I
Es octubre en la Ciudad de México y los días después del terremoto del 19 de septiembre han vuelto a su miserable cotidianidad. La cabeza del periódico La Prensa del miércoles, 4 de octubre, dice: “Se acabó” y luego se lee: “En lo que serían las últimas acciones de rescate se logró recuperar un cuerpo más”. Un día después el mismo diario, que retrata la podredumbre humana, advierte con foto estridente: “Ejecutadas”. Parece que los feminicidios no paran en este país y en este lugar. Ese día sin embargo, la Ciudad de México está soleada, transparente. Todo vuelve a comenzar —eso creemos— para esta urbe amenazada por inundaciones, temblores, cenizas de volcán y otras linduras.
Ese jueves aproveché para hacer un recorrido simbólico por algunos sitios afectados por el sismo. La intersección entre la avenida Amsterdam y la calle Laredo hay un hueco, le falta un edificio. En la esquina de la calle Chilpancingo frente al parque México está uno desalojado, marcado con el número 105, y a lado de éste otro en la misma situación. Ahí hay una manta de un negocio que dice que se cambiaron de dirección y piden a la comunidad que apoyen para reactivar la economía de esta coqueta colonia llamada La Condesa.
Más adelante, por si fuera poco, está el monumento al desastre y la tragedia en la Ciudad de México: Álvaro Obregón con el número 286. En ese monstruo construido en los años sesenta murieron la cuarta parte de las personas fallecidas en el sismo del 19 de septiembre, es decir 49 personas, de más de 200 en toda la ciudad. El ambiente alrededor de esas ruinas es de bares con música a volumen y con pequeños grupos de jóvenes ahí reunidos. Hay otros sitios casi vacíos y el tráfico alrededor de las calles todavía cerradas, de Medellín y Álvaro Obregón, vuelve a su normalidad, es decir, lento y complicado. A pesar de todo, ese jueves fue un buen jueves: sol, nubes blancas y cielo azul. El viernes no se diga: sol, nubes blancas y cielo azul. El fin de semana por el estilo.
II.
Un día después del sismo, el 20 de septiembre, la fotógrafa Corina Herrera, del diario El Heraldo de México y yo coincidimos en Coyoacán por el derrumbe de un edificio que nunca sucedió. La acompaño a la Condesa que era un hormiguero humano, pierdo pista de ella pero más adelante me regala una foto en la que aparezco viendo los periódicos en un puesto dentro del metro Patriotismo.
En la calle Amsterdam había un grupo de jóvenes que venían desde Ecatepec para apoyar la gente de La Condesa. Ellos vienen de la empresa Jumex y a la pregunta de por qué andaban hasta acá, la respuesta de uno de ellos fue “porque aquí andaban muy mal las cosas”. Por ahí veo al reconocido flautista Horacio Franco dirigiendo un grupo de motociclistas para ir por más víveres. Horacio con cierto histrionismo pero sin pretensiones intenta conducirlos como si fuese el flautista de Hamelin, pero sin flauta.
En el centro de acopio del parque México cientos de jóvenes van pasando galones de agua o bolsas con latas de comida y medicinas que van llegando, de pronto nos dicen que necesitan quince personas para ir a la colonia Roma porque un edificio colapsó. El grupo, en su mayoría también son de Ecatepec, trepan a la caja de un camión. Yo que no traía ni casco ni guantes sólo alzo los brazos y ellos me jalan para subir al transporte que nos llevará al lugar del derrumbe.
En la esquina Manzanillo con Baja California, el edificio que según estaba abajo no se había desplomado aunque sí desalojado, dirigimos el transito en la esquina y acordonamos para evitar que coches pasen por ahí y así evitar posibles accidentes provocados por las vibraciones en el suelo que provoquen el desplome. Por lo menos estas fueron las instrucciones que nos dio un militar el cual no volvimos a ver en la noche. Las energías del grupo se fueron diluyendo con el pasar de las horas. A la once con la lluvia y el cansancio la gente fue desapareciendo. Yo decidí que era momento de volver a casa. Mis compañeros, con guantes, picos y palas, ya no estaban. Se habían ido. Sólo se quedó uno dispuesto a apoyar en lo que fuera necesario.
III.
El resto de los días en esa semana de septiembre, después del movimiento telúrico del martes, fueron por el mismo tenor: grises, tensos y en vigilia. En la calle de Chimalpopoca esquina con Bolívar, en la colonia Obrera, en donde calló un edificio en el que trabajaban costureras, había decenas de voluntarios que iban dispuestos a todo. En una pared cercana el edificio colapsado se leía: “MoReNa construyendo el futuro de México”. Anuncio bastante irónico para el paisaje de ese sitio: fúnebre, de máquinas y gente dando de mazasos a fierros y piedras. Grupos de feministas, entre ellas la periodista tapatía Mariana Recamier, estaban muy atentas a lo que sucedía en ese espacio, es que las mujeres que trabajaban ahí eran coreanas indocumentadas y con tratos laborales poco claros.
