Valencia.- Vivo en el barrio de Patriax. Un pueblo dentro de Valencia capital que mantiene una imagen pintoresca que recuerda a los años cincuenta. Casas grandes con balcones y jardineras y plazas extensas donde los críos juegan mientras sus padres beben cerveza. Patriax es uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad y no es casualidad que no se advierta la constante presencia de migrantes como en otros puntos de la ciudad.
Dentro de esa tranquilidad engañosa, en Patriax las llamas del odio están encendidas. No exagero. El periodismo se enriquece de accidentes. Al menos mis historias me llegan como una llovizna repentina o un golpe no esperado. En Patriax, en Carrer del Mar 129, se erige un cuartel de la Guardia Civil que, como en todos los recintos policiales, solicita el más elemental sentimiento de repudio. Generalmente se observan patrullas y tipos uniformados que vigilan el edificio como si se tratara de un santuario sa(n)grado. Pero hoy, siete de octubre, la movilización del odio hizo de ese santuario común un punto de reunión de aquellos que apoyan el nacionalismo español más radical y, simplemente, sin lloriqueos, esa situación me estremeció hasta la medula. No exagero, repito.
Primero, estruendo de motores, gritos confusos, después palabras claras: “Viva España”. “Apoyo a nuestros amigos”. “Viva España”. La imagen ante mis ojos se puede describir así: los Hijos de la Anarquía entrando a Charming-Valencia para visitar su negocio legal, una prostíbulo-casa-porno que protegen con la vida y a cuyas trabajadoras demuestran un amor incondicional como si fueran parte de su familia. Los guardias civiles-prostitutas reciben a los jefes en motocicletas, dioses que recorren las carreteras promoviendo el orden y la unidad, herederos de las causas justas, según ellos.
La escena es inverosímil: decenas de motociclistas se estacionan frente al castillo de la policía. Se bajan los veteranos del ejército. Los miro. Sí, van vestidos con chalecos de cuero. Es ¿Charming? No, es Valencia. Me acerco al que parece ser el líder. Me mira con desdén y yo de arriba para abajo y veo sus parches de “Presidente”. No es broma. Es el líder del primer y único MC militar” en España, “un club de motoristas compuesto por ‘Veteranos de las Fuerzas Armadas de España” (Ejército de Tierra, Ejército del Aire, Armada Española y de la Guardia Civil, fundadores de La Legión Española). Pomposo el asunto.
Se me nubla la cabeza, qué carajos estoy viendo. No lo voy a negar, están grandes, fuertes, y no muy viejos para ser veteranos. “Viviendo bajo un mismo código de valores y nuestra pasión por nuestra ‘Patria’ y por las motos, rodamos libres bajo la bandera de ‘Veteranos MC España’. Si estás en activo o has servido en nuestras Fuerzas Armadas, si te sientes un ‘Veterano’ y te gusta rodar, seguro que puedes tener un sitio entre nosotros”, dice su lema para sumar a más adeptos. Carajo, estoy en Europa, perdón, en Valencia. (Aquí tengo que hacer un paréntesis que servirá para otra columna. En Valencia nacieron los Levantinas y España 2000. No me voy alargar pero son organizaciones fascistas -brazos derechos-ultaderechos de la policía- para entrenar a cabrones que golpean, amedrentan y difunden el terror entre la población a palos).
-¿Y van por toda España en moto?, y ¿qué hacen?, le pregunto al presidente de la MC mientras sostengo la compra.
-Vamos donde nos necesiten nuestros compañeros, me contesta. Al verlo, enfundado en cuero y con una Harley entre sus ingles, me recuerda a los cabrones de la serie Hijos de la Anarquía. Bueno, específicamente a «Jax» Teller.
-Se parecen a los personajes de Hijos de la Anarquía, le digo todavía con la compra en brazos.
-Nosotros somos otra cosa (risas), me revira.
Pasa de mí y se dirige a la entrada del castillo de la Guardia Civil. Abrazo mis litronas (caguamas) para sacar el celular con la mano derecha y tomar una foto que confirme mi experiencia. La tomo rápidamente para evitar malos entendidos. El cuero me distrae, las motos, las banderas de España. Todo es una mamada. Lo peor es que tengo seis por ciento de batería y las cervezas se me calientan.
Los amantes de España y la unidad, y del Ejército, y de las instituciones, entran al castillo. Veo a uno que se rezaga.
-Oye, me puedo tomar una foto contigo, las motos están muy guapas. Le digo para ver si puedo sacar otra imagen sin que se encabrone la banda o me dé un madrazo.
-Sí, me contesta. Me acerco a él y la batería falla.
-Uy, se me apagó el móvil (celular), exclamo para rematar: pero están guapas sus motos.
El tipo me ve raro y sigue a los demás veteranos enfundados en cuero. Machos de cepa, españoles de cepa. Los veteranos en cuero están en Valencia para apoyar a los antidisturbios que golpearon a catalanes indefensos. Cabe recordar que el primero de octubre pasado el gobierno central trasladó a miles de policías nacionales y de la Guardia Civil a Catalunya para repartir palos a quienes tuvieron la osadía de votar y decidir si querían o no la independencia de España, de la corona, de mantener a un Felipe de Borbón que les declaró la guerra en cadena nacional el tres de octubre.
Observo a una distancia segura la entrada gloriosa de los veteranos, representantes de una parte de esa España extraña que en el nacionalismo encuentran una seguridad inopia, un patriotismo que hace que sus vidas tengan sentido. No lo entiendo.
Por las calles de Patriax la gente aplaude. Señoras toman fotos y sus esposos aplauden también. ¡Viva España!, gritan. ¿De qué unidad hablan?, me pregunto.
Valencia vive una jodidez permanente y no es secreto que el Estado los mantiene de rodillas, con sueldos de mierda y una segregación cultural muy marcada. Me parece que están locos, los valencianos y los veteranos enfundados en cuero, ambos. Nadie habla de la violencia que vive Catalunya, de la violencia que se avecina, del oscuro futuro que tiene el país. Hablan de la indignación de que Catalunya se quiere separar, piensan que “unidos seríamos más fuertes”. No justifican la violencia, pero los derechos humanos, como se dice en este país, “que se los den por el culo”.
Vivo en Patriax, y me gusta, aunque no me acabo de adaptar. Mientras los veteranos hacen gala de la unidad española, en la Plaza Patriax se lleva a cabo una feria medieval. Mundos paralelos. A unos cuantos metros de la viva representación del fascismo, la gente lleva a sus hijos a comprar nieves y comprar chucherías. España está rota, dividida, o simplemente no entiendo.
Llego a casa y pongo las litronas en el refri. Prendo la computadora y busco en Internet a los Veteranos del Ejército. Veo videos de odio, de rabia. Esta España está mal y me duele. Valencia me duele, España me duele, Catalunya me duele.
No puedo entender cómo hay movimientos que apoyen el odio, cómo la movilización del odio se extienda por moto. Pero así es España.