Por Teresa de la Luz Chavira y Pedro Celedón
El aislamiento de las sociedades modernas, la individualización que parece desplazar a lo colectivo y borrar del mapa a historias personales, es uno de los ejes que sustenta al Taller de intervención de arte en espacios públicos, una acción artística que propicia el encuentro entre vida pública y privada, que invita a fecundar un instante que abrace la profunda humanidad que radica en las personas. En este artículo, los hacedores del taller nos comparten en detalle las características de esta convergencia cultural que ya aterrizó en Morelia.
Hemos convocado a este taller, puesto que creemos que es urgente que el arte y los artistas se vuelvan a involucrar en la cotidianidad de las ciudades, en donde la calidad de vida decae fuertemente, a pesar de que el progreso material se haga patente en muchas de ellas.
El ciudadano del siglo XXI, en las urbes que lo acogen, se ve enfrentado a una racionalidad mezquina, a un entorno pragmatismo, a- estético, con el cual la sociedad diseña espacios seudo-públicos en los que controla con facilidad su uso, restringe el desplazamiento, e intencional las relaciones, no hacia ese diálogo político, civilizador y solidario, a esa búsqueda de inmediatez con el que se fundaron las ciudades y permanecieron en la historia, sino, hacia la transformación del individuo en un consumidor, ojalá impulsivo.
El modo de operar es a través de las propias morfologías urbanas y sus sistemas de sustentación, las cuales aprendieron magistralmente el hecho de que el espacio no es inocuo, sino que condiciona las conductas, genera caracteres, tipologías. La favorita del sistema actual se construye con burbujas personales, al interior de las cuales la mayoría nos desplazamos en una soledad casi o completamente narcisista, segmentados según edad, capacidad económica e incluso étnica, teniendo en común el ir transando en cada espacio público o privado, nuestra libertad, por seguridad.
Las múltiples cámaras de vigilancia, la segregación espacial, la proliferación de espacios protegidos (centros comerciales, fraccionamientos, parques temáticos) el universo mediático y una cadena de guardias urbanos públicos y privados, son los encargados de expulsar de la ciudad a todo germen que apele a instancias de libertad cultural, simbólica y poética, puesto con ellos se podrían levantar las barreras de lo imposible.
Así, las ciudades han ido perdiendo sus espacios de carácter político, social, relacional, humanista y adhiriendo a la pragmática de un gran escenario controlado por el marketing, desde donde obtienen las narraciones para desintegrar la trama social con su arma más efectiva: crear descompromiso.
Sin embargo y a pesar de las inversiones gigantescas del marketing globalizador en las ciudades, los espacios públicos con sus realidades espaciales, dimensiones históricas y culturales, continúan ofreciendo un potencial enorme para que los artistas nos involucremos en contra de las dinámicas de desintegración de los valores sociales, y recreemos lenguajes , técnicas, materiales y estrategias para adherir una segunda piel al espacio público, una piel poética que tienda a la re-composición de la densidad de los nexos sociales, uno de los principales objetivos de la humanidad al optar por vivir en una sociedad política (polis) que genere cibis (civilización), extendiendo el modelo urbano a la casi totalidad de los fenómenos culturales.
Nuestra propuesta en Morelia
El llamado es a trabajar con un arte que se nutra y acompañe el activismo civilizador y humanista que generan, no las grandes instituciones que suponemos al menos lo intentan, como son las comunidades religiosas, ONG, centros de creación de arte entre no muchos otros, sino personas concreta, que cristalizan el ser- habitantes de un espacio público.
Entendemos por “habitar”, el acto con que distinguió Heidegger a la capacidad de concretar el gesto de cultivar y cuidar un lugar específico, estando satisfechos (en paz) por permanecer en él. Estos “habitantes” generan en su entorno, gracias a su accionar diario, las condiciones para que nuestra experiencia cotidiana de ser- seres- humanos, se desarrolle en plenitud.
Son una minoría en esta y en otras urbes, muchos de ellos anónimos y silenciosos protagonistas del día a día, jardineros fieles del cotidiano, alquimistas de los espacios, capaces todos de transformar en poesía lo banal. Viven el fragmento de una historia que se escribe sin narrarlos, pero que sin su estar, el lugar de la ciudad que habitan perdería parte de su riqueza, del brillo que nos hecho buscarlos desde el arte.
Nuestro taller propicia el encuentro entre vida pública y privada, entre lo íntimo y lo colectivo. Invita a fecundar un instante que abrace la profunda humanidad que en estas personas radica, ofreciéndolas como contracultura a la ciudad actual.
Realizaremos acciones desplegadas en diferentes fragmentos de la ciudad. Cada una, una isla que se sabe parte de un archipiélago simbólico, de una geografía efímera y poética. Obra espacial de relaciones, que, como invita Bourriaud, “no tienen como meta formar realidades imaginarias o utópicas, sino construir modos de existencia o modelos de acción dentro de lo real ya existente”. Cuando terminan, decanta en cada espacio intervenido la memoria activada de uno de sus habitantes.
En Morelia recurrimos a la danza, ella es la convocada a descubrir el intersticio social para fecundar la cotidianidad de un espacio, e instalar un acontecimiento en que las fuerzas latentes de ese lugar se desplieguen, operando como umbrales hacia la vitalización del aliento de lo local.
