Dirigida por el iraní Jafar Panahi, Taxi Teherán (Taxi, 2015) es una mezcla de documental y ficción que fue presentado en el Festival de Cine de Berlín, en donde se alzó con el Oso de Oro, máximo reconocimiento del certamen. En México es distribuida Cine Caníbal y forma parte de la 60 Muestra Internacional de Cine.
Acusado de hacer “propaganda contra el régimen”, Panahi fue sentenciado a seis años de prisión domiciliaria y veinte de inhabilitación para hacer cine (previamente pasó casi tres meses encerrado y fue obligado a pagar una fianza estratosférica para esperar el veredicto en libertad). Pero mientras tanto, Panahi no ha dejado de hacer cine: el drama Pardé (2013), codirigido con su colega Kambuzia Partovi, así como el celebrado documental Esto no es una película (In film nist, 2011), se añadieron a su filmografía pese a la prohibición.
El director monta una cámara en el tablero de un taxi, en un estilo que remite claramente al drama sobre ruedas 10 (Dah, 2002), uno de los mejores trabajos de su compatriota y mentor, Abbas Kiarostami, quien falleció hace apenas unas semanas. El vehículo conducido por el propio cineasta es abordado por una variedad de personajes: una maestra, un ladrón, un vendedor de películas piratas, un par de ancianas parlanchinas, una abogada liberal y una inquieta pequeña que replica alegremente al conductor. Cada uno a su manera hace referencia a los problemas que enfrenta la sociedad iraní. Todo ello contado con desenfado y con el aplomo de un director que se empeña en evadir las restricciones impuestas por un régimen que se caracteriza por el férreo control de la libertad de expresión.
Inicialmente Panahi empezó a filmar su película con personas que lo abordaban al azar en las calles, pero tras encontrar dificultades para mantener la privacidad y garantizar la seguridad de sus potenciales personajes, decidió hacerlo con actores (profesionales o no), cuyos nombres son mantenidos en secreto, haciendo alusión a una peculiar reglamentación del ministerio de cultura que sentencia que únicamente los filmes aprobados por los censores deben presentar créditos.
La sencillez y naturalidad de sus ricos diálogos es solo aparente (se hace como sin querer un recuento de la filmografía del cineasta), ya que se tocan gran cantidad de temas que preocupan a los sectores liberales de Irán: el doble discurso de las clases dirigentes, el deterioro de las libertades civiles y los presos políticos, que se ven obligados a realizar verdaderas huelgas de hambre (no como las que de tanto en tanto han hecho algunos políticos mexicanos), para llamar la atención de los organismos internacionales.
Panahi utiliza no solamente las cámaras instaladas en el vehículo para contar su historia, también aparecen una cámara digital para un supuesto proyecto escolar, un testamento videograbado con un teléfono y una Tablet que muestra imágenes de esa “realidad sórdida” que tanto odian los censores iraníes. Las anteriores son algo más que muestras de las posibilidades narrativas que ofrece la tecnología. Taxi Teherán no olvida las obsesiones temáticas del cineasta: la libertad de expresión y la situación de las mujeres en la sociedad, simplemente las presenta con un formato más entretenido, con grandes dosis de ironía, que no ocultan la valentía necesaria para realizar esta obra imperdible.