Por Armando Casimiro Guzmán
Cada país tiene sus temas recurrentes: en Sudamérica son las dictaduras militares, en Estados Unidos se cuentan la lucha por los Derechos Civiles y la Guerra de Vietnam, el hecho que sigan apareciendo periódicamente en novelas y producciones cinematográficas nos indica que son heridas que aún siguen abiertas. En México, la matanza del 2 de Octubre vuelve una y otra vez como referente de una época, un hecho que con el tiempo lograría opacar a los propios Juegos Olímpicos celebrados en la Ciudad de México apenas unos días después.
Tlatelolco, verano del 68 (2012), es el cuarto largometraje del cineasta veracruzano Carlos Bolado, quien apenas hace unos meses presentó la película (con alma de videohome), Colosio: el asesinato (2012), ingenuo y desesperante intento por develar al verdadero culpable del asesinato del ex candidato presidencial, que entre otras delicias nos muestra a un Luis Donaldo un tanto cómico y hasta muertos respirando en plena morgue.
Volviendo a la cinta que nos ocupa, encontramos a Félix y Ana, una pareja de jóvenes que viven en las postrimerías de los turbulentos años sesenta: él es un pobre estudiante de arquitectura de la UNAM, ella es una chica rica de la Ibero, una idealista aspirante a fotógrafa. La historia de su relación se cuenta en forma de viñetas, recordando los eventos más significativos previos a la matanza de Tlatelolco. La toma violenta de las distintas escuelas y facultades, los levantones de estudiantes y el gastado discurso de los “revoltosos comunistas” que amenazaban la “estabilidad social” del país, aderezan cada uno de los encuentros y desencuentros de la pareja.
Para ambientar mejor la historia se incluyen imágenes documentales de la época, aunque en ocasiones no aportan mucho a la fluidez de la cinta. Desafortunadamente las escenas de manifestaciones no cuentan con el suficiente número de extras como para hacer creíble la reconstrucción de las multitudinarias marchas de la época. Tampoco ayuda en nada que presenten a ciertos personajes tan caricaturizados (el peor de ellos, Luis Echeverría), ni las innecesarias frases de apoyo para el ex presidente Lázaro Cárdenas.
Fuera de eso hay que destacar el trabajo de ambientación que debió ser muy complicado, así como la banda sonora, muy adecuada para el momento. Y a pesar de muchos malos comentarios al respecto, lo cierto es que la pareja protagonista funciona bien con Cassandra Ciangherotti (a quien hemos visto mucho en la pantalla últimamente) y el menos conocido Christian Vázquez, como el ingenuo y a veces sobreactuado galán. Además, las escenas finales ayudan en buena medida para darle un cierre digno a la película.
Quien espere encontrar una cinta que le haga justicia al movimiento estudiantil de 1968, un documento que revele los verdaderos responsables de la desafortunada incursión militar en la Plaza de las Tres Culturas, se verá decepcionado. En cambio, quien vaya con un ánimo menos crítico y solo busque una historia de amor ambientada en ese periodo, pasará seguramente un momento agradable. Para los más interesados en el tema, tal vez valga la pena ver un par de filmes: El grito (1968), documental de Leobardo López Aretche y el trabajo de ficción, Rojo amanecer (1990), de Jorge Fons. Como última recomendación valdría la pena darle una leída al libro Las mentiras de mis maestros de Luis González de Alba (editado por Cal y Arena), que desmitifica muchos hechos del citado movimiento.