Pocas obras retratan con tanta fidelidad el arraigo del culto a la muerte de un pueblo como lo hizo B. Traven en Macario (1950). Obra poco conocida y pocas veces estudiada en la literatura mexicana.
Por Carlos Noyola
Bien dijo Moses Hess que la religión vuelve soportable la infeliz conciencia de servidumbre. Y también la conciencia de que todo tiene un fin, de que tenemos un fin, de que somos finitos. Pensar en la muerte intriga, preocupa, aterra, hace surgir una sensación en el pecho que generalmente no es agradable. La religión abre un resquicio de luz, de esperanza. Permite creer que sobreviviremos -de alguna forma- a la muerte, que trascenderemos. ¿Acaso no es eso lo que -aunque sea de forma subyacente- motiva nuestras vidas? ¿No buscamos a diario lo que sea que entendamos por trascender? De no ser así, ¿por qué nos levantaríamos si creemos nada de lo que hacemos servirá para algo?
Es tan importante la muerte que muchas sociedades han hecho un hueco en su concepción del mundo como dualidad (bien/mal) para introducirla como tercer ente. Algunas, como la mexicana, la han convertido en una deidad con un culto muy arraigado que puede ser comparada con el dios principal. La devoción a la muerte probablemente sea un intento por lograr que nos dé un poco más de tiempo, pero también por hacer que nos escuche para recibir un mejor trato en ‘la otra vida’.
En este sentido, pocas obras retratan con tanta fidelidad el arraigo del culto a la muerte de un pueblo como lo hizo B. Traven en Macario (1950). Obra poco conocida y pocas veces estudiada en la literatura mexicana, Macario muestra el sumo respeto que tiene el mexicano por la muerte, incluso sobre Dios y el Diablo.
Durante su paso por las comunidades rurales del país, Traven se percató de esta estrecha relación y se decidió a contarla en su forma más prístina: Macario recibe la visita de Dios y el demonio pidiéndole un poco de comida a cambio de suntuosos beneficios, pero los rechaza rotundamente y solo accede a compartir cuando la portadora de la hoz se posa frente a él. Traven explica por qué, haciendo uso del ingenio del mexicano: «Bien, compadre -contestó Macario-.
En cuanto le vi comprendí que no me quedaba tiempo de comer ni una sola pierna y que tendría que abandonar el pavo entero. Cuando usted se aparece ya no da tiempo de nada. Así, pues, pensé: “Mientras él coma, comeré yo”». El mexicano le teme más a la muerte que al supremo del infierno.
Aunado a esto, Macario introduce un elemento que cinco años más tarde sería una de las características por las que Pedro Páramo es considerada una de las mejores novelas que se hayan escrito en lengua castellana: la ruptura de la relación espacio-tiempo en la narración, mejor llamada cronotopo de la muerte.
La excelsitud de la comprensión que Traven llega a tener del culto a la muerte -sin ser mexicano- es tal, que es consciente de que en la dimensión de la muerte el tiempo se anula, simplemente no existe, y por lo tanto establecer un espacio específico también se torna imposible; la historia posee un pasado y un futuro solo como recuerdo, y este como único presente, un eterno presente.
Traven introduce a Macario al bosque, símbolo universal de lo sobrenatural y extraordinario, donde se puede tener contacto con seres ajenos al mundo de los vivos y donde por su inmensidad es difícil pensar en la ubicación del personaje: es como si estuviera perdido. Una vez dentro, el bosque carece de puntos de referencia concretos y la aparición de los misteriosos personajes acaba por dejar claro que el tiempo, el espacio y la realidad o irrealidad de los sucesos es indeterminable.
Entonces tenemos al terminar de leer Macario exactamente la misma sensación que tuvimos al pensar en la muerte como el fin de nuestra existencia; esa especie de vacío que nos causa la incertidumbre, no saber en dónde estamos o hacia a dónde vamos, pero lo que es más, no saber si estamos siquiera.
Macario fue llevada a la pantalla grande veinte años después de su publicación dirigida por el mexicano Roberto Gavaldón. La cinta dejó que desear al no seguir fielmente detalles fundamentales de la obra, sobre todo al final, cambiando significativamente el mensaje del alemán. La realización de esta película representó la cima de la popularidad que alcanzó Macario y probablemente toda la obra del alemán, pero también parece haberla sentenciado al olvido. A partir de entonces pocos han sido los lectores que la han disfrutado y menos todavía los críticos que han recurrido a la novela para su estudio.