Omar Arriaga Garcés/Guanajuato
Haciendo que hombres y mujeres se desnudaran en Guanajuato y San Miguel de Allende, para provocar, pero también para interactuar con los habitantes y cambiar su visión frente a ciertos tabúes (lo que fue reflejado en un breve film de apenas algunos minutos), Spencer Tunick fue el encargado de abrir la gala de clausura del decimocuarto Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF 2011).
El fotógrafo estadunidense, que en 2003 hizo que más de siete mil personas se desnudaran en Barcelona, y que para 2007 en el Zócalo de la Ciudad de México elevó la cifra a la inusitada cantidad de 20 mil, arribó a Guanajuato días antes para trabajar en un proyecto fotográfico, en esencia semejante a los que ya había hecho, pero conceptualmente distinto, sin los grandes tamaños que, a la distancia, hacían que sus composiciones tuvieran un no sé qué de impersonal.
Lo cual puede parecer contradictorio en alguien cuya prima materia es el cuerpo humano. No obstante, al ver las fotos de estas series, uno puede darse cuenta que la identidad de los hombres y mujeres expuestos no es el tema central, antes bien, que éstos se han desvanecido hasta el punto de no ser más que otro número en una disposición visual que alude a figuras geométricas y posee cierto toque de arte minimalista de principios de siglo XX.
Esta vez, sin embargo, no sólo se trató de cifras, sino de una labor íntima, en contacto directo con los habitantes de dos ciudades pequeñas, cuyos accesos principales son callejones en los que es imposible no mirar una instalación con desnudos, y menos si ésta se aparece frente a uno al doblar en la esquina; caso de varias personas que se hallaron con hombres o mujeres sin ropa encima de algún teléfono público o en la entrada a restaurantes o establecimientos comerciales.
Las cámaras captaron no catarsis masivas, sí a la gente pensando y sintiéndose culpable o estupefacta por lo que estaba viendo, como un grupo de monjas en San Miguel Allende; a excepción de ciertos voyeurs, mirones pues, que se quedaban quietos con la boca semiabierta para admirar el esplendor del cuerpo humano al natural, hasta que los policías arribaban y Tunick debía esconder los rollos que ya había tomado.
Pero el fotógrafo no sabía que estaba en México: con calles cerradas a la circulación espontáneamente y una patrulla de nuestro heroico cuerpo de policía haciéndosela, como vulgarmente se dice, de pedo, pudo verse en el film a un hombre del staff de Spencer arreglándose con un uniformado del mismo modo en el que los habitantes de este país se arreglan con los agentes de la ley: con una mordida, situación que arrancó las risas del público.
El único inconveniente de este trabajo de Tunick en Guanajuato: cuando las mujeres eran fotografiadas solas el rostro no se les veía, contrario a los hombres, de quienes la mayor parte de las veces podían distinguirse los rasgos faciales.