Por Omar Arriaga Garcés
Leemos en las notas al programa de piano del compositor e intérprete Philip Glass, dentro del Festival de Música de Morelia (FMM) “Miguel Bernal Jiménez”: “El propósito original de los Estudios fue doble. Primero, proporcionar nueva música para mis conciertos de piano solo. Y segundo, permitirme expandir mi técnica pianística con música que desafiara y mejorara mi manera de tocar. Por ello el nombre de Estudios. El resultado es un grupo de obras que tiene un amplio rango de dinámica, tempo y emociones”.
Esto escribía el afamado músico Philip Glass en 2003, y en su noche de solista en el Teatro Morelos, diez años después, acompañado por los pianistas Alexandr Pashkov y Maki Namekawa, interpretando 20 de los “22 estudios para piano” del estadounidense, aún parecía que Glass seguía expandiendo su técnica pianística y mejorando su manera de tocar (a diferencia de su presentación con el Kronos Quartet el día anterior, en la que estuvo sobresaliente en su ejecución pianística para Drácula), ya que de pronto equivocaba alguna nota o parecía perder la cadencia que hasta el momento había ganado.
Al comienzo del recital, cuando Glass salió al escenario, parecía que el piano estaba afinado de una manera distinta a como hubiese sido deseable; sin embargo, cuando la japonesa Maki Namekawa entró (vestida en un kimono negro con una cinta roja y medias también negras, lo que la hacía parecer la villana de Kill Bill) a interpretar los “Études 3” y “4” del compositor norteamericano, la diferencia fue notoria: semejaba ser un piano distinto el que ambos tocaban, alternativamente.
Tocó el turno a Pashkov para hacer lo suyo. Sorprendió de entrada que subiera con una acompañante que le cambiaba la hoja de la partitura cuando era necesario, porque esto denotaba uno de dos rasgos: o el pianista del Conservatorio de las Rosas de Morelia no conocía a fondo las obras o era tan minucioso que no quería la posibilidad más ínfima a ningún desatino. ¿Habría practicado lo suficiente?
En su segunda ronda, con los estudios “8”, “9” y “10”, que encadenó de modo que muy brevemente pudo distinguirse entre uno y otro, Philip Glass parecía estar sobre una máquina de coser; hacía destiempos, síncopas y, por instantes, era como si estuviera tocando alguna canción de jazz. Un papel brillante asomó de pronto desde lo alto del telón y fue deslizándose lentamente a través del aire, hasta tocar el piso del escenario. No, no era ilusorio, el pianista y compositor se veía desgarbado, como sin fuerzas para tocar sus propias invenciones.
Otra vez subió Namekawa para los estudios “11” y “12”, y otra vez sorprendió su manejo del escenario; su elegancia, precisión, limpieza, intensidad, cadencia y conocimiento de la obra de Glass, que parecía estar reinventando y haciendo suya, mientras el público exclamaba azorado, lanzando interjecciones de asombro por la sensibilidad que transmitía la japonesa, quien, sin lugar a dudas, logró en este corte, su segundo, llevar la noche a una perfección que ni ella misma en su última intervención conseguiría igualar.
Pashkov regresó para los “Études 13”, “14” y “15”, con influencias de Gershwin, Satie, y una mezcla de Schönberg y Liszt (el Liszt de los conciertos para piano 1 y 2). En el “13” seguía percibiéndose cierta laxitud, ¿desconocía la partitura? La chica que seguía cambiando la página así parecía sugerirlo. A veces la coherencia de los estudios se perdía y era como si el ascenso a la montaña tuviera que volver a empezar. No obstante, la personalidad del ruso lo hizo ir hasta arriba y aunque no con tanta facilidad como su cártel lo haría pensar, escaló lo último que le quedaba. Se despidió y recibió las palmas del respetable. Terminaba su ensayo personal con público.
Glass interpretó los estudios “16” y “17”, que recordaban las sonatas de Beethoven y las “Gnossièmes” de Satie. Concluyendo el “16”, aún cuando la vibración del piano todavía no se apagaba, Philip Glass empezó el “17”, como si tuviera prisa por finalizar. Pese a su calidad indiscutible, desafinaba por momentos y ahora sí era notorio que estaba cansado y su interpretación sonaba entrecortada. Jasha Heifetz, que tenía un violín Stradivarius y un Guarnerius, prefería este último porque el otro “tocaba solo”, y no hubiera aceptado que aunque el instrumento no fuera el más propicio, éste tuviera la culpa. Glass terminó su “estudio” al piano con público, y también se llevó las palmas del respetable.
Maki Namekawa ascendió nuevamente, para concluir la noche, con los Études “18”, “19” y “20”, y si bien en la esquina izquierda del teatro había alguien que tosía y hablaba, tosía y carraspeaba muy alto, la intervención al piano de la japonesa no se veía opacada ni por un instante, aunque no lograba ya la intensidad previa. El último estudio parecía una agonía; de influencias románticas y con el cansancio del público, que hacía frente al frío que de pronto se había filtrado en la sala, comenzaron a escucharse alarmas que daban cuenta de que ya eran las 23:00 horas, habiendo empezado a la 20:30 horas el recital. Pero Namekawa fue hasta el final, dio el estoque y si se hubiera tratado de una corrida, se habría llevado rabo y orejas, tal como se llevó la noche entera.
Al final, lo tres pianistas fueron ovacionados por el público y así finalizó la incursión de Glass por tierras michoacanas.