Por Raúl Mejía
PARTE UNO
Con Roberto me une una amistad de más de tres décadas. He visto cómo, desde hace muchos años, ha venido construyendo una obra bibliográfica vasta y variada con temas que normalmente me sobrepasan. Desde la perspectiva de alguien que se asume como un lector lúdico sin mayores pretensiones (eso soy) algunos de los temas que aborda en sus libros los considero “para iniciados” y no para quienes solemos ubicarnos como “el gran público”.
Tengo un pequeño libro suyo que me regaló en los inicios de la década de los noventa del siglo pasado. Lo editó la editorial Premiá en su colección El Pez Soluble -gran nombre- y cuyo título es El río en otoño. Un relato incluido ahí (“Beatriz”) tiene unas líneas que “en términos reales” (así se dice en esta etapa histórica) me lo robé y se los mandé, con breves retoques cosméticos, a una mujer que me castigaba con el látigo de su indiferencia.
Chequen si no está como para vencer resistencias femeninas: “A Beatriz la puede encontrar mordiéndose las uñas y entre palabras; usa las palabras para despedirse, para levantarse, para hacer el amor. Las palabras le recorren el pasado como un cuerpo. Por eso es consciente de su fragilidad y cuida lo que dice: que los signos de admiración estén bien puestos, que no falten los adjetivos que la hechizan. Una palabra la trajo al mundo y está segura que una palabra la despedirá cuando tenga que vivir en las historias que no contó”.
PARTE DOS
Cuando Roberto se mete al ámbito de la literatura me resulta cercano. Lo más reciente que le leí fue un ensayo sobre Octavio Paz que se editó en inglés: Ontología y surrealismo. Sobre este libro les tengo dos noticias. La buena es que lo encuentran en Amazon bajo el título Octavio Paz: Antology and surrealism: la mala, que está a precios escandalosamente inaccesibles: en papel cuesta casi dos mil pesos; en versión electrónica, casi novecientos. Así, de plano, matan las ilusiones. Uno piensa a veces que ya leyó todo lo que se podía decir sobre nuestro Premio Nobel y Roberto aporta nuevos lados y aristas sobre el poeta. No es fácil, pero él lo consiguió.
Su más reciente libro (Cruxi-ficciones. Siete escrituras transfronterizas) se concentra en la literatura que se produce en Estados Unidos por parte de escritores de origen mexicano y que uno clasifica como chicanos, mexicoamericanos, transfronterizos y otras categorías. Mi relación con esa literatura es lejana. No ha sido, lo confieso, una escritura que haya seguido con la atención que se merece, por eso el libro de Roberto resultó, en mi ánimo, una sorpresa, un descubrimiento, una invitación.
El tema central que subyace en sus ensayos, sin embargo, no me resulta ajeno. La migración y lo que de ella resulta en términos de novelas, relatos o crónicas sí la he procurado… y vivido.
Tal vez mi primer acercamiento “serio” al tema fue con un libro que, más que hablar de la migración, trata de la colonización/invasión/sometimiento/ por parte de varios países europeos en vastas regiones de África, Asia y América creando una relación que anuló, por muchísimos años y de manera extremadamente violenta, las expresiones culturales y literarias de esas zonas sometidas.
El libro al que me refiero y que leí en los primeros meses de este siglo se llama Cultura e imperialismo, de Edward Said. Su libro es un estudio detallado de algo que las potencias imperiales europeas entre los siglos XIX y XX consideraban “un sistema de dominación que implicaba mucho más que cañones y soldados, una soberanía que se extendía sobre formas e imágenes y comprometía la imaginación de dominadores y dominados y cuyo resultado fue una visión consolidada que afirmaba no sólo el derecho de Occidente a gobernar, sino también su obligación”.
Hay una frase de Said de lo más reveladora: “Sin imperio, no existiría la novela clásica europea tal como la conocemos”. Se los confieso sin pudor: es quizás el mejor libro que he leído sobre el tema del colonialismo cultural. Una experiencia excepcional que les recomiendo.
PARTE TRES
Y bueno, aterrizando en el tema del libro de Roberto, debo decir que mi primera reacción luego de leer la primera parte de sus ensayos fue una conclusión injustificada con veredicto incluido: “no salimos de lo mismo”. ¿Por qué tuve esa temeraria impresión? Porque como el lector aficionado que soy, normalmente los temas de la literatura de origen mexicano en Estados Unidos están, de entrada vinculados a la recuperación de un pasado idílico, una especie de nostalgia por un espacio que geográfico que, aun siendo añorado, tenía (y tiene) las condiciones perfectas para expulsarlos.
¿Existía ese México que abandonaron o es la recreación de algo que sólo existía en la imaginación de quienes escribieron esas primeras muestras de literatura chicana que Roberto reseña? La conquista, el origen rural de los primeros emigrados, las relaciones de amistad que nunca serán iguales en su calidad respecto a las “del otro lado”, el machismo, la violencia… la nostalgia en su punto más alto.
El no pertenecer a ese otro mundo cifrado “en el gabacho” y quizás las pocas ganas de intentarlo. Este tema, el de las reales o aparentes “ganas” de pertenecer a una nueva cultura, tuve la ocasión de observarlo en los años que viví en Estados Unidos. No es un recuerdo que pretenda servir como la “comprobación” de mi distraído punto de vista. Es sólo la anécdota que, personalmente, me confirmaba el poco interés que veía en mis compañeros de las clases de inglés en el lugar donde residí (Westchester, a un lado del Aeropuerto Internacional de Los Angeles): los japoneses rumanos, argentinos, egipcios, africanos estaban involucrados en aprender y hablar en inglés… pero los mexicanos, en ese pequeño espacio de muestra, no.
Hacer una vida, una nueva vida en Estados Unidos no es fácil y menos cuando las circunstancias de la migración son tan específicas como las que se pueden constatar en el caso del éxodo mexicano hacia “el otro lado”. “Pertenecer” a esa cultura no implica que por hablar en inglés las desventajas desaparezcan pero, sólo como ejemplo, los japoneses, chinos, africanos no transcurren sus vidas actuales en las condiciones en que las primeras generaciones de esas naciones migraron a USA.
Pertenecer a esa nación no será algo sencillo (y quizás nunca será realidad esa pertenencia). Basta con ver los recientes acontecimientos en Minneapolis para preguntarse si acaso es menos jodido ser negro hoy, que en la época en que Huckleberry Finn. Ser negro en Estados Unidos es algo que, entre otros, Maya Angelou o Jamaica Kincaid (los ejemplos son muy numerosos) han puesto sobre la mesa, pero sus reflexiones y “búsquedas de sentido” no tienen como arranque (no como ocurre con las escritores chicanos, transfornterizos o mexicoamericanos) el origen remoto en África, Japón, Irlanda, etcétera.
Lo que Roberto muestra en su libro y eso, para mí, fue de lo más interesante, es cómo se va abordando, de generación en generación, “el problema del origen”, el tratamiento de una circunstancia de altos niveles de precariedad sentimental, material, social que se padece en el pueblo de origen y se trata de resolver (o al menos “hacerla visible” -como se dice ahora) en “el otro lado”. La reseña de tres de los escritores cuya obra literaria se ha desarrollado señaladamente en este siglo, muestran un cambio en los temas narrativos, en cierta forma alejados de esa lucha