El estreno de una nueva versión de la Danza de la catrina, de Román Revueltas, quien dirigió a la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes (OSA), fue la obra que más llamó la atención del público en la clausura del XXVIII Festival de Música de Morelia (FMM) Miguel Bernal Jiménez.
Aunque no muy disciplinados al inicio, porque ya más de la mitad de la orquesta había tomado asiento y el solista saludaba al respetable, los músicos -sobre todo de la sección de cuerdas y metales que habían arribado corriendo al escenario, como si se les hubiera hecho tarde para ir al trabajo- tuvieron una interpretación ejemplar, llena de soltura y solidez.
El Teatro Morelos lucía algunos lugares vacíos en la parte baja y grandes huecos en la de arriba, algo que no era de esperar en la clausura del FMM.
Carlos Felipe de Habsburgo, presidente del patronato del evento, comentó que fueron 735 artistas de ocho países los que se presentaron en esta edición a la cual consideró un éxito, dado que los conciertos habían tenido “muchos aplausos”.
Luego, entre risas y murmullos de la concurrencia, se proyectó un video que resumía las actividades de este año, porque el audio iba y venía: no se escuchaba casi cuando de repente subía al máximo el volumen, aunque con interferencia, lo que provocaba las interjecciones entre los asistentes. No obstante, estos aplaudieron cuando el clip terminó, más por apoyo al FMM que por deferencia.
Parecía que ésa sería la tónica del concierto, la misma que durante el resto del festival, de aplaudir a todo lo que se moviera, inclusive entre movimiento y movimiento de una misma obra, pero por fortuna el público supo dirimir en esta ocasión cuando debía aguardar y cuando batir sus palmas.
Cuando finalizó la primera obra de la noche, la Danza de la catrina, aun el crítico más difícil de complacer -acaso el único de la ciudad- gritaba bravos y aplaudía sin descanso, pero no era para menos; esta vez el recurso del aplausómetro era efectivo y reflejaba lo ocurrido sobre el escenario: las pequeñas explosiones de los distintos segmentos de la orquesta que por partes dialogaban unos con otros para, después, conjuntarse y yuxtaponerse, y dar la impresión que algunos cuadros de Rufino Tamayo ofrecen, al mezclar lo mejor del arte contemporáneo con elementos que uno no sabría bien cómo describir, pero que sin duda siente que son suyos.
La obra, basada en los grabados de José Guadalupe Posada y en el célebre cuadro “Sueño de una tarde de domingo en la Alameda Central” de Diego Rivera, fue una verbena popular, una algarabía de música como de viento y percusión con la sombría celebración de unos violines que acudieran a un funeral o que estuvieran dando cuenta de lo más obscuro de una pesadilla a la que, sin embargo, se despertaba más tarde en medio de una fiesta.
Aunque la obra no era nueva y había sido compuesta en 2013 para conmemorar el centenario de la muerte de Posada, la versión sí lo fue y con esta orquestación fue un digno final para el FMM.
Vino después la Rapsodia sobre un tema de Paganini opus 43 de Sergei Vasilievich Rachmaninoff, uno de los mejores compositores de todo el siglo XX, considerado un romántico tardío, al que interpretó un joven Rodolfo Henkel al piano, sin demeritar en ningún momento la calidad de la obra, que no da pie a la relajación y en la que con dificultad encuentra el espectador donde encajar sus inhalaciones y exhalaciones, puesto que su intensidad corta por pasajes completos la respiración.
Cerró el programa tras el intermedio la Sinfonía 4 opus 36 de Piotr Illich Tchaikovski, en el que la OSA mostró el buen estado de forma en que se encuentra, por la precisión y exactitud de su ejecución, en una obra que no es menos compleja que la de Rachmaninoff y que por instantes lleva a los músicos hasta la extenuación -sobre todo en el cuarto movimiento, “Finale. Allegro con fuoco”- por lo hondura de sus pasiones.
Quizá con mejor suerte que la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) -que abrió el evento- y sin duda con más tiempo de trabajo juntos, los músicos de la OSA clausuraron un evento que si bien ofreció muy altos momentos tuvo mejores días, a la espera de que el año entrante la edición número XXIX recobre el nivel por el que el FMM es considerado el mejor festival de música de concierto del país.