A lo largo de las 26 ediciones del Tour de Cine Francés (TCF) hemos encontrado películas biográficas de grandes personajes de la moda francesa. Por ejemplo, Coco Chanel fue interpretada en dos ocasiones, primero por Audrey Tautou y después por Anna Mouglais, poco después fuimos testigos de la tormentosa relación de Yves Saint Laurent y Pierre Bergé en el documental Un amor loco (L’amour fou, 2010). Y aunque no es precisamente una película sobre Christian Dior, Alta costura (Haute couture, 2021), se inscribe en esta tradición por sus evidentes referencias al famoso diseñador galo.
Sylvie Ohayon tuvo una entrada peculiar en el mundo del cine. Graduada en literatura y con experiencia en la publicidad, publicó su primera novela en 2011, Papa was not a Rolling Stone, que gozó de altas ventas y que ella misma adaptó para el cine con ayuda de su amiga Sylvie Verheyde. Desde entonces ha publicado cinco novelas más y recién ahora presenta su segundo largometraje, con un guion que firman nuevamente ambas mujeres.
Esther (Nathalie Baye) es una costurera de la casa Dior que está a punto de jubilarse. Una mañana camino al trabajo le arrebatan su bolso en el metro. La ladrona es Jade (Lyna Khoudri), una joven de los suburbios que no tiene nada claro en su vida. Este encuentro fortuito y la posterior devolución del bolso, establecen una relación entre ellas. Esther decide darle una oportunidad a Jade, como aprendiz en el famoso taller de moda.
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La relación que se teje entre ambas va más allá de la que pueda establecer una maestra con su alumna, ya que las dos han perdido la comunicación con un ser querido. Esther vive inmersa en el trabajo y ha cortado todo contacto con su hija, mientras que Jade, una joven impulsiva y ansiosa de darle sentido a su vida, vive con una madre manipuladora y depresiva. La sólida construcción de estos personajes tiene un matiz autobiográfico: el distanciamiento que vivía en ese momento la cineasta con su hija adolescente, a quien por cierto, va dedicada la película.
La casa de moda funge como un tercer personaje. La marca Dior, que no puso ningún reparo para ser representada en la película, no solo se hace presente en las batas de las modistas y en el perfume que diariamente se rocía en el taller. También lo hace en los tonos claros de las telas, en la tesitura que se intuye cuando las manos rozan la seda y en ese ambiente de magnificencia palaciega.
Entre encuentros, desencuentros y reconciliaciones, las protagonistas chocan y se hacen cumplidos. Van y vienen del taller de alta costura a los conjuntos habitacionales del norte parisino, mostrando en el camino su correspondiente dosis de diversidad. En los atestados edificios conviven cristianos fanáticos como la madre de la joven, con musulmanes relajados y amables, un deseo hasta ahora inalcanzable de integración. Pero nada es imposible para Jade, que responde a un acusador “¿ahora eres francesa?”, con un “Francia somos todos”.
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Alta costura apela a la reconciliación, a la reconstrucción de las relaciones entre madres e hijas y a la solidaridad entre mujeres. Es también un homenaje a la mayor artesanía francesa, la moda. Una actividad que va más allá del trabajo, de cobrar el cheque y volver a casa. Es la voluntariosa adquisición de un oficio, la capacidad de saber “hacer algo”, para algún día llegar triunfar, no económicamente, sino como persona.