Ahora, por ejemplo.
Cada miembro de mi familia se encuentra en un lugar diferente. Mi hija asiste a una reunión social con sus amigas. Mi hijo está dirigiendo al Atlético de Madrid en los cuartos de final de final de la Champions. Mi esposa trabaja en el ayuntamiento de una ciudad vecina. Y yo investigo para una historia ambientada en el siglo XVII, un tiempo que ahora parece mucho más lejano que hace una semana.
Afortunadamente, en esta familia, cada miembro tiene una computadora. O un teléfono. O una Playstation. En las comidas, nos reunimos a narrar cómo van nuestros universos paralelos. Mi hija está llena de anécdotas sobre todas sus amigas, con las que reúne en la aplicación House Party. Tienen tanto de qué hablar entre ellas que me pregunto si están saliendo por las noches a escondidas a alguna discoteca. No sé qué se puede contar durante el día entero sin salir de casa.
Por su parte, mi hijo está negociando para fichar a Neymar. Hace unos días, distinguíamos entre su Champions y la real, la que se transmite por la tele. Ahora sabemos que era solo una cuestión de pantallas. En realidad, la de mi hijo es la única copa verdadera, porque a diferencia de la otra, la suya sí se está jugando.
Si les preguntas, los chicos quieren quedarse aquí para siempre. O al menos, hasta que se acaben los capítulos de Merlí, que vemos juntos por las noches. Es una serie muy extraña, sobre adolescentes que van por la calle sin que los detenga la policía, y se reúnen en un lugar llamado «instituto» donde, al parecer, están permitidas las aglomeraciones. Nadie lleva mascarilla ni guantes, y estoy seguro de que su grado se contagio se volverá exponencial en cualquier momento. Irresponsables.
Para hacer ejercicio, en casa ponemos el juego Just Dance. O lo ponen los demás, porque yo me hice daño en la espalda en la primera sesión, y ahora no puedo danzar. Me he lesionado bailando calypso en la sala de mi casa. Nada me había hecho sentir tan viejo. Pero normal. En estos días, todo se ha vuelto anticuado, perteneciente a un tiempo que ya no existe.
En mi retiro temporal de las pistas de baile, mi opción de relax es la cocina. Soy más ecológico que nunca, porque nada puede desperdiciarse. Un plato tirado a la basura es un viaje adelantado al supermercado, lo que incrementa la posibilidad de contagio. Además, privilegio los productos frescos para llenar las horas. El estofado de hoy me tendrá pelando papas y zanahorias toda la mañana. Así habré consumido un poco del tiempo que me sobra.
La verdad, paso bien el tiempo aquí adentro, sin obligaciones ni estrés. Disfruto de los míos. Y tenemos un balcón donde desayunamos bajo el sol, lo cual es, en estos días, como tener una playa privada.
Trato sin éxito de no mirar la cifra de muertos en las noticias: 1,300 en España, 10,000 en el mundo. Trato sin éxito de no pensar en el futuro.
Las fuentes de ingresos allá afuera se van cerrando. Los proyectos vitales pierden sentido.
Pero yo resido en esta burbuja, pensando a cada instante que, hasta ahora, todo va bien.
Barcelona, marzo 2020
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