta la estación, vuelve a casa y regresa a la hora en que él arribará del trabajo. Empero, una tarde, luego de sufrir un paro cardíaco en la escuela en que impartía una cátedra de música, el hombre no regresará más, lo que no impedirá que su perro le espere noche y día durante más de nueve años hasta el instante de su propia muerte.
Mi abuelo, originario de Pichátaro, un pueblo cerca de Nahuatzen, me contaba que a los trece, cuando se escapó de la casa de su padre porque éste se había casado con otra mujer a la muerte de su madre, tenía siete perros y que cuando volvió de visita un par de años después, recién matriculado en la escuela, le habían referido que todos habían muerto “de tristeza”, negándose a comer.
Es bien sabido que en las primeras batallas Alejandro Magno se hacía acompañar por su perro Peritas que le cuidaba y que incluso dio la vida por él, ante lo que Alejandro, el rey del imperio más grande que el mundo haya visto, lloró como una colegiada sin consuelo a la que no le baja la regla.
Se dice que Alejandro Magno siempre lloraba de todo, pero el hecho de llorar por su perro me parece altamente justificado, si no, pregúntenle a Luis Manuel Paz con su perro Ramón (por cierto, el que le dice que su texto está muy bien en los comentarios soy yo; se me hizo raro que Luis me preguntara eso cuando su perro acababa de morir, pero el texto me pareció muy bueno y se lo dije[1]).
A últimas fechas, cuando voy al billar, la chica que atiende la barra aprovecha su soledad matutina y se pone a ver por la ventana durante todo el rato que dura el juego: su gesto me recuerda el de un perro que está esperando a que alguien regrese; su gesto me recuerda las palabras de Gaston Bachelard, “para la mente, un muerto es sólo alguien que está ausente”; su gesto me recuerda que cuando alguien muere o se va para nunca más volver, aquél que lo extraña y le necesita siente su presencia en todas las cosas que le rodean casi como si de un momento a otro fuera a reaparecer…
Bubolina, el personaje de Zorba el griego (1964) podría ser la encarnación del que ama sin esperanza, así como la mujer del muelle de San Blas en Nayarit que tan célebre hizo la canción homónima del grupo jalisciense Maná. Los griegos lo ponían en los siguientes términos: Elpís, la esperanza o la simple espera, sin que los modernos sepan cómo traducir el nombre de ese don que se quedó dentro de la caja de Pandora cuando ésta fue abierta, trayendo todas las desgracias al mundo. Elpís, ¿es esperanza para el que ama o es una simple espera que no sirve? El personaje de Boda polaca responde cuando le preguntan que por qué sigue esperando al borde de la ventana como su propio perro: “¿acaso no esperamos todos como perros?”.
[1] Residuo tóxico: ¡vete al diablo!, primero investiga.