El problema, Francisca, no es que no puedas hacer las cosas. Todo puedes hacerlo y llegar hasta donde quieras… O casi, pues, a punto de alcanzar tus metas, o cuando ya las has alcanzado pero tienes que mantenerte ahí, hace su temible aparición el boicot. Pero no es algo externo, ¿eh?, sino que dentro de ti, poco a poco, empieza a gestarse la gran zancadilla, una patada en el culo a todo tu esfuerzo. Empiezas a desbaratar, con viveza incluso, todo aquello que habías alcanzado o construido. Claro que siempre, al final, tienes que echarle la culpa a alguien más, ¿de acuerdo? Así somos los niños grandes.
De un tiempo a esta parte, y cada vez con mayor frecuencia, están llegando a las consultas de siquiatras y sicólogos, y también a las urgencias de los hospitales, casos de personas, en su mayoría jóvenes al inicio de la edad adulta, que sienten una especie de caos personal que incluso puede poner en riesgo su vida.
Estos individuos se sienten consigo mismos en un casi permanente estado de confusión, como si no tuvieran una identidad que los sujete a la realidad.
Padecen verdaderas dificultades para regular sus necesidades por sí mismos —de ahí que sean llamados niños grandes—, por lo que se encuentran a merced de sus propios impulsos, a los que no saben poner un límite.
Viven en una permanente inestabilidad emocional, en una especie de montaña rusa de la cual, y esto es lo grave del problema, pueden salir despedidos en cualquier momento.
Me levanté, ¿y sabes qué vi? Mi cuarto hecho un auténtico desastre: la ropa tirada por todas partes, pisoteada, sucia, miles de envolturas de comida con restos descompuestos, semen en las almohadas, en las cobijas, ceniza de cigarro sobre los muebles, latas lo mismo de cerveza que de refresco adheridas a la televisión, todo revuelto, confundido, perdido. ¿Cuánto tenía así? Bien a bien, no lo sé. Pero no tenía mucho, ¿ah? Recuerda que tú me visitaste ¿qué?, ¿hace un par de meses?, y todo estaba limpio, ordenado o, al menos, habitable.
Los niños grandes pueden experimentar miedo y mayor inseguridad en sí mismos cuando están, precisamente, a punto de conseguir algo importante para ellos, lo cual los lleva a retroceder. Esto significa, por ejemplo, dejar los estudios justo antes de graduarse, destruir una relación cuando parece que funciona o fallar en el trabajo.
No sabía a qué atribuirle lo que había pasado. ¡Todo iba tan bien! Mi relación con Daniel, mis prácticas en González-Marshall y Asociados, mi rutina en el gimnasio —había conseguido que empezaran a notárseme frente al espejo, aunque el trazo era aún muy tenue, los oblicuos—, el nuevo departamento, las tardes en que solía ir a dar la vuelta por ahí en bicicleta, ¿recuerdas? Pero un día, por una estupidez, todo eso se acabó. ¡Pum, a la mierda! Se jodió. Valió madre. Dejé de ir al despacho, de salir a pasear, de ver a Daniel. Incluso abandoné la muy saludable costumbre de bañarme todos los días. ¿Y sabes, Francisca, qué fue? El pavo.
Viven, pues, constantemente en los extremos. Pasan con relativa facilidad de la euforia a la depresión, del amor al odio, de la ingenua credulidad a la desconfianza paranoide, del amor al odio, y todo porque su estructura mental no les permite integrar, sicológicamente hablando, los matices, degradaciones ni ambivalencias: es un todo o nada.
Sí, el pavo. ¿Recuerdas la cena de navidad? ¿Que me dieron un pavo en el despacho que yo te di tal cual para que lo prepararas? Íbamos a pasar una linda navidad, ¿verdad? Daniel se había ido a San Antonio para estar con sus papás, pero nosotros no nos quedaríamos atrás: nuestra celebración sería estupenda. Y así fue: rellenaste el pavo con fruta cristalizada y lo preparaste con una receta que te dio nuestro amigo el chef, y además hiciste una pasta deliciosa en crema de chile poblano y un puré de papa como no había probado en la vida y unos panecillos rellenos de queso crema y mermelada de zarzamora francamente inolvidables, y entre una cosa y otra nos zampamos no sé cuántas botellas de sidra, no sé cuántos chocolatitos con toda clase de rellenos coloridos. Éramos los mejores amigos y esa era la primera vez que decidíamos no pasar la navidad en familia.
¿Y después de la cena? Pues, los regalos, los abrazos, las fotografías. Nos tomamos muchas fotos y también vimos algunas comedias y nos reímos a rabiar. Hasta que terminamos rendidos, ¿te acuerdas? Rendidos y muy llenos. Y fue eso, Francisca: yo estaba a dieta.
