Reían los instrumentos de cuerda a mitad de la Sinfonía 39 de Mozart, y la Orquesta del Teatro de la Gärtnerplatz de Munich demostraba su eficacia en un Palacio de Gobierno abarrotado y sin cohetones, en la segunda semana del Festival de Música de Morelia.
Por Omar Arriaga Garcés
Como en conciertos previos, entramos ruidosamente al recinto con un contingente nutrido de melómanos que tampoco había podido llegar a tiempo.
¿A qué mentir? No escuchamos la primera obra de Joseph Haydn, la Sinfonía en la mayor Hob. 1:87, pero atestiguamos el Concierto para corno no. 3 de Mozart.
A diferencia del día anterior, cuando no fueron audibles las últimas notas del último movimiento del último cuarteto de cuerdas de la noche, el no. 3 de Shostakovich, ejecutado por el Cuarteto de Cuerdas de Moscú, no hubo explosiones en la Catedral que opacaran el eficaz desempeño de los músicos, una máquina aceitada como fábrica de automotores, como tren ligero o como equipo de futbol bávaro.
Mozart es como Shakespeare: no pueden los intérpretes con sus traducciones personales echar a perder la grandeza de su partitura; aunque no fue el caso de la orquesta de Munich, que sin despeinarse en demasía arrancó pedazos de felicidad a los instrumentos.
Es la felicidad de Mozart (y no de Shakespeare), ésa que se toma por ligera cuando no hay nada más complejo que su madurez, una madura felicidad capaz de reírse de sí misma, de darse a manos llenas en cada pasaje y de retroceder con mil matices cuando es necesario.
La Sinfonía 39, una de las más hermosas del austríaco, una de “las últimas tres joyas a la corona de su creación sinfónica”, según el programa de mano del Festival de Música de Morelia, llegó al colmo del virtuosismo y la alegría, la profusión de detalles y la profundidad en el segundo movimiento, “Andante con moto”, en el que literalmente la sección de cuerdas de la orquesta alemana reía.
Habría reído de todos modos aunque una orquesta sin director se hubiese aprestado a tocarla, pero fueron audaces los músicos muniqueses: tanto al ejecutar la sinfonía como al venir a México, cuando en Europa se publican portadas de diarios como la de Le Monde francés: “La revuelta de los mexicanos contra el Estado-mafia”.
Así las cosas escuchando al músico más influyente de la historia, el tocado por la gracia de dios, la cúspide del Occidente, en el indispensable y luminoso festival de un país que se desmorona y pone en entredicho los ideales de ese mundo que viera nacer a Mozart, que son los mismos que -corrompidos- se prologan hasta nuestros días.
Nada es para siempre, sólo la música de Mozart podría serlo.