Antes de subir al escenario, la solista Elena Mikhailova avisó que para el violín podía ser una noche difícil. Y lo fue, a pesar de lo cual el público moreliano no dejó de rendirse ante la rusa.
Y es que la apertura del XXVIII Festival de Música de Morelia (FMM) Miguel Bernal Jiménez tenía como nudo el Concierto para violín en Re menor opus 57 de Jean Sibelius, una obra “muy muy difícil” de compaginar con la orquesta: “El violín a veces se queda un poco pequeño para lograr un sonido grande, tiene una dificultad bastante compleja”, refería la intérprete sobre su miedo de no poder escalar esa montaña.
Sin embargo, apenas concluir el primer movimiento, un “Allegro moderato”, el respetable no pudo aguantar las ganas y explotó en aplausos, aun cuando los cánones dictan que se debe esperar hasta que termine todo el concierto. Pero no fue para menos.
Aunque el inicio había sido dulce, como trino de ave, de pronto aquello se volvía gitano: uno se hallaba en una obra teatral o en una ópera, el violín ascendía y bajaba, y el contrabajo le respondía, y hete aquí que aquello era ya Sibelius aunque à la Paganini.
La orquesta subió también, mas fue sólo una premonición; volvió la música íntima, como de cámara, el violín se hizo más y más penetrante, agudo, y los 65 músicos de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), dirigidos por Juan Carlos Lomónaco, lo siguieron, si bien de a poco el drama regresó y aquello se puso obscuro y wagneriano, y el violín de Mikhailova como el de Jascha Heifetz tocando Los caprichos.
Y siguieron luchando y persiguiéndose hasta que finalizó el primer movimiento; por eso no fue sorpresa que el público aplaudiera antes de tiempo, aunque al concluir el segundo -“Adagio di molto”- se volvieron a escuchar sus palmas. Cuando terminó el tercero y último, los aplausos ya eran de la rusa, y ésta no se hizo mucho del rogar para ejecutar un encore.
Un crítico musical, sin embargo, ya se había levantado de su butaca en el Teatro Morelos, y se dirigía al baño mientras comentaba que a la violinista le había faltado fuerza, que su instrumento estuvo poco “luminoso” y que la orquesta había terminado por opacarla, lo que al público pareció no importarle. Y uno se quedaba con un palmo de narices, sin saber si había subido la montaña o era una ilusión.
Antes, la OSY había interpretado una obra basada en el libro homónimo de Jorge Luis Borges, Ficciones, de Mario Lavista, uno de los compositores más importantes de México, cuyo estreno estuvo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Minería en 1980.
Ficciones tuvo ese toque de angustia y esos escenarios oníricos y delirantes que sólo la música contemporánea sabe crear, en este caso con un sabor cercano a la Consagración de la primavera de Stravinsky, por la sensación primitiva y sacrificial que transmitía; mientras que después del intermedio la OSY concluyó con la Sinfonía 1 en do menor opus 68 de Johannes Brahms, una catedral de la música “de las más hermosas de todos los tiempos”, en palabras de Lomónaco, plato fuerte del repertorio de la orquesta del sur de México.