Por Omar Arriaga Garcés
Vida propia para la música que -paradójicamente- al volverse hacia alguna obra literaria, pictórica o del folclor y, al describirla (siguiendo una “idea poética”), se hace autónoma, sin importar ya el referente del cual ha surgido, fue parte de la revolución musical que Franz Liszt comenzó hace más de 150 años al crear el “poema sinfónico”; término acuñado por el compositor húngaro para aludir a esa creación musical desvinculada de cualquier obediencia religiosa o social (como comparsa o acompañamiento de la voz humana) que debe dar cuenta de un escenario específico, desatando las pasiones del público y generándole un pathos similar al de si en efecto estuviera en ese otro determinado sitio, viviendo esas otras tales situaciones. Música mental, si se me permite.
Es ésta la primera relación que encuentro al hallarme en el Auditorio del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras (CMMAS), en el concierto de los británicos Pete Stollery y Jonty Harrison, que también forma parte del Festival de Música de Morelia (FMM) “Miguel Bernal Jiménez”, aunque parece más bien parte del de “Visiones Sonoras”.
No podría afirmar que estoy en la semiobscuridad, puesto que se trata más bien como de 13/16 de obscuridad. Apenas puedo ver las siluetas de las personas alrededor mío, aunque siento su respiración, pausada y como de terciopelo, mas el ruido y las texturas sonoras que escucho pronto me hacen cerrar los ojos, y empiezan a transitar por mi mente imágenes inverosímiles pero reales (están aquí, de repente puedo sentirlas), ligadas de alguna forma a lo que en la consola proyectan los “músicos”; si bien, más que músicos, tengo la impresión de que fueran miembros de alguna secta pitagórica obsesionada con los números. Escultores de números, de cifras sensibles.
Para describir la primera obra de Stollery, “Three cities”, acudo a lo que el propio FMM dice: “proyecto que inicialmente surgió al lado de Suk-Jun Kim y Ross Whyte, miembros del Sound Emporium Research Group de la Universidad de Aberdeen, en el que la idea era escoger tres ciudades que tuvieran la misma latitud y compartieran una conexión con el océano. El objetivo principal, aprender acerca de la atmosfera auditiva y el reflejo cultural de esa ciudad en el paisaje sonoro”.
Esto me queda más claro en cuanto comienza la segunda obra, intitulada en francés “Scènes, rendez-vous” (“Escenas, cita”), como si se tratara del pasaje de algún poema sinfónico que, sin embargo, está completo en su puesta en escena: niños corriendo, objetos que caen, la lluvia, relámpagos, un perro, gente que habla en las calles; todo alude al ir y venir de una ciudad, el idioma también es francés, y sólo hacia el final se oye el motor de un auto, que se detiene, ronronea, arranca y acelera.
Me recuerda Farabeuf, la novela de Elizondo donde se describen escenas que vistas desde afuera, en conjunto, crean una especie de película mental en la cabeza del lector. Podría decirse que esta música es como una película mental, no sólo la banda sonora sino los sonidos ambientales de la urbe. Pero no, esto se quedaría corto: los sonidos a los que se hace referencia son reales, no parten de obras literarias, pictóricas o del folclor, y entonces no podríamos hablar de poema sinfónico o “poema sonoro”, sino de escenarios sonoros que señalan y crean realidades.
Baudelaire partía de imágenes y de la descripción de escenas para escribir, lo que dejaba en el lector la impresión de estar frente a objetos fantasma. ¿Cómo podría llamarse a la música que a partir de objetos fantasma (sólo referenciados por el sonido) crea escenas e imágenes como en un viaje inverso al del poeta francés? Théophile Gautier, el poeta y maestro de Baudelaire, escribió cuando la fotografía fue inventada: “Nunca un ojo fue más ávido que el nuestro”, pues bien, nunca “un oído fue más codicioso que el de nosotros, sentados aquí en la obscuridad” (del Auditorio del CMMAS), “como si los registros que se inventan en nuestra mente fueran la realidad misma”. Música acusmática o concreta, creo que la llaman.
Me sorprende ver que en el boletín que el FMM emite, se refiere a la obra de Stollery con las siguientes palabras, en las cuales veo similitudes con los referentes en los que pensé en la obscuridad: “nos transportamos a un paseo sonoro por las calles de París. Escuchamos escenas de lugares transitados, elaboraciones acusmáticas de esos mismos sonidos. Con el apoyo de una consola el sonido para distribuir el sonido en varios canales pudieron describir algunas escenas.
”Cabe señalar que Stollery rememora en esta pieza el corto cinematográfico C’était un rendez-vous, de Claude Lelouch en el que el protagonista de la película recorre la ciudad en un Ferrari 275 GTB a una velocidad vertiginosa, y es exactamente en la última parte de esta composición de Stollery que escuchamos un poderoso motor recorrer la sala”. Bueno, después de todo esta obra, este “poema sonoro”, no se basa en sonidos reales, sino en los de una película.
Toca el turno a Jonty Harrison, con “Unsound objects” y “Streams”, composiciones interesantes en las que los cristales y el sonido del agua abren los sentidos; no obstante, los objetos a los que remiten estas composiciones son del todo fantasmales y no soy capaz de engancharme en una secuencia de imágenes, a fin de crear una historia en la mente, como sí sucedió con los sonidos más cotidianos de las obras anteriores.
El boletín del FMM dice de las de Harrison: “logra combinar sonidos de la naturaleza, sonidos procesados y sonidos de objetos que pueden imitar a la naturaleza de vuelta. Repentinamente escuchamos lluvia y se re crea un ambiente agradable, en el que nunca se mezclan los sonidos de la naturaleza con los de objetos.
”En su segunda pieza, una composición para ocho canales, nos rodeó con burbujas, riachuelos y objetos que van chocando con el agua. Harrison juega con diversos elementos, logrando poner nerviosismo en sus sonidos y donde la lluvia se convierte en una poderosa protagonista en momentos clave de esta composición”. Así justamente, no se sabe bien a bien qué decir de las obras del segundo músico-matemático.
Pero una cosa queda clara el salir del CMMAS en el sexto día de actividades del FMM: una verdadera revolución no se lleva a cabo de golpe, y aunque parece que de pronto la tecnología ha abierto estas plataformas de la nada, quién sabe qué influjos hicieron que un músico como Liszt, en 1847, se planteara la necesidad de renovar la música para que ésta se emancipase. Como quiera que sea, lo que hoy escuchamos es lo que al ojo fue en sus inicios la fotografía; y somos ávidos, sumamente ávidos de más sonidos, y más experiencias y sensaciones, y más poemas sonoros. En un movimiento que vuelve a empezar.