El otro día deambulaba por el tianguis que se instala a dos cuadras de mi casa. Mientras caminaba, pensaba cosas como lo necesario en el refrigerador, la fealdad de la ropa, lo bonito de las verduras, lo bien que se habrían visto esas costillas bañadas en salsa BBQ y cocinándose lentamente en mi horno o en el asador.
Por Jorge A. Amaral
En esas cavilaciones me abstraía cuando de repente, entre un puesto de ropa bien paisa y uno de nopales, me encontré uno de libros usados.
Algo tienen los tiraderos de libros o montones que llaman, que atraen. Muchas veces he detenido mi paso –aunque tenga prisa– sólo para ver qué venden; muchas veces me decepciono por no ver nada interesante, y otras me sorprendo por lo que he llegado a encontrar. Movido por eso me estacioné frente a ese puesto y comencé a revisar la mercancía. Sófocles, libros escolares, alguno de botánica, uno repleto de dibujos de Quino (lucía fantástico), Nietzche, mucha superación personal y algunos best sellers de los 80 (en las portadas decía que era una colección de mejor vendidos). Estaba por tomar el de Quino cuando vi uno que me atrajo de inmediato. Su pasta dura color vino no tenía escrito absolutamente nada, el lomo había sido reemplazado por un rectángulo de cartulina azul cielo que sostenía las pastas, así que lo abrí para ver de qué se trataba. Me emocionó ver cuál era: El libro negro, de Giovanni Papini, la continuación de Gog; ambas obras son deliciosas.
No lo pensé dos veces, dejé el libro de Quino en su lugar prometiéndole que volvería, pagué los fabulosamente invertidos 50 pesos y me fui a casa, frotándome los dedos ante el deleite que me esperaba.
Cuando abrí el libro con más detenimiento vi algo que no ha dejado de intrigarme, la dedicatoria.
Hasta cuando (Sic.) se apreciará más al hombre sincero que al hipócrita, hasta cuando (Sic.) se querrá más la franqueza que la mediocridad. Hasta que actuemos basados en un Imperativo Categórico.
Con afecto para
nuestro amigo
Javier
No dice de parte de quién ni tiene la fecha, mucho menos consigna el motivo del presente, sólo dice eso. La edición es de 1974, así que posiblemente el regalo fue hecho, por lo menos, en esa década. La dedicatoria está escrita con pluma fuente en una bonita letra de molde que ya al final le coquetea con gran elegancia a la manuscrita, en la parte de “Con afecto para / nuestro amigo / Javier”, lo cual me hace pensar que, dado que la otra parte, la del choro, está redactada con letra mejor hecha, más legible, tales palabras fueron pensadas y escrupulosamente elegidas, incluso ensayadas a fin que fuera una dedicatoria fuerte, sólida… categórica; ya en la última parte, al hablar de afecto y amistad, se perdió la formalidad y por eso, quien redactó la dedicatoria, mezcló tipos de letra, así se nota un pulso más libre. No soy grafólogo, es lo que veo en ese textito escrito a mano.
La pregunta que me intriga es la que me he estado haciendo desde que leí esa dedicatoria: ¿quién demonios es Javier? A sabiendas de que “imperativo categórico” es un término filosófico enmarcado en la ética y empleado por Kant, supongo que el tal Javier y su amigo eran proclives a la filosofía.
No creo que hayan sido estudiantes, dado que se trata de un libro de literatura y no es ni siquiera una de las mal llamadas novelas filosóficas, como La nausea, sino que es una obra recreativa que un estudiante de filosofía promedio no tiene tiempo ni interés para leer, a menos que sea de esos que le hemos puesto el cuerno a la literatura con la filosofía para al fin volver al seno del hogar. La otra pregunta que me asalta sobre el tal Javier es, si quien le regaló el libro le tenía afecto y ambos amaban la lectura y vivir “basados en un imperativo categórico”, ¿por qué se deshizo del libro?, ¿o Javier murió y sus familiares desecharon todas sus cosas, incluyendo lo contenido en sus amados libreros? Imposible saberlo, los libros dan tantas vueltas que no me quiero ni imaginar dónde podrían estar ahora los que he regalado, los que he prestado y no me han devuelto y los que me han robado deliberadamente, dado que todos ellos tienen escrito mi nombre, la fecha y lugar de compra, incluso hasta las circunstancias en que los adquirí.
Este tema me resulta intrigante, sobre todo al escuchar anécdotas de libros que han hecho misteriosos viajes hasta llegar a su lector elegido o legítimo dueño, tal fue el caso de un amigo mío cuya historia cuento para ilustrar un poco mi interés en este tema. Resulta que hace años, Ángel Acosta le regaló a El Huesotes un libro del maestro Ricardo Garibay pues el imberbe mozalbete había mostrado cierto interés en este autor. Pasó más o menos un año hasta que un día, mientras Ángel deslizaba la vista en la estantería de una librería de usado, vio el nombre de Ricardo Garibay en el lomo de un libro. Siendo uno de sus autores predilectos, tomó el ejemplar y lo abrió, se sorprendió al ver que era el mismo que le había regalado a El Huesotes, lo identificó por la dedicatoria, la fecha y la firma. No lo dudó y lo compró, obviamente que el majadero muchacho fue vetado de la mesa de café donde solemos sesionar. Dice Ángel que está guardando el libro en espera de que llegue su verdadero lector (ya tiene las obras completas de Garibay en edición de lujo). No es ficción, es completamente cierto, tanto que El Huesotes admitió haber recibido 20 o 30 pesos por ese librito que a Ángel, nuevo, le había costado la búsqueda y alrededor de 150, y usado, en la segunda compra, 80 pesos.
Volviendo al tema de Javier, de repente pensé en extraer cuidadosamente esa hoja y desecharla pero, ¿Javier hubiera estado de acuerdo?, quiero pensar que no; además, como no soy de la idea de maltratar los libros, ahí se queda esa dedicatoria, y al ponerle más abajo mi nombre y la fecha de compra, agrego la pregunta ¿quién demonios es Javier?
Por eso, si algún remoto día ven entre los usados algún libro con mi nombre en la portadilla, no duden en comprarlo para no perderle el rastro y luego avisarme, yo sabré recompensarles el favor.
Por cierto, ahora que el trovador cubano se ha vuelto a poner de moda por el dueto con Calle 13, ¿han escuchado Silvio Rodríguez en Chile?, está de lujo, sobre todo “Concierto andino” y la versión de “La maza”, que es lo que se oye en el Winamp de mi pascalina mientras escribo esto.