En Tlalpan, donde colapsó otro edificio, decenas de jóvenes dirigían el tráfico y pedían entre los autos que apagaran sus luces porque había peligro de fuga de gas. Otros más pedían condones para tapar esas fugas. Esto último sonaba ridículo. Más cuando una veintena de policías se encontraban parados sobre Tlalpan sin hacer nada, tal vez dirigiendo el tránsito y sin intentar desviar a los automovilistas para alguna calle alterna a Tlalpan y así aminorar un riesgo.
El jueves 21 de septiembre estuve monitoreando la transmisión de ForoTV, que como señalaban algunos era como ver las Olimpiadas porque pasaban de la natación a la gimnasia aunque aquí era pasar tristemente de un derrumbe a otro. Y ahí apareció el tema de la niña Frida Sofía, que según estaba bajo los escombros de la escuela Rebsamen, en la delegación Tlalpan, y que tuvo sus días de fama hasta que los conductores Denise Maerker y Carlos Loret de Mola salieron a argumentar, junto con la reportera Danielle, quien se encontraba a fuera la escuela, que ellos no se equivocaron y que corroboraron la información que los almirantes, que estaban al frente del rescate en ese sitio, les dijeron que había una niña llamada Frida Sofía bajo la escuela destruida y que estaban por rescatarla. Al final de ese show “olímpico”, la única Frida que existió en todo esto fue una perrita labradora de la Marina que anduvo buscando a personas atrapadas bajo escombros. Esa perrita ya es un ícono pop en la Ciudad de México y todos los chilangos quieren fotografiarse con ella.
Los días de esa semana fueron así. Todavía el sábado a las ocho de la mañana la alerta sísmica sonó y despabiló a sobrios y borrachos, que intentaban retomar la vida normal de fin de semana. Por fortuna, ese sismo no resulto de gravedad, pero todos pedíamos —me incluyo— ya un poco de tregua. Fue difícil lograrlo. Todos queríamos salir corriendo de esta pesadilla llamada Ciudad de México.
IV.
El 27 de septiembre fue mi cumpleaños número 39. Fue un día cualquiera, más después de un sismo como el del 19 y siendo miércoles, el peor día para cumplir años no se los recomiendo. Decido perderme por la colonia Roma, para al final llegar a una librería de viejo daña por el temblor. Se llama A través del espejo que días antes habían anunciado que habría libros de hasta diez pesos. En un papel pegado en la puerta del número Álvaro Obregón 118-A se lee: “Nuestra hermosa librería quedó my afectada por el temblor del 19S. Estamos rematando libros para poder reconstruirnos”.
Selva Hernández, dueña de esta librería, me cuenta que nunca imaginó que hubiera tal convocatoria, pues había filas y filas de personas esperando entrar para llevarse paquetes de libros. Tenían que desalojar 60 mil de más de 120 mil libros. Algunos los llamaron oportunistas a los de la librería. Desde antes del sismo quería reciclarlos y así evitar tener libreros tan altos. Me explica que cerrarán un par de días para remodelar ese espacio, que han sido días agotadores. Inspecciono los pasillos y de pronto veo que sale de entre la pila de libros tirados en el suelo una gatita negra, se llama Günther y ahí vive. Tenía horas sin dejarse ver, me comenta Selva, su dueña. Me siento afortunado de conocerla y trato de fotografiarla antes de partir.
Dejo la Roma para viajar al Centro, habíamos quedado mi tocayo y yo darnos un abrazo por nuestro cumpleaños. Ambos nacimos el mismo día y el mismo año. Él trabaja en una taquería de por allá y me invita una gordita ahogada que emula a las deliciosas tortas ahogadas tapatías, es que la taquería se llama Tlaquepaque, en la que mi cumpleaños se termina con un par de cervezas y conversando con dos amigos que llegaron coincidentemente a ese sitio para echar unos tacos de pastor.
V.
Días antes del sismo del 19 de septiembre, conocí al escritor chileno Alejandro Zambra. Fue en la presentación de la nueva etapa de la revista de la UNAM que hizo bien en invitarme mi querida Emma González. La reunión de intelectuales de la “condechi” fue en el Centro Cultura Bella Época: Volpi, Gordon, Nettel, ya saben muchas celebridades de las letras chilangas.
Zambra tiene poco tiempo viviendo acá en la Ciudad de México. Recuerda, esa tarde del 14 de septiembre, que si dos temas los relaciona con este país, que ahora habita, es Chespirito y los terremotos (ya volveré con Chespirito en otra ocasión aunque Zambra no quiera que publique lo que le pregunté sobre Roberto Gómez Bolaños). Él recordó que en 1985 Chile vivió un sismo catastrófico en marzo, es decir un par de meses antes del que sufriría México. Zambra escribe un artículo la noche del terremoto que apareció publicado el 20 de septiembre en una revista digital de su país, rememora que su abuela pasó con ellos esa sacudida de marzo de 1985, mientras él jugaba taca-taca con su primo Rodrigo. Su abuela los agarró violentamente para llevarnos al patio. Esa noche pensó: “así que esto es un terremoto”.
