No vi a la Revista Revés nacer como tal hace ya 10 años (en la vida de un humano), puesto que hace una década yo era apenas un quinceañero baboso y aún estaba, si mis cálculos son correctos, en mi último año de secundaria. Mi acercamiento a Revés vino tiempo después, cuando yo ya empezaba a cultivar de manera más directa mis inquietudes (entre otras cosas, había dejado la preparatoria militarizada Melchor Ocampo en mi primer año para irme al Conservatorio, donde estuve ahí un par de ciclos).
Siendo sincero, mi memoria me falla bastante (y no sé muy bien por qué) cuando intento recordar muchas de las cosas que viví en Morelia (ahora ya, desde hace cuatro años, me encuentro residiendo en Madrid, España), así que no consigo precisar con exactitud cómo y por qué conocí a Francisco Valenzuela, editor de la Revista Revés. Probablemente fue en la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo porque mis mejores amigos terminaron estudiando esa carrera. Seguramente el puente entre Francisco Valenzuela y yo fue Lluvia, una amiga en común y colaboradora también de Revés.
Rememoro con mejor acierto aquellos días que visitaba regularmente el ya desaparecido bar Mukai con mis amigos. Ahí, de manera natural, conocí a gran parte del mundillo cultural-alternativo de Morelia, siendo yo todavía un chamaco papanatas de nulas habilidades sociales (aspecto que sigo padeciendo hoy). En el Mukai me encontré, entre otros, con Salvador Munguía (pluma importante de Revés), a quien yo ya conocía de voz porque ya había escuchado con anterioridad su programa sabatino “Los Clásicos del Rock”. De hecho, cual batalla entre beatlenianos y stonianos, en Morelia nos dividíamos entre dos bandos que escuchaban radio los sábados: los que sintonizaban “Los Clásicos del Rock” y los que lo hacían con “Los años maravillosos”. Fue en ese bar donde compartimos nuestras primeras conversaciones y luego también en muchos otros lugares, sobre todo ahí donde se pudiese beber sin moderación a un precio razonable.
Lo que sí recuerdo intensamente son los guateques que organizaban porque eran las mejores fiestas que se han vivido en Morelia en años. En una de ellas conversé con Amandititita, ya que la habían invitado a tocar (fue justo antes de que se volviera famosa por su single “Metrosexual”). En esa misma fiesta, el escritor Guillermo Fadanelli nos invitó a mí y a otros pocos privilegiados a beber de su misma botella de whisky. En otra, donde tocaba una banda de surf de la que no recuerdo su nombre pero que levantaron estupendamente los ánimos de los congregados aquella noche, ligué, ¡yo!, que todavía hoy no sé cómo se hace eso y que ni lo entiendo. Etcétera.
En una ciudad tan académica y puritana como Morelia, se agradecía bastante que hubiera quien le diera un punto de desparpajo e hijoputismo a la escena under de la ciudad. En ese sentido, yo creo que muchos morelianos les debemos muy buenos momentos a los responsables de Revés.
Aunque yo no sea un colaborador tan habitual (la productividad nunca ha sido mi fuerte), sí considero que cada vez que me lo han pedido he dado la cara para poner mi granito de arena a la publicación. Y no sólo eso, siento un auténtico e indestructible vínculo sentimental con Revés y con algunos de sus colaboradores por todo lo que hemos compartido, aunque a mí me sabe a muy poco todavía ya que la jodida distancia limita la convivencia.
Tanto como Valenzuela y Munguía me han echado alguna mano en uno u otro aspecto. Por ejemplo: En el 2008 publiqué mi primera y hasta el momento única novela, un pequeño librito que ahora me avergüenza considerablemente porque siento que está escrito con muchísima inmadurez e insolente gallardía. En Revés (cuando todavía salía en su formato de papel) se adelantó, como una especie de primicia, el primer capítulo de la novela y meses más tarde Francisco Valenzuela me hizo una entrevista que publicaría en el diario Provincia, donde él trabajaba entonces. Fue una charla muy divertida y la sesión de fotos la hicimos en la taberna “El Juguete” (no sé si siga existiendo), un sitio de mala muerte que olía a meados, pero que nos pareció el lugar ideal para una entrevista como aquella.
Hace pocos meses cuando me encontraba de visita en Morelia, Salvador Munguía me invitó a su programa de radio y a pinchar, por primera vez en mi ciudad natal, parte de mi colección de música en el bar Limbo del Boulevard. Fueron dos noches divertidas e inolvidables por diferentes motivos.
Les estoy muy agradecido por esto y por otras cosas, pero a la vez sé que las ideas y los proyectos seguirán fluyendo porque todavía, creo, nos queda mucha guerra por dar.
A veces me lamento que no haya sido más avispado antes para haber aprovechado aún mejor la plataforma que ofrecía Revés y haberme involucrado de manera mucho más directa con ellos y sus proyectos. Será que era demasiado joven como para comprenderlo. O será que, como siempre, llego tarde y desfasado a todos los sitios y a todas las circunstancias.
En esta nueva aventura online trato de ser más regular con ellos para no volver a lamentarme en el futuro.
En esencia, puedo decir que para mí, la Revista Revés es una de tantas conexiones pasadas y presentes con mi ya otra vida: mi vida moreliana. Y ya sólo por eso los mantengo presentes en mi pensamiento.
Felicidades Revés, espero que el combustible nos llegue para celebrar más décadas.
Francisco Negrete Mendoza ha escrito en varias ocasiones para esta revista, tanto en su edición impresa como en la digital. Es un experto en música y ahora vive en Madrid, donde estudia Historia del Arte. Su primera novela, El Leviatán o la Diosa de la Lujuria, es más buena de lo que él cree.