En aquel pequeño país americano se aproximaba la fecha de elecciones.
El Señor Presidente se paseaba con nerviosismo por su despacho. Era cerca del mediodía y se hallaba reunido con su secretario.
–Te lo dije –empezó el mandatario– No me cae nada bien el nuevo candidato que tiene nuestro principal partido opositor. De antecedentes intachables, honesto… con lo que puede lograr, entre otras cosas, que el pueblo crea en él; rubio y casado con bonita señora rubia, y con varón y nena, también rubios, reuniendo el perfil exacto de lo que el pueblo considera ideal. ¡¡Ah!! y hasta juega bien al golf.
–No creo que sea para intranquilizarte –exclamó seguro el secretario.– Ni siquiera va a llegar a hacerte sombra en las elecciones.
–Te noto muy confiado. Pero yo no lo estoy, en absoluto, creo que es un peligro inminente que nos acecha. ¡Maldición! ¿Por qué habrá aparecido? ¡Si veníamos tan bien! ¡No teníamos oposición para lograr el nuevo mandato!
–Dionisio Barrera no va a llegar lejos. –volvió a decir el secretario desde su sillón.
–Han hecho una buena campaña proselitista que puede conducirlos al éxito. Quedaríamos afuera justo en el mejor momento ya que tenemos prácticamente adjudicadas dos importantísimas factorías extranjeras que nos llevarían a enriquecernos a lo grande; por supuesto, también iba a ser fuente de trabajo para muchos a quienes les vendría como una bendición de Dios por el desempleo que hay. –hizo una pausa y se detuvo pensativo. –Correr el riesgo de perdernos esto sería más que una lástima.
Luego de llamar a la puerta, entró uno de los integrantes del personal de servicio, anunciando:
–Señor Presidente, el aperitivo está servido.
–Tenemos que pensar algo, sí, un buen plan. –le dijo a su secretario al tiempo que se dirigían a la sala contigua.
Mientras desayunaban, Dionisio Barrera le decía a su esposa:
–Anoche tuve un sueño grandioso. En este país ya no gobernaba el tirano que está ahora. Dios me había concedido el mando para restaurar la justicia y la igualdad en el país. Luchaba donodadamente en contra de la pobreza y el desempleo, contra el autoritarismo y los bajos salarios… y lo maravilloso era que las cosas se iban concretando… el pueblo notaba las mejoras… el país empezaba a florecer.
–¿No es demasiado idealista? ¿No es un sueño muy difícil de hacer real?
–Se puede convertir en realidad si la vocación de servicio es auténtica.
Ella tomó la mano de su marido. Sabía bien acerca del convencimiento que tenía.
El discurso había sido brillante y el pueblo colmaba la plaza y la principal avenida de la ciudad capital. El candidato caminaba ahora entre la gente que lo estrechaba ovacionándolo.
¡Era la esperanza de tantos! ¡Tantas ilusiones había depositadas en él! ¡Un país nuevo, libre y progresista!
El hombre joven se abrió paso con agilidad ente la muchedumbre.
Cuando estuvo cerca del candidato, a pocos pasos, extrajo de su campera una pistola automática descerrajándole tres disparos.
Hubo gritos, alboroto, corridas; pero Dionisio Barrera yacía en la calle sangrando profusamente al haber sido alcanzado por dos de los balazos en el cuello y la cabeza.
Los guardias aferraron al asesino, quitándole el arma, retorciéndole un brazo y aplicándole un golpe.
Conducido de urgencia al hospital, Dionisio Barrera había dejado de existir pocas horas después.
El presidente, desde su despacho, junto a su secretario, habían presenciado todo lo ocurrido por la enorme pantalla de televisión que tenía, como si el espectáculo hubiese sido una serie más de intriga y acción, pero en directo, y, dos días después, nuevamente reunidos, le dijo a su secretario:
–Bueno, no podemos quejarnos, salió todo perfecto, un teatro bien armado; hasta ese detalle que el criminal tuvo remordimientos y se confesó arrepentido, pidiéndole disculpas a la mujer y a los hijos del candidato, fue por demás creíble. A propósito dio unas zancadas deteniéndose frente al ventanal junto al enorme cortinado, y miró hacia el cielo. Se veía alejarse un avión.
–Ahí se lo llevan al asesino y bien lejos. No quiero verlo nunca más en mi vida. Que no se olviden de raparlo, afeitarle el bigote y entregarle los nuevos documentos y de largarlo bien lejos, porque aquí está cumpliendo “perpetua”. En fin, soy de cumplir con mi palabra. Así es el poder, tiene sus cosas desagradables que uno igual tiene que hacer.
Permaneció en silencio unos instantes y luego, mirando a su secretario, agregó –¿Sabés? anoche tuve un sueño grandioso y era que este país comenzaba a reflorecer en todo, pero para lograrlo, necesitaba tener el camino despejado, para el bienestar total.
*Julio García Ventureyra (Argentina) es autor de cuentos, novelas y guiones cinematográficos, tanto cortos como largometrajes. Ha publicado los libros Cuentos con final feliz (Madrid 2005, Ediciones Scherezade); La Nieve y el Fango (Madrid, 2006, Ediciones Scherezade), y La Misionera de los desamparados (Madrid, 2012, Editorial Casa Eolo).