LA RECOMENDACIÓN DE LA SEMANA
Encontrar en el rockabilly una voz potente, cargada de sensualidad, que sea como unir a Billy Holliday, Janis Joplin y Areta Franklin y lanzarlo por lo altavoces, es un tanto complicado, por eso, cuando uno escucha una voz así, aquello se vuelve toda una experiencia digna de ser narrada.
Eso me pasó cuando escuché por primera vez a la dublinesa Imelda May, una cantante excepcional que en 2014 nos deleitó con Tribal.
Rockabilly puro, rudo, agresivo, bien ejecutado, muy al estilo de Stray Cats, The Nu Niles o Robert Gordon, ya de entrada Imelda May pone los puntos sobre las íes en Tribal, que retrata perfectamente ese sentir cuando se pertenece a una de las denominadas tribus urbanas, que no sólo dan una identidad, sino un sentido de pertenencia.
Sin esas payasadas de la “guerrea empoderada” que tanto gustan a las feminazis, esta cantante irlandesa, con un ritmo más cercano al psychobilly, nos regala Wild woman, una joya que narra ese cambio de actitud hacia ese despliegue de fuerza que toda mujer que se forja en el camino tiene en su interior, siendo implacable y a veces malvada pero siempre intensa, una belleza pues.
Regresando a un sonido más tradicionalista en el rockabilly pero sin disminuir en fuerza interpretativa, It’s good to be alive es una canción que, en verdad, les va a gustar, y es que no importa qué tan mal se esté, al final de cuentas es bueno estar vivo pues si algo tenemos seguro es que vamos a morir. La canción tiene imágenes realmente hermosas desde un punto de vista poético, y es que en Imelda May la ingenuidad que recuerda los 50 (malteada y baile) se ve superada por la voz de una mujer que se canta a sí misma desde sí misma.
Variando un poco el ritmo, Gypsy in me es una balada rock romaní sumamente bien ejecutada, con toda la sensualidad de Imelda May al cantar, con un solo de guitarra que recuerda al guitarrista canadiense gitano Adrian Raso. La canción es sencillamente hermosa y, al igual que en Wild woman, refleja esa naturaleza dormida, a veces oculta intencionalmente. Otra balada es Little pixie, en alusión a estos personajes de la mitología inglesa, y habla de alguien que, bajo el encanto de esta especie de hadas, simplemente no cede a los deseos del pretendiente, hermosamente descorazonador.
Así como en el folk estadounidense está The House of the Rising Sun, Imelda May nos propone la leyenda un lugar igual de enigmático, sórdido y lleno de pecados, pero éste, a las afueras de Dublín, en el bosque, conocido como Hellfire Club. Un rockabilly muy bien ejecutado, en el que se nota que esta mujer no es ninguna improvisada en el género pues ya desde los 16 años anda en estos menesteres con cinco discos en su haber, así que es garantía de calidad, lo que también se evidencia en otra rolita cargada de energía y un contrabajo que le da la fuerza característica del género, Five good man.
Por su parte, Ghost of love, con una entrada un tanto rara y un sonido más opresivo, más una historia que habla de los despojos que dejan el tiempo y el amor, como en cualquiera que los haya padecido, rompe perfectamente el esquema del disco, lo cual le quita lo predecible, pues hay álbumes en los que basta escuchar los primeros segundos de cada track para saber de qué va el asunto.
En conjunción con Ghost of love, Wicked way va más o menos por el mismo camino, pero es aún más sórdida, más sentida, más erótica, más pasional. “Invítame a pecar, quiero pecar contigo”, dice no recuerdo qué cantante mexicana; “Wanna have my wicked way with you / with no one else in view / oh this fire in my heart so hot / that it’s burnin’, burnin’ through”, dice Imelda May.
Para retomar el camino, un rocanrol bastante agradable, incluso dulce y amoroso es el que Imelda May nos regala en Round the bend, y es que, si alguien ha estado enamorado, sabe que perdona cualquier defecto de la prenda amada, aún si se opone a lo que regularmente estamos acostumbrados. Algo similar nos platica en ese rockabilly con aires de surf que es I wanna dance, una pieza excelente para sonorizar una fiesta: cállate y baila.
Volviendo a ese ritmo pesado y agresivo con que inicia el álbum, Right amount of wrong sigue en la tónica de las dualidades, como diciendo “estás bueno pero quiero que seas malo”, esa perversión que fascina, esa maldad que encanta, como una relación sadomasoquista. La mejor manera de cerrar un disco que de principio a fin sorprende con la excelente calidad de los músicos, arreglos muy bien hechos, una buena producción, letras muy logradas, a ratos sumamente poéticas, y una voz excepcional que en pocas cantantes, no sólo de rockabilly, sino de rock en general, he podido escuchar. Vaya, Tribal, de Imelda May, es un discazo que no debemos dejar de escuchar.