El guionista y su trabajo de traspasar de un contenido áspero a una región grata y significante forma parte del día a día de quienes dedican su experiencia, tiempo y oficio a la producción de audiovisuales.
Cuando leemos un libro escenificamos en nuestra mente la puesta en escena de lo que estamos leyendo, en cambio, cuando vemos un audiovisual, lo visto se impone de una forma autoritaria e inapelable, la imagen nos impone una visión específica que ha sido puesta en escena por alguien que interpretó ese texto. Con lo cual, ven ustedes que estamos ante dos sistemas simbólicos distintos y con una rentabilidad cognitiva distinta, la rentabilidad cognitiva de la palabra es distinta de la rentabilidad cognitiva de la imagen[1].
Roman Gubern
Por Josefina Magaña
Los audiovisuales contienen en sí mismos un complejo y polivalente universo; géneros, formatos o categorías son soportes informacionales que orientan y definen públicos, marcan estilos comunicacionales o proponen modelos culturales y educativos diseñados para trascender sus propios límites. En medio de este juego de lenguajes y matices, en su mayoría, los audiovisuales desbordan imágenes de gran poder emocional para generar rating, preferencia o penetración, sin embargo, públicos ajenos a la comodidad mediática, buscan, cada vez, explorar subtextos, contenidos latentes o articular elementos yuxtapuestos para decodificar así, las tramas generadas dentro en un relato audiovisual.
Bajo los referentes de un receptor atento y crítico; productores y guionistas aspiran a generar proyectos audiovisuales cuyos lenguajes y contenidos enriquezcan las posibilidades interpretativas gracias a componentes inesperados como rupturas sintácticas, estéticas vanguardistas o rasgos estilísticos capaces de generar dilemas estructurales o cognitivos que detonen el deseo de aprender y conocer. Creadores sagaces van a la búsqueda de estilos, modos de escritura o formatos sorpresivos dirigidos a propiciar un reordenamiento en el esquema cognitivo de los receptores como suerte de hendidura para incorporar nueva o distinta información, estimulando suficientemente al receptor para que los procesos de asimilación y acomodación se dirijan hacia lo que se sabe y conoce, se vive y experimenta o se desea y necesita; así, entonces, el audiovisual puede tornarse en un bien que atraviesa las capas del sentir, pensar o interpretar para viajar hacia el lugar donde el conocimiento espera ser tomado o reconocido.
Los guionistas buscan migrar contenidos o informaciones a veces frías y alejadas del contexto de los receptores hacia discursos plásticos y reconocibles, buscan, de alguna forma, que el equipo de producción valore su propuesta guionística como útil y creativa, y en este desafío, si la comunicación y la eficacia fluyen, el audiovisual surgirá como una intersección versátil de significados que facilitará en el receptor ese encuentro cognitivo esperado, incluso, el mismo receptor podrá sentir que el insight le pertenece, que el descubrimiento planeado y dirigido está de su lado.
Es pertinente destacar que entre contenido y producción de audiovisuales televisivos, mediáticos o transmediáticos, el guionista es figura clave, no tanto por el ejercicio mismo de buscar la transposición acertada de las informaciones o mostrar una suma de habilidades creadoras y nuevas, sino porque su trabajo es punto de inspiración o despegue para quienes producen el libreto; si se alcanza el cometido, el guionista ha de sentirse agradecido consigo mismo, ya que su trabajo detona hacia el vuelo de la mariposa; siguiendo la metáfora de J. C. Carriére, entonces, ha creado un guión fortalecido que merece volar.
En este sentido, el audiovisual es un estructura narrativa que vive porque involucra elementos funcionales, contiene una determinada didáctica; el guionista experimenta y ensaya a costa de equivocarse, propone dilemas, arma relaciones para establecer y provocar conexiones emotivo-cognitivas; indaga frases y palabras afortunadas y oportunas, discursos comprensibles, colores, personajes o escenarios que generan estados de ánimos, atmósferas o estilos de ser y pensar, busca, así, ritmos continuo-discontinuos y acierta o no, con elipsis que permiten al receptor rellenar los vacíos con su saber o su imaginación.
Que el guionista pueda migrar del dato duro al texto amable representa un modificación sintáctica y semántica, que lejos crear brechas, ha de establecer puentes cognitivos donde la imagen visual y su poder simbólico sea una llave maestra para atraer al receptor hacia el objetivo pedagógico de los contenidos. Así, el guionista y su trabajo de traspasar de un contenido áspero a una región grata y significante forma parte del día a día de quienes dedican su experiencia, tiempo y oficio a la producción de audiovisuales. Y como el mundo se mueve y los receptores mudan de estilos, de ideas y de costumbres, los audiovisuales que surcan las pantallas forman parte de un continuo y atractivo desafío. Que programas y series de televisión o películas de ficción y documentales eduquen a los públicos y les capaciten para organizar y acrecentar sus aprendizajes es una tarea que impone una lúdica y consciente pedagogía de los medios, y por qué no, también una entrega total consciente y voluntaria.
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[1] Tomado de la Conferencia Magistral dictada por Roman Gubern en el marco de la Muestra Iberoamericana de Televisión y Video Educativo, Científico y Cultural, 2007, México.
Imagen: Sex and the bici