La danza es celebración en esencia…
Varias veces en las calles de Morelia hemos celebrado bailando con una danza de toritos de petate, bailando cumbias, danzones con la orquesta de policía y tránsito…si es en un contexto cultural específico, la danza se integra a las festividades pero, cuando desde la danza contemporánea hemos irrumpido la cotidianidad del transeúnte con improvisaciones, con carteles o volantes, en un día cualquiera, en un lugar cualquiera de la ciudad, nuestros gestos generalmente no han sido leídos por el ciudadano, el cual incauto nos observa preguntándose ¿qué diablos hacen estos allí moviéndose en medio de la gente?
En el taller de intervención del arte en espacios públicos, al cual nos convocó el historiador del arte Pedro Celedón, se nos plantea danzar en el espacio público, pero en diálogo con los habitantes, se nos pide que los busquemos (lo que no es nada fácil de encontrar), que nos inspiremos en ellos, en sus historias y circunstancias, para regresarles su esencia a través de la danza.
Cuando se me pidió para que ayudara con el training en este taller, pensé inmediatamente en algo que nos interconectara con el espacio con todo nuestro ser, y en forma inmediata sentí que la mejor herramienta podría ser el passing throuhgt derivado del flying low, que personalmente aprendí del joven maestro Israel Chavira, quien tuvo a bien incluirse en este proyecto.
Esta práctica de improvisación está basada en los principios que DAVID ZAMBRANO ha llamado Passing Through (pasando a través), aunque adaptado a nuestras propias exigencias y curiosidades artísticas. El fundamento de este trabajo se centra en la apertura de los sentidos, la imaginación, los poderes invisibles, la percepción del espacio y sus infinitos caminos “curvos” que dibujamos al atravesarlo.
Una técnica físicamente fuerte en donde el trabajo manifiesta en el cuerpo una forma particular de moverse, la explosión de energía resulta otro elemento fundamental. Una de las metas es estar “ON” desde el primer momento, y vivir/bailar en el constante «aquí» y “ahora”
Si conceptualizamos Flying Low, podríamos decir que consiste en un trabajo eficiente de suelo, que nos permite llevar el cuerpo a un estado de alerta y rapidez física mientras mantenemos un estado interior de calma. Se trata de una práctica físicamente intensa, con la cual trabajamos el cuerpo y la conciencia del bailarín con frases de movimiento que ponen la atención, la presencia escénica, la energía, la mirada e incluso la voz.
Amamos el suelo. Entramos y salimos de él, deslizándonos, rodando, saltando, disolviéndonos como si este se hubiera convertido en una piscina y nosotros en agua. Usamos diferentes velocidades y diferentes niveles de energía, desde lo estático hasta lo frenético. Solos y acompañados. Como células, como moléculas, como una marea, como una bandada de pájaros.
Passing Through por su lado, es una técnica de improvisación conectada estrechamente con Flying Low, como uno de sus desarrollos posibles. Trabajamos a partir de unas pautas concretas que nos permiten poner en acto nuestro bagaje de movimiento en cualquier circunstancia, y ampliarlo.
El bailarín trabaja su interconexión con la sala y las personas que lo rodean, su musicalidad interna y la posibilidad de tomar decisiones en un constante aquí y ahora. Todos nos convertimos en compositores en el hacer.
Se trata de una práctica muy viva, que nos recarga de energía y que nos lleva a un estado en el que cuerpo, mente y espíritu se liberan de prejuicios.
Es definible también como un juego en el que construimos una jungla humana llena de caminos, de fuerzas visibles e invisibles, de espacios que se abren y expanden y también se cierran a medida que los atravesamos. Experimentaremos lo que es guiar inspirando el movimiento de otro y ser guiado sorprendiéndonos con nuestra propia manera de bailar.
Se nos pide en el taller, atravesar el espacio, interconectarte con él y sobretodo con algunas personas particulares que lo “habitan, otorgándoles una calidad diferente a las relaciones interpersonales en los espacios en los en que gestionan o trabajan.
Estás técnicas posmodernas de la danza permiten precisamente intervenir sin imponer, invitar, relacionar. Propones con el gesto, invitas y dejas que suceda; atraviesas y te interconectas con los objetos y las personas, con las historias que tienen ahí a esos objetos y personas, o con los objetos y personas que dieron origen a éstas.
Se trabajan de manera grupal, creando dinámicas, donde el grupo se mueve constantemente, transformando el espacio y modificándolo en el hacer. Sucede que cada integrante en la composición pueda conectarse instantáneamente con el espacio y con los demás bailarines.
Con estas herramientas de la danza, estamos sumergidos en la labor de traducir en gestos de celebración, los testimonios que estamos logrando durante la investigación de habitantes de Morelia, personas que desde su silencio, su anonimato, contribuyen cada día a mantener el espíritu encendido en medio de sus labores cotidianas, portadores del germen, como propone Celedón, de ideales humanistas y solidarios que dan sentido, profundidad y amor al vivir esa inmediatez que nos ofrece el espacio público. Falta poco para celebremos con ellos en la calle, estamos seguros que esta vez arte y vida cotidiana sabrán abrazarse y danzar.
Proyecto Convergencia(s)
Montevideo- Uruguay- Morelia- México- Valdivia-Chile. 2013
Morelia 15 al 26 de junio
Dirección del taller
Dr. Pedro Celedón. Pontificia Universidad Católica de Chile
Equipo en Morelia
Teresa Chavira Leal. Bailarina. Docente de la Escuela de Iniciación Artística en Morelia
Giovanni Ocampo. Documentalista independiente.
Erick Legaría. Documentalista y Asesor de Organizaciones Civiles
Israel Chavira Leal. Bailarín, coreógrafo. Docente de la Facultad de Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.