En el 2018 concluyó uno de los proyectos más ambiciosos de Peter Jackson: el documental They shall not grow old (Jamás llegarán a viejos). Ambicioso no por la gran producción -que sí la tuvo-, sino por un rigor histórico que a su vez le obligaba a contar una historia tan humana dentro de los terribles recuerdos de la guerra.
Utilizando pietaje y archivos sonoros de la BBC y el Museo Imperial de Guerra, así como ciento de entrevistas a veteranos de la Primera Guerra Mundial, Peter Jackson dedica este monumental trabajo en el que se colorearon a mano/digitalmente alrededor de 6 mil segundos de material de archivo, así como la construcción sonora del mismo, a su propio abuelo, el soldado William Jackson. En 1917 la respuesta de Sam Mendes es un trabajo igual de titánico y el origen de la historia es un motivo igual de personal que el de Peter Jackson. Mendes es nieto de un veterano de la Primera Guerra Mundial (Alfred H. Mendes), quien le contó varias historias al chico Sam, para después recopilarlas y construir (co-escrita con Krysty Wilson-Cairns) esta película.
Lo que el director logra, con un ejército fílmico, es lo que en una primera lectura sería una inmersión hacia la guerra. No es el primero, ni será el único que lo hace. Mendes tampoco es el ganador de un maratón de películas hechas en planosecuencias (largas tomas sin corte), pero sí encuentra en el planosecuencia una forma de contar como su origen marca: empatía, acompañamiento, cercanía, viscosidad. La guerra no vista desde un cuarto de guerra, sino de la forma cuasi poética a la que llegaron Kubrick y Malick, a la manera tan entrañable con la que comenzó su carrera Andrei Tarkovski, a forma épica que retrató también planosecuencialmente Joe Wright. Sam Mendes, insisto, no es el primero ni el último.
Por eso sabe hacer homenajes y también contar su personal historia, el diálogo del niño que escucha los relatos de su abuelo y que se guardó celosamente para contarlas a su manera, una vez que ha logrado conquistar el mundo. En esta película de guerra no son necesarias las explosiones a lo Spielberg; se busca (aunque no profundiza) una ligera crudeza a lo Elem Klímov (Ven y mira, 1985). El relato no busca ser un homenaje amistoso, como Jean Renoir lo hizo en La Gran Ilusión (1937), pues aquí no existe un código de caballería. Para Mendes el resumen es: los alemanes son traicioneros y arrasan con todo.
Así, Mendes termina lo que Jackson inició. El primero hizo un paseíllo de sonidos reales, pero recreados. Nos enseñó cómo se escuchaba vivir en la Primera Guerra. Nos mostró el día a día, cómo la juventud europea que se había formado una idea idílica de las batallas, terminó por desplazar la ilusión de una generación. Jackson propuso meditar sobre la inmundicia y la hermandad, lo inútil de la guerra, la condición de pelear hasta llegar a perder el sentido del tiempo y tal vez de la razón.
Mendes, haciendo casi una apología de la guerra, responde primero con la recreación minuciosa, el ejercicio estilístico de recorrer una trinchera. Sin embargo, una vez reconstruído, Mendes prefiere hablar del movimiento y el compañerismo, la necesaria brotherhood entre los soldados para sobrevivir. Mendes echa a andar a los soldados y los hace atravesar una parte del norte de Francia como si fueran dos Ivanes[1] o como si fueran Flyora y Glasha de Ven y mira.
A pesar de utilizar grandilocuencias en momentos de forma innecesaria e incluso ridícula, como la caída al río o la consecuencia del avión alemán, a pesar de que la acción invade al drama para generar más audiencia, e incluso a pesar de la reciente carrera jamesbondesca de su director, 1917 sale avante de su propia condición, que es ser una película de cien millones de dólares. Así, ser nominada a la mejor película en los premios Oscar tal vez sea lo mejor y peor que pudo sucederle. Podría no tener la misma oportunidad de alcance con el público de no haber sido nominada, pero tampoco debería importar mucho que ganara el premio a la mejor película, pues su logro cinematográfico ya es indiscutible.
[1] En referencia a La infancia de Iván, primer filme de Andrei Tarkovski.
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