Por Francisco Valenzuela
En plena época noventera, cuando surgieron un montón de bandas de rock que entonces nos parecían muy buenas, conocimos a Santa Sabina con su guapa y enigmática vocalista Rita Guerrero, una suerte de vampireza de cabellos negros, tan negros como sus labios que nos sorprendían con letras de corte existencial, con una carga poética excitante, combinación exquisita que en lo musical era redondeada por Poncho Figueroa, Pablo Valero y Jacobo Leiberman, tres tipos demasiado oscuros para ser jazzistas y muy precisos para ser rockeros.
Santa Sabina era, o al menos nos parecía, lo más selecto de esa ola que incluía a otros grupos como La Lupita, La Cuca y La Castañeda, todos firmados por el sello Culebra, división de BMG Ariola que nacía para reclutar a ese tercer aire del rock nacional. Pero más allá de géneros musicales, los fans de Rita Guerrero la admirábamos por su voz triste, por sus labios mojados, por sus párpados azul casi morados y por esos experimentos vocales que nos hacían gritarle guarradas como “Rita, ¡cásate conmigo por favor!”
Y es que el proyecto de Rita no era como cualquier otro. Sus discos fueron piezas conceptuales, lo que los hacía una suerte de objeto de estudio, compilaciones de letras donde también aparecía el aporte de Adriana Díaz Enciso y Pedro Aznar. Oscuridad, confusión, ángeles desarraigados, soledad, demonios y torres de Babel; quizá demasiado intelectual para una época de slams gratuitos.
El tiempo pasó y yo, debo reconocerlo, les perdí la pista. A mi fonoteca personal ya no entraron sus últimos discos (Espiral, XV Aniversario) pero a veces, en esos tiempos de ocio al que cualquiera tiene derecho, me encontraba con sus primeras producciones y volvía a escuchar clásicos como Chicles, Yo te ando buscando y Estando aquí no estoy. A diferencia de sus contemporáneos, los seguía escuchando frescos, innovadores, inteligentes.
Y sí, tristemente la bella Rita se nos adelantó. Apenas unos meses atrás nos enteramos que padecía cáncer y que las quimioterapias no habían dado resultados. Era de esperarse y sin embargo nos negábamos a siquiera imaginarlo. Pero sucedió, maldita sea.
Rita Guerrero ya no está entre nosotros, pero, si acudimos a su lírica, quizá encontremos algún consuelo, “Quizá el Mar Muerto le dé vida otra vez”.
Adiós, querida Rita…