Una de las pocas sorpresas del verano cinematográfico estadounidense ha sido indudablemente Baby, el aprendiz del crimen (Baby driver, 2017), sexto largometraje en la ascendente carrera de Edgar Wright y apenas el primero que filma en la Unión Americana. El director y guionista británico es reconocido por ágiles comedias marginadas por las grandes distribuidoras, ejemplo de ello son Hot Fuzz (2007) y la estupenda Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The world, 2010). Su más reciente trabajo se sale un poco del registro pero ha recaudado hasta ahora cien millones de dólares desde su estreno a finales de junio en los Estados Unidos, triplicando con ello sus costos de producción, toda una sorpresa para una temporada tan desabrida.
La película es una hábil mezcla de comedia, acción y musical que transcurre en las calles de Atlanta. Es en ese lugar en donde Baby, un joven introvertido que oculta una tragedia familiar, se dedica a conducir autos de escape para una organización criminal con la única intención de saldar una cuantiosa deuda. Pero tras haber realizado lo que considera su último trabajo y fascinado por los encantos de una mesera con la que comparte su afición musical, Baby descubre que no será tan fácil romper los lazos que lo unen a su peligroso pasado.
Wright, quien tenía en mente este proyecto desde hace muchos años, pensaba en la manera en que podía utilizar una serie de canciones para musicalizar una película de atracos y persecuciones automovilísticas, lo que con el tiempo se convirtió en la idea central de Baby driver. El orden y la selección de los temas musicales fueron meticulosamente elegidas para contar segmentos específicos de la historia. La nutrida banda sonora incluye a bandas como Queen, The Damned, Simon & Garfunkel, Blur y Beck, con piezas que por lo general no ocuparon lugares importantes en las listas de éxitos.
Ansel Elgort, el joven protagonista del filme, es conocido por sus papeles en cintas de corte juvenil. En esta ocasión no solamente destaca por su aspecto casi infantil (a pesar de su gran estatura), sino por su gran sentido del ritmo, el cual se nota en las secuencias coreografiadas. El resto del reparto se nutre con actores como Kevin Spacey y Jamie Foxx, en un plan odioso, además del ex The Walking Dead John Bernthal, la mexicana Eiza González e incluso Flea de los Red Hot Chili Peppers tiene un pequeño rol en la cinta.
Es cierto que hay situaciones que se notan forzadas, que parece que ya hemos visto cientos de veces (la mesera linda y comprensiva, las feroces persecuciones en auto, el tipo que nunca se muere y el siempre inalcanzable “último trabajo”), incluso algunas de las líneas de los actores han sido tomadas de otras películas, pero de alguna manera se nota el compromiso de Wright de ofrecer su toque personal en esta encantadora amalgama de clichés.
Baby driver es la obra más ambiciosa del cineasta británico, pero al final es solo una gran película de género, la cual condensa los mejores aspectos del cine de Wright con una lucidez encomiable y sin perder el humor que lo caracteriza. Parece querer decirnos que en este mundo no hay acciones sin consecuencias, pero su filme es ante todo entretenimiento puro, la clase de cinta que cumple, que tiene lo que hay que tener y un poco más.