Una parte de aquella fuerza que
siempre quiere el mal y que
siempre practica el bien.
Fausto, Goethe.
No soy una buena persona. No importa cuántos miles de dólares al daño done la ONG que fundé y dirijo. No importa que ayude a cruzar la calle a la vieja señora Ana. No importa que visite a mis padres cada fin de semana, dejándoles la alacena llena de víveres.
No importa le sea fiel a mi mujer, Susana, a pesar de que constantemente y en distintas circunstancias, las mujeres se me insinúen. No soy una buena persona. Me vale madre la hambruna en África. Odio el paso lento de la señora Ana y más de una vez he deseado al bus escolar le fallen los frenos cuando lo topamos de frente.
El tedio me invade durante las dos horas que estoy en casa de mis padres, siempre escuchando de papá los fracasos de su equipo de fútbol que apenas si puede mantenerse en primera división, y de mamá, halagando falsamente las bufandas que teje mientras cuenta con lujo de detalle las miserables vidas de los vecinos que ni siquiera son dignas de considerarse chisme.
Y si a Susana no le he sido infiel es porque no estoy dispuesto a darle ni un solo peso, propiedad u objeto derivado de un divorcio. ¿Que por qué me casé? Por lo mismo que todos se casan, porque existe una parte idiota que a veces nos domina y nos lleva a actuar de maneras insensatas. En este punto cabe agregar que tampoco la engaño, porque me hastían pensar en nuevas relaciones humanas: el cortejo, la adulación, la empatía… A la mierda.
Prefiero mil veces masturbarme en escenas distintas cada día, ejercitando la que creo es mi única virtud: la creatividad. No soy una buena persona, pero hago buenas acciones todo el tiempo. Incluso mientras duermo sueño hacer el bien porque este demonio que me habita es capaz de todo y yo soy un cobarde, un pusilánime que se defiende del caos con amabilidad, interés y acciones atentas hacia los demás. Soy un cabrón, un desgraciado, un mequetrefe, un insensible, inhumano, egoísta, hijo de la chingada… Eso soy, no se dejen engañar.