Por Pilar Quintero
En casa paterna tenemos una definición para el apellido familiar “Quintero”: persona que se propone algo (bueno o malo, pero que aferra sus pequeñas “garritas”) hasta lograr un cometido. Comento lo anterior puesto que es indispensable para esta narración.
Mi papá: de carrera médico cirujano-partero, corredor a sus más de 70 años y hombre capaz de responder cualquier duda posible con la capacidad de su sapiencia. Lo hace sin haber tocado –ni tocará- una computadora para consultar Google. Mi madre: enfermera, farmacéutica, paramédico y mujer que puede destruirte o amarte con una mirada. Y yo: escultora de profesión, paramédico, maestra de todo nivel que se deje enseñar y la “pinche” de los negocios de mis papás (actividad que realizo por gusto y gratitud).
Desde el comienzo de la cuarentena he sido más que precavida por las atenciones especiales que les debo a mis padres A mi papá le coloco su bata, guantes y 4 cubre bocas listos para la acción. El problema es que a “don papá” (así le llamaré), no le entusiasma cubrirse como tamal en hoja de banana para atender personas, pero lo tiene que hacer. Aquí comienza un camino interminable de dimes y diretes. Yo con mi postura y él con la suya, por lo que decidió salir a seguir corriendo a sabiendas de las recomendaciones (ahora obligatoriedad del aislamiento) y las súplicas de mi parte para que mínimo usara uno de los cuatro pinches cubrebocas que le hicimos especialmente y que están descontaminados en su autoclave (máquina de uso hospitalario que sirve para eliminar cualquier rastro de virus en prendas e instrumental de curación).
Don papá va a un cerro de la familia completamente deshabitado, mientras me quedo con el “Jesús en la boca” hasta recibir su llamada. Eso costó un arduo trabajo, primero que aceptara traer consigo el teléfono celular (exclusivamente para esta situación), y segundo, que aprendiera a utilizarlo. Antes de su llegada hago un acto de complicidad con mi mamá para desinfectarle todo y seguir protocolos que dice él es indispensable seguir… pero que solo se hace cuando yo estoy allí porque él, de ninguna manera, lo realizaría por cuenta propia.
Todo resulta de la siguiente manera: preparo desinfectante basándome en las indicaciones de la OMS para sus pacientes. Lo pongo a disposición de las personas del pueblo, pues muchas veces no tienen recursos para hacerse de los de uso comercial que duplicaron su precio. Limpio su escritorio varias veces al día, también sus pisos, mesa de mayo o curaciones, instrumental, sillas… todas las superficies que un externo haya tocado. La sensación es rara porque pareciera que hacemos cosas buenas que parecen malas, sin embargo, a estas alturas de la pandemia, no me interesa ser la mala, porque también soy “aferradita Quintero”.
Ario de Rayón, Michoacán. Abril del 2020