Ya no estoy aquí (2019) cerró la tercera jornada de actividades de la sección de largometrajes mexicanos en el FICM. Éste es el segundo largometraje que escribe y dirige el capitalino Fernando Frías, quien hace algunos años acudió a este mismo festival para presentar su ópera prima, Rezeta (2012), la cual seguía los pasos de una modelo europea en la caótica Ciudad de México.
Para plantear el contexto de su relato, el director nos sitúa en un lugar y tiempo muy específicos: los barrios marginales de la capital neoleonesa a finales del sexenio de Felipe Calderón. Es ahí donde Ulises lidera una pandilla de adolescentes autodenominada “Los Terkos”. Fieles devotos de la cumbia rebajada y otras expresiones relacionadas con el movimiento Kolombia, los chicos quedan atrapados en el fuego cruzado entre los pandilleros locales y los narcotraficantes, con las terribles consecuencias que ello implica.
Resulta interesante el acercamiento de Frías a esta subcultura tan arraigada en la zona metropolitana de Monterrey. No es un estudio antropológico ni tampoco es una visión caricaturesca de este movimiento reconocible a partir de un muy singular código de vestimenta. Claramente hubo un largo periodo de investigación y todos los actores (no profesionales), son personas que habitan en estos lugares y son muy cercanos a dichas expresiones.
Como ha sido la constante a lo largo de esta edición del FICM, la cinta se ubica en un contexto en el que las organizaciones criminales ganan terreno y la violencia afecta a todos los estratos de la sociedad. Vemos cómo los integrantes de un cartel reparten despensas y pintan las paredes con leyendas alusivas a su organización, también nos muestra como desaparecen a quienes les hacen competencia, un crimen fortuito en el que Ulises se ve involucrado, la causa de su precipitada huida a la ciudad de Nueva York.
La Gran Manzana es una ciudad descomunal en todos sentidos, multicultural y diversa. En un sitio en donde chinos, judíos e inmigrantes latinos conviven de manera medianamente armónica no hay lugar para él. En esa enorme ciudad, Ulises se da cuenta de lo reducido del espacio geográfico en donde se desarrolla el movimiento al cual pertenece.
Ahí también nos percatamos de las dificultades de comunicación que enfrenta el personaje, no solo por estar en un lugar en el que hablan un idioma que él no conoce, sino también porque sus expresiones resultan demasiado extrañas incluso para aquellos que hablan español. Esta fallida experiencia migrante se traduce al poco tiempo en un creciente deseo de volver a casa, aunque ahora todo ha cambiado desde su partida.
No hay mucho que reprochar a la cinta de Fernando Frías. Tal vez algunas situaciones que se resuelven de manera un tanto forzada, como el hecho que obliga a Ulises a abandonar el país. Pero en términos generales es una obra sólida sobre una subcultura específica, sobre su identidad y su arraigo en miles de jóvenes regiomontanos, una bocanada de aire fresco en un mundo que suele ser cada vez más uniforme y repetitivo.
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