Probablemente una de las películas más esperadas en la edición número 22 del Tour de Cine Francés es el drama Cara de ángel (Gueule d’ange, 2018), ópera prima de la directora Vanessa Filho, la cual se estrenó hace algunos meses en la prestigiada sección Un certain regard del Festival de Cannes. La película, que ya tuvo un paso discreto por la cartelera francesa, fue recibida con frialdad por la prensa gala, aunque eso no ha sido impedimento para incluirla en la selección de la variopinta muestra itinerante.
La película inicia en la boda Marlène, una mujer frívola e impulsiva, quien ya con unas copas encima, celebra sin pudor la quinta vez que pisa el altar. Pero Marlène es experta en arruinarlo todo y hacia el final de la noche termina sin pareja, camino a su pequeño departamento frente al mar en compañía de su pequeña hija de ocho años, Elli (a quien llama “Cara de ángel). Al día siguiente, inicia un enésimo intento por enderezar su vida: se deshace de sus bebidas alcohólicas en el fregadero e incluso se para frente a la oficina de empleos de su ciudad. Pero la costumbre es más fuerte que sus deseos de cambiar y termina marchándose con un tipo después de una noche de antro, dejando a la pequeña Elli a su suerte.
El tema de la maternidad fallida ha sido llevada varias veces a la pantalla, un tópico que suele acercarse peligrosamente al melodrama vulgar. En este caso, la historia se cuenta en dos etapas distintas. Una primera, más breve, en donde la madre expone su incapacidad para hacerse cargo de su hija. En un segundo momento, vemos la historia desde el punto de vista de Elli, quien aprenderá a reconocer los fallos en su crianza y las mentiras su progenitora.
La falta de amor y la inseguridad se traduce en una insana dependencia afectiva. Marlène obliga a Elli a mentir ante los servicios sociales para que no le retiren la custodia, pero no tiene empacho en abandonarla durante semanas. Sin nada a que aferrarse, la niña de ocho años comienza bebiendo los sobrantes de las bebidas en las fiestas e imitando el perturbado comportamiento de su madre.
Quizás el principal problema en el planteamiento de la directora y guionista francesa es la aparición y el comportamiento del personaje masculino. Un joven atormentado por su pasado, con un empleo mediocre y un pasatiempo por demás inusual. Si bien ofrece un contrapunto importante frente a la inestabilidad de las protagonistas femeninas, parece obrar muy sospechosamente, solo en función de lo que se requiere y no como un ente independiente que aporte por sí mismo algo a la historia.
Pero el filme funciona, en términos generales, como ejercicio dramático, si bien resiente por momentos cierto ánimo manipulador. Pero la dupla compuesta por la experimentada Marion Cotillard, toda enfundada en ceñidos minivestidos y maquillaje escandaloso así como por la joven debutante Ayline Akson-Etaix, como una chica solitaria y precoz, puede indudablemente, cautivar al espectador dispuesto a dejarse llevar por este peculiar recuento de los sentimientos que unen o fracturan esta compleja relación entre madre e hija. Una apuesta interesante, sin duda, un tanto más densa de lo que habitualmente ofrece el Tour.