Por Gabriel Andrade
Mi primo cristiano me dijo que yo tengo fe y no sólo eso, sino que la transmito, y ello le ayuda a que también él la tenga. No estaba afirmando que yo fuera creyente de su institución religiosa, en realidad se refería a que estoy creyendo en él.
Es que estamos haciendo un video sobre él como profesor de squash y para mí es importante creer en lo que trato de comunicar. Me dijo que a veces dudaba de sí mismo, ¿y quién no?, pero me dio a entender que en estas interacciones con la gente que nos aprecia se fortalece nuestra fe en nosotros mismos. Eso entendí. Lo que me sorprendió fue verme como transmisor de fe, verme diciendo a alguien “creo en ti” aunque fuera involuntariamente. En ese momento en el sistema de metro de la ciudad de mi mente se estrellaron dos vagones ocasionando un accidente notable. Un vagón fue el verme a mí, ateo desde la adolescencia, como creyente de algo, de lo que sea; el otro vagón se llama la idea del mito de Yuval Noah Harari. Me explico: en su libro Sapiens, explica que la revolución más grande que vivió la raza humana fue la invención del mito, que en pocas palabras es una idea creída por muchos. De alguna manera los mitos constituyen la base de la cooperación en cualquier sociedad. El mito entre mi primo y yo es que él es la mera pistola para dar clases de squash, de ahí surge nuestra cooperación. Entonces entendí la verdadera grandeza del cristianismo: de alguna manera las ideas de Jesucristo se las arreglaron para convertirse en un mito en el que no cientos, ni miles, ni millones, sino miles de millones de personas cooperan sin conocerse para mantener vivo a su Dios, sí, con mayúsculas; es más, todas mayúsculas, con comillas, espacio entre letras, subrayadas y en su propio renglón:
“D I O S”
La cooperación que mantiene vivo al dios cristiano tiene distintas dimensiones: desde unas señoras recolectando dinero en el semáforo para construir la parroquia de la Virgen del Rosario en Infonavit Héroes de la Reforma, hasta el genocidio causado por la conquista de América. En medio hay infinidad de matices, lo importante es que mediante millones de actos cooperativos, la idea ha sobrevivido a lo largo de cientos de generaciones y miles de años. No quisiera dar demasiado crédito al cristianismo en esto, no es la única religión milenaria. Hablo de ella porque la tengo a la mano. No olvidemos al islam, al judaísmo, al budismo, las religiones africanas, el maniqueísmo, el antiguo Egipto y todas las demás.
Yuval Noah Harari habla de otros grandes mitos: la justicia, la libertad, el individuo, las marcas, el Estado, el dinero, y otros tantos. Del dinero dice que probablemente sea el sistema de cooperación más grande jamás inventado y si nos detenemos a pensarlo, es fascinante. Cuando era adolescente me gustaba decir en mi mente “puto dinero” cada que no tenía suficiente para comprar algo. Lo que en realidad quería decir es “odio tener que enterarme así de que para lograr ciertas cosas necesito esforzarme durante algún tiempo” pero no lo sabía.
Lo que realmente causó la colisión de vagones mentales fue la conclusión de que un dios es la suma de las cosas que se hacen en nombre de una creencia. En Lucas 6:44 Jesús le dice a sus discípulos: “por sus actos los conoceréis” y tiene mucho sentido, pero ahora imaginemos que dialoga con su padre, con dios padre, y le dice: “Por las obras de la gente que cree en ti, te conocerán”. Tratemos de visualizar todas las acciones que han sido realizadas en nombre del dios cristiano, ¡todas!, hagamos un esfuerzo mental por visualizar cómo han afectado el ritmo de la historia, cómo han afectado decisiones políticas, militares, económicas, tecnológicas.
Pero también consideremos esas pequeñas decisiones basadas en la idea del dios cristiano: cuando un cholo le pide a la Virgen de Guadalupe que le favorezca en la riña que tendrá con otro cholo que también se ha encomendado a la virgen morena, cuando un adolescente se siente culpa porque le gusta alguien de su mismo sexo y no va a poder seguir lo de varón y hembra los creó, cuando una mujer ataca a otra mujer por tentar a su marido porque Adán era bueno e inocente, pero Eva pecadora y medio putona, esos momentos de angustia ante la muerte de un ser querido que son amortiguados por la idea de un paraíso en la vida siguiente. Tal vez no lo tengamos del todo claro, pero nuestro día a día está plagado de ideas cristianas.
Si un dios es la suma de las acciones realizadas en su nombre, tendremos que aceptar la irrupción de otros dioses en la historia. Justo después de verme siendo transmisor de una pequeña fe, entendí que nuestra realidad está llena de muchos dioses pequeños. Pensemos en la última decisión que tomamos. Por ejemplo yo acabo de hacerme un té verde con miel ¿Por qué lo hice? muy probablemente porque creo que me dará energía sin ponerme todo loco como lo hace el café. No soy el único que cree esto, varias personas me han dicho que hacen lo mismo y a varias de ellas las aprecio. Me hace sentir bien hacer lo mismo que esas personas, soy parte de un pequeño culto que gira en torno al té verde con miel. Antes de darle un traguito a mi té verde, puedo respirar, pensar en ello y sonreír.
Pero no es el único microdios en el creo, mi época está efervescente de dioses menores: el dios de la redes sociales que con sus pulgares hacia arriba nos da aprobación social y nos recuerda que no estamos solos aunque sí lo estemos, el dios del fitness que nos invita a creer que después de la dieta viene el abdomen plano, el dios de los videos lastimeros concientizadores que protege a las tortugas de los popotes, el dios del feminismo que destruye privilegios y ya no sabe muy bien qué hacer con tantx empoderamientx, el dios gamer y el dios de la series que hacen palidecer a la aburrida, simple y gris realidad, el dios de los deportes cuyos feligreses sentados en un sillón se visten de ilusión portando una playera con el número 7 similar a la que usa el profeta portugués detrás de la pantalla proporcionada por el dios coppel, el dios del rap que no sabe si adorar a las luchas de las minorías o inclinarse ante las modernas venus de Willendorf que también sirven al dios reguetón, el dios lgbt que nos recuerda que love is love, el dios porno que de un lado de la pantalla nos muestra mil manera de hacer algo que del otro lado de la pantalla no puede suceder ni de una sola. El panteón griego es un pequeño pueblo mágico junto a la metrópolis de dioses en la que vivimos.
A veces pienso en la Nueva Jerusalén, ese pueblo olvidado en Michoacán dominado por una secta aislada en la que reina un solo dios. Supongo que así eran las antiguas comunidades con un solo padrecito o un pastor. Se guiaban por un único dios, con un solo rostro y un solo libro que hablaba de él. No digo que fuera fácil, era un dios complicado pero determinado, fijo, funcional. El dios de nuestro tiempo está roto, parece una caja de rompecabezas de cinco mil piezas cada una perteneciente a una imagen diferente. La sensación es nauseabunda, pero puede no serla. Una vez leí que cuando Marco Polo viajó a Asia y conoció al nieto de Gengis Kan, llamado Kublai Kan, este le explicó, desde su majestuoso trono cubierto de pieles, por qué ellos, los mongoles, a diferencia de los cristianos podían conquistar un pueblo sin destruir su religión:
“Nuestro dios es el cielo azul y bajo el cielo caben todos los demás dioses”
Amén.