Hablar del Burning Man es referirse a uno de los festivales más propositivos en el mundo, una reunión anual que concentra a más de 80 mil personas que por una semana pernoctan en Black Rock, una ciudad efímera en el desierto de Nevada. Regido bajo 10 principios que incluyen aspectos ecológicos, artísticos y de convivencia, el “Hombre en llamas” es casi una utopía, pues ahí no hay comercio, no hay nada a la venta, solo se intercambia comida, abrazos, suvenires, pequeñas obras de arte y sobre todo mucha charla entre miles de desconocidos que pueden andar como Dios los trajo al mundo, si así les da la gana.
Dos mexicanos decidieron conocer este mundo casi fantástico, y para que la experiencia fuera completa, renunciaron al avión y al automóvil, se montaron en una motocicleta y emprendieron la ruta desde Morelia, sin importar clima, inseguridad y otros desafíos. Sus nombres: Ahmed Alí Ozsu Medina y Rodrigo Esquivel, un par de amigos que se dieron sus propias vacaciones con tal de conocer las entrañas del festival y, de paso, explorar sobre dos ruedas lo mejor del paisaje nacional.
“La invitación al Burning Man nos la hizo nuestro amigo Jon La Grace por ahí de febrero; sabíamos que los boletos no son fáciles de conseguir, pero ya decididos pudimos comprarlos y yo solo puse un comentario sobre la mesa: me voy en moto, o no voy”, nos cuenta Rodrigo, a quien sorpresivamente se le sumaba Ahmed, sorpresa no porque no le tuviera ganas al festival, sino porque nunca se había subido a una moto ni para ir por las tortillas.
La Grace y Ahmed coordinaron el TEDx Morelia en 2016, del que Rodrigo formó parte como conferencista, una charla donde precisamente se refiere a las experiencias de viaje y cómo éstas pueden cambiar, para bien, al ser humano. “Hice un viaje en moto por once meses al lado de mi esposa: de costa a costa en Estados Unidos y de ahí súmale Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile. Cuando regresé quise compartir mi experiencia, porque más allá del viaje está el aprendizaje en el camino, tolerar a tu copiloto y que él o ella te toleren a ti”.
Sin más, estos morelianos se subieron a la moto y pasaron por Guanajuato, Aguascalientes, Zacatecas, Durango y Chihuahua, para luego cruzar la frontera y rodar por Nuevo México, Texas, Arizona y parar en Nevada. Un total de 3 mil 700 kilómetros manejados por Rodrigo, pero con un Ahmed que aprovechó para tomar muy buenas fotografías con todo y el viento en contra. Lluvia, frío y calor extremo; nada los detuvo porque por nada se iban a perder el Burning Man.
El festival
La palabra más común con que te reciben en las inmediaciones del festival, nos siguen relatando los entrevistados, es “welcome home”, y aunque parece que ya has llegado, aún falta desierto qué recorrer, una inmensa nube de polvo que se va cuando por fin arribas y entonces sí ya eres parte de la ciudad emergente. Ahmed y Rodrigo forman parte de una curiosa estadística: menos del 1 por ciento de asistentes en la historia de este evento han llegado en motocicleta, hazaña que sin duda no olvidarán. Describir con detalle a ese monstruo en llamas es imposible, y si eres primerizo no alcanzas a recorrer ni una décima parte de lo que ofrece, agregan. Se trata de un campamento masivo donde puedes llevar desde una sencilla tienda de campaña hasta una casa rodante, dependiendo de tu presupuesto y los integrantes del grupo.
Una de las zonas centrales del festival es “La Playa”, donde la gente debe ofrecer algo a quienes pasan por ahí: comida, agua, café, snacks; pero siempre con la peculiaridad de las caracterizaciones, así que te encuentras con el bar de los osos, o el bar de los conejos; te encuentras con un sitio exclusivo para carnívoros donde ofrecen cientos de kilos de carne para quien lo quiera y si caminas más lejos te puedes topar con un viejo en pelotas regalando raspados en medio de la nada. “Esa es la dinámica del festival, dar lo que tengas sin esperar nada a cambio. Y como nosotros solo llevamos nuestra presencia, regalamos abrazos, sonrisas y plática”, remata Ahmed.
Música, performance, esculturas, instalaciones y meditación forma parte de esa ciudad que por la noche es una fiesta, con miles de luces, maping, psicodelia, desenfrene, bicicletas y miles de pies en movimiento, siempre con uno de los principios básicos en mente: no dejar rastro de basura, ni el más mínimo. “Sí, es un sueño y en muchas zonas la liberación sexual es a tope, pero siempre hay reglas, normas que debes de seguir o simplemente no participas; y si descubres que alguien se está pasando, sabes dónde y cómo denunciarlo. La creencia de que el Burning Man es el paraíso para consumir drogas es un mito, una leyenda, porque por más ciudad alternativa que sea, no puede salirse de las leyes norteamericanas”, concluyen.
Lo cierto es que de cinco años a la fecha el encuentro ha crecido de forma exponencial, pero por fortuna sigue siendo un espacio donde puedes llevar a toda tu familia, niños incluidos. “Es una gran oportunidad para desconectarte de todo, porque no hay señal de celular, no hay zonas de Internet, y para quienes tenemos nuestra oficina en el teléfono, sirve para olvidarnos al 100 por ciento de todo”, añade Ahmed, quien coincide con Rodrigo en que asistir al Burning Man es una gran inversión, totalmente distinta a cualquier festival de música o de artes.
«Teníamos dos retos: primero llegar en la moto, y claro, tolerarnos tanto en el viaje como en la misma estancia. Es bien complicado, porque son muchos días de estar literalmente pegados, pero lo logramos, salimos juntos y regresamos juntos», finalizan, no sin advertir que quieren regresar al próximo año, pero ahora sí, armados con mucho arte o comida michoacana, para intercambiar algo más que afectuosos abrazos.
Los 10 principios del Burning Man
- Inclusión radical
- Regalar
- No mercantilizar
- Autosuficiencia extrema
- Autoexpresión radical
- Esfuerzo comunal
- Responsabilidad cívica
- No dejar rastro de presencia
- Participación
- Inmediatez
¿Por qué se llama Burning Man?
La celebración nació tras una vieja costumbre entre amigos de beber a la orilla de la playa y después de algunas cervezas incendiar un hombre hecho de madera. Lo que fue tan solo una diversión evolucionó a un festival masivo, pero la quema del hombre de madera se sigue cumpliendo a manera de ritual.