Por Omar Arriaga Garcés
Una interpretación agradable, con un tempo acertado en general, aunque con algunos detalles que no terminaron por echar abajo la ejecución de la Messa da Requiem, de Giuseppe Verdi -del que en este año se cumplen 200 de su nacimiento-, fue la que ofrecieron la Orquesta Sinfónica de Puebla y el Coro Normalista de la misma entidad, en el quinto día de actividades del Festival de Música de Morelia “Miguel Bernal Jiménez”, destacando la voz de la soprano María Alejandres, para algunos la mejor del país.
Pasa con las grandes obras de grandes músicos (y el Requiem de Verdi, de 1874, es como una catedral) lo que con algunas obras dramáticas de Shakespeare: por más que los actores se den a la tarea de lacerar el libreto la soberanía de éste acaba imponiéndose; y a lo largo de la noche se impuso Verdi.
Claro que no fue el caso de la mayoría de los músicos de la Sinfónica de Puebla, que estuvieron atinados casi siempre que la partitura lo demandaba, aunque la dirección del mítico Fernando Lozano (sobre todo al comienzo, en la secuencia “Dies irae” y “Tuba mirum”) dejó que desear, pues faltó la potencia que ambas piezas exigen y que, desde pronto, comienza a medir la capacidad interpretativa de los ejecutantes en esta obra, si bien es tarea del director impedir que se caiga en el anonadamiento.
Para ilustrarlo mejor, el pasaje del “Dies irae” es aquel en el que las almas (el día de la ira) le piden a dios ser salvadas para no condenarse a las llamas eternas, lo cual podría tener su parangón en la Divina comedia, de Dante Aligheri, en algunos cantos de su “Infierno”. La intensidad exigida entonces difícilmente se vuelve a alcanzar en otras partes de la Misa de Requiem, ya que se trata –hablando metafóricamente y siguiendo a Dante– de una escena infernal, en tanto que en el “Tuba mirum” las trompetas del juicio final llaman a cuentas a las almas de los muertos.
No hay otro pasaje en el Requiem de Verdi que posea tal intensidad, puesto que de haberla se trata de la intensidad de las almas que serán salvadas o de las que luchan por serlo (en la Divina comedia uno puede maravillarse de ciertos cantos del “Cielo” o del “Purgatorio”, pero, sin duda, su resplandor no va en la misma línea en la que lo hacen los cantos del “Infierno”, no habla de la desesperación de los condenados).
Con esto en mente, no se puede decir que las percusiones hayan estado erradas, pero su conjunción con la sección de maderos sonó un tanto plana y carente de energía, pudiendo mejorar en el fraseo. Nota aparte merece la sección de metales que, en ese sentido, echó a perder el trabajo de la orquesta: errores de entrada, de tempo, de desafinación; simplemente, no dieron el timbre. En particular las cuatro trompetas colocadas en una de las esquinas del Teatro Morelos, que debían dar inicio al “juicio final”.
En el “Ingemisco”, el tenor Leonardo Villegas estuvo sobresaliente. Apenas tres semanas atrás con motivo del Día de Muertos y del segundo centenario del nacimiento de Verdi, a pesar de todos los yerros de la Sinfónica de Michoacán, el solista había dado muestras de su calidad interpretativa en la Catedral de Morelia, siendo capaz de transmitir en cada momento las emociones del Requiem, algo que volvió a repetir en el Teatro Morelos, especialmente en el “Lacrymosa”, que semejaba la marcha fúnebre de una carroza dirigiéndose al cementerio.
Él y María Alejandres, que se llevó la noche y es considerada por algunos la mejor soprano de México, brindaron en todo momento excelentes interpretaciones. Alejandres tiene una amplitud de voz difícil de igualar, de la que hizo gala sobre todo hacia el final de la Misa de Requiem, en “Sanctus”, “Agnus dei” y “Libera me”, con una actuación a la altura de Verdi. Amplitud que por instantes le hacía falta a la mezzosoprano Grace Echauri, que sin dejar de tener una interpretación aceptable, daba la impresión de no terminar de explotar su voz, siendo obscurecida en algunos pasajes por la orquesta. Caso similar al del barítono Ricardo López, que tiene condiciones pero cuya voz parece corta en determinados momentos, como apagada, tal si se le quedara el resto en el pecho, sin mucha profundidad.
No obstante y pese a quien afirma que es mejor por tanto no asistir a conciertos en vivo, habiendo ya grabaciones del Requiem por parte de Arturo Toscanini, Riccardo Muti o Luigi Cherubini, no es lo mismo escuchar una obra como ésta en la comodidad de la casa que presenciarla en la sala de conciertos, donde se captan otras texturas y registros que a veces por la ecualización de las grabaciones no son perceptibles. La comparación, si se me permite, sería semejante a ver una película 2D en el cine a ver por ejemplo Gravedad, de Alfonso Cuarón, en 3D: sigue siendo la misma película, pero algo en nuestra experiencia queda disminuido o podría ganar aún más en matices.
Así pues, con un coro que tuvo un buen desempeño, aunque sin pena ni gloria, y con la Orquesta Sinfónica de Puebla que cumplió, los asistentes aplaudieron la última versión de la Messa da Requiem por parte de Fernando Lozano, quién sabe si por generosidad (como se dice siempre que es generoso el público de Morelia). El asunto es que gustó. Y Verdi se impuso una vez más, tal como hacen los clásicos.