Alejandra Quintero
Cuando se escucha muerto en vida inmediatamente se piensa en zombies o en una metáfora que remita a un estado emocional, pero ninguna de estas opciones es el caso de la película mexicana Halley, presentada a competencia en esta edición del Festival de Cine de Morelia. Filme dirigido por Sebastián Hoffmann, ópera prima del artista visual que ya ha experimentado la vida en el cine después de un par de cortometrajes, uno de ellos Juan Tapones, que sirvió como especie de inspiración para realizar esta película que cuenta la historia de Alberto (Alberto Trujillo) un guardia nocturno de un gimnasio de 24 horas, quien padece de una extraña enfermedad que lo hace descomponerse día a día, a quien parece que lo único que le anima, por así decirlo, es la rutina y la soledad.
Grabada en espacios cerrados en su totalidad, a excepción de una escena, la actitud lúgubre, el ir y venir de la vida a la muerte, los ojos blanquecinos, las larvas que se acercan a su carne descompuesta, la impotencia de tener una vida normal para comer incluso, el ritmo pausado de la película, son los elementos que ayudan a adentrarse en la asfixia que conllevaría vivir o mal vivir de esa manera.
Una cinta que se agradece salga de los temas convencionales que vemos en el cine mexicano actual, para abordar una ficción en todo el sentido de la palabra con un excelente equipo de producción, hasta el grado de provocar revolturas de estomago por la crudeza con la que se puede ver la piel oscura, desprendiéndose, manchando la ropa por la sangre seca, en medio de ese aferrarse a lo que queda de vida, para no entregarse a la resignación y a esa desfragmentación que pudre.