En esa presentación, Zambra trajo a cuento que el sismo de la noche del 7 de septiembre en la Ciudad de México, una semana antes del 19, el cual también le tocó y ahora supone que vivir estos dos terremotos al hilo (el primero de 8.2 y el segundo de 7.1) lo ha vuelto menos extranjero. Zambra al igual que yo, vivimos el sismo de la Ciudad de México de 1985 pegados a la tele, pues yo vivía —como ya lo escribí en otro momento— en la ciudad de Chihuahua. Él recuerda que esa noche le pedió a su padre que fueran a ayudar a los damnificados pero sólo le lanzó una risotada y le explicó que México quedaba lejos. Zambra creía que quedaba tan cerca como Perú o Argentina. Ahora Zambra dice que a pesar de sentirse muy triste por todo esto, quiere continuar viviendo aquí por muchos años junto con sus esposa que ahora está embarazada. Aquí en esta misma ciudad que me vio nacer a mí en septiembre de 1978 y la cual siempre me sentido un poco extranjero hasta que llegó este sismo que me hizo sentir de esta tierra.
Cuando conversaba con él sobre Chespirito, me contó que en uno de sus libros escribió algo sobre Gómez Bolaños en tiempos del dictador Pinochet. Me interesaba saber qué decía sobre la anécdota del cómico en el Estadio Nacional, en Chile. El libro se llama “Formas de volver a casa”. Fui a buscarlo a los stands de la librería. No pude comprarlo en esa ocasión por falta de dinero, pero regresé el siguiente sábado, post grito aberrante de la independencia de México, de un viernes 15 de septiembre, y lo compre.
El siguiente domingo comencé a leerlo en casa. Encontré algo sobre Chespirito hasta muy avanzado el libro, fueron dos parrafitos. Sí encontré la historia de un niño que vivía en un albergue después de abandonar su casa por ser un damnificado del terremoto en Chile y de cómo era esa vida donde todo era novedad. Confieso que no me gustó del todo la novela, pero mi amiga Jennifer me lo quitó días después en el postrauma sísmico, esto cuando la fui a visitar a su casa. Ella vio una frase que subrayé y que le gustó. Esta dice: “Ahora pienso que es bueno perder la confianza en el suelo, que es necesario saber que de un momento a otro todo puede venirse abajo. Pero entonces volvimos, sin más, a la vida de siempre”. Al día siguiente me contó que esa frase se la compartió precisamente a una mujer que entrevistó, pues trabaja en una agencia de noticias, después de ser rescatada bajo los escombros de un edificio.
VI.
Ha pasado un mes del terremoto de la Ciudad de México. La vida parece que toma su curso de nuevo o eso intentamos. Hay muchos damnificados y más de 5 mil viviendas dañadas. Se van yendo los días de octubre mientras nos enteramos que hubo varios temblores leves desde el lugar donde escribo todo esto, se llama Coyoacán y este fue su epicentro. Ojalá sean solo fake news. Pero creo que no, sí sucedieron y yo ni los sentí ¿o todo será una mentira? Pienso que sólo falta que el epicentro del próximo terremoto sea mi corazón, de hecho creo que sentí uno al sureste, el lunes de esta semana, a las cinco de la tarde. No sé.
En algún sitio de mi casa conservo una imagen del sismo del 19 de septiembre. Hay diez rescatistas sobre escombros con el puño en alto. La imagen es de la fotógrafa Berenice Fregoso y fue la portada del viernes, 22 de septiembre, en el diario donde ella labora. “No es fácil hacer fotos en estos momentos, tampoco ganar una portada ahora que se están produciendo tantas imágenes de gran calidad. Hoy estoy agradecida de estar viva y poder seguir trabajando”, escribe Berenice en su cuenta de Instagram.
Cuando me obsequió esa foto en papel mate, me explicó que los rescatistas levantaron el puño pidiendo un minuto de silencio porque acababan de encontrar a una persona sin vida. Si vemos la imagen sin contexto podríamos pensar que la expresión de ellos es de triunfo. El puño en alto yo lo vi por primera vez la noche del 19 de septiembre, frente a un edificio colapsado, en la unidad Tlalpan. Cientos de personas ahí reunidas intentado ayudar en algún momento alzaron los puños y de ahí se vino una ola de silencio. Después se escuchó un grito. En realidad no sé si existió tal grito, pero en ese silencio algo se movió. La experiencia vivida esa noche me llevó a escribir algo que fue de lo poco que pude expresar en redes sociales durante esos días de septiembre. Puse lo siguiente: “Hoy volví entender lo que es el silencio”. Vuelvo a mirar esa foto que me regaló Berenice. Pienso que es el triunfo de una dolorosa memoria. ©