La autoimagen también cambia rápidamente: de extremadamente positiva a extremadamente negativa.
Existe en los niños grandes la tendencia a establecer expectativas demasiado elevadas y poco realistas sobre sí, lo que termina dando lugar a una intensa disforia, esto es, a una combinación de depresión, ansiedad e ira y vergüenza contra ellos mismos: sienten de un modo intenso casi cualquier emoción dolorosa a la vez.
Lo peor es que no me di cuenta de inmediato, ¿sabes? O sí. Me di cuenta de que la había cagado: deseaba que, al volver de Texas, Daniel me encontrara perfecto, pero esa nochebuena había acabado para siempre con mis sueños, y de aquella sugerencia de oblicuos que había empezado a dibujarse en mi abdomen no quedaba absolutamente nada. Nada. Era un auténtico marrano.
Tendría que haberte dicho: no, Francisca, yo como lechuga, y no esa fruta cristalizada, que es pura azúcar, y no esa carne jugosa ahogada en un baño de luminosa mantequilla. Me como un pan integral si gustas, debí decirte, pero no me acerques esos panecillos perversos en cuyo interior acecha medio kilo de queso crema con mermelada de zarzamora, y después reírme. Reírme y disculparme: por favor, Francisca, no puedo, sé que eres una excelente cocinera, gracias.
Pero no. No me negué ni me disculpé ni hice el más mínimo intento por dejar, aunque fuera un minuto, de atragantarme con todo aquello.
El pensamiento psicótico a menudo se desarrolla cuando la disforia se acentúa.
Debido a estos padecimientos se dice que los niños grandes viven en el límite entre la realidad y la sicosis.
El principal síntoma psicótico son las distorsiones perceptivas. Los caracteres psicóticos dominantes se centran alrededor de los sentimientos de derrotismo, sentido de maldad, cólera y autodestrucción.
Y hoy en la mañana me levanté y me di cuenta de que tenía el departamento hecho un chiquero. Entonces, empecé a sacar cuentas, y sí: he dejado de hacer mil cosas, cosas que, si cualquiera me hubiera preguntado justo antes de navidad, le habría dicho que eran fundamentales para mí. Ni siquiera he permitido que Daniel me vea en este estado. ¿Y todo por qué? Por ese maldito pavo. Tenía que tragármelo todo, hartarme hasta el infinito, como siempre. Me comí dos platos de pavo, Francisca, ¡dos! Y después, no conforme con eso, me zampé… ¿cuántos platos de pasta? ¿Dos, dices? Fueron más, estoy seguro. ¡Estaba desatado! Yo que me había dicho: ahí la llevas, te estás poniendo cada vez más guapo. Tres debí comerme, a lo menos. O más incluso. Y luego esos malditos panes. ¡Fueron cientos! Por cierto, ¿por qué retacaste el pavo de fruta cristalizada si sabías que estaba a dieta? Perdóname que te lo diga, Francisca, pero fue muy desconsiderado de tu parte. ¿Sí recuerdas quién puso el pavo, verdad? Sí, qué linda fuiste al invitarme a tu departamento para pasar juntos la nochebuena, pero preparaste el pavo como se te dio la gana. Fruta cristalizada. Te valió madre que estuviera a dieta, ¿no? ¿Qué querías que cenara? ¿O esperabas que no cenara, más bien? No, perdóname mucho, Francisca, pero es hora de que te diga las cosas COMO SON.
Un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por extremos de idealización y devaluación es también parte de los síntomas de los niños grandes.
Es frecuente que estos sujetos, cuando perciben que una persona a la que habían idealizado muestra despreocupación por ellos, desencadenen una ira inapropiada.
Pueden mostrar sarcasmo extremo, amargura persistente y explosiones verbales, expresiones que suelen estar seguidas de pena y culpabilidad, lo que contribuye a acentuar en ellos el sentimiento de que son malos.
*Los textos en cursiva son adaptaciones de artículos que aparecen en usuarios.discapnet.es/border.
*El texto forma parte de la antología Lados B 2015, editado por Nitro-Press. ¿La quieres comprar? Pínchale acá.
Iván Sierra (Obregón, Sonora, 1984) Narrador. Fue editor cultural del periódico sonorense Expreso y coeditor de la revista Vice México. Ha colaborado, entre otros, en los diarios Reforma, La Razón (España), Milenio (Colima) y El Imparcial (Sonora), así como en las revistas Vice, Errr, Pánico, Pez Banana, Kátharsis XXI (Nuevo León), La Lectura (Argentina), Anders Behring Breivik (Sonora) y las electrónicas Hyper Animals y Letras Explícitas. En 2014, publicó de la mano de Errr su primer libro de no ficción, Chinga tu madre, papá, del que se desprendió el proyecto musical y de spoken-word Lo Único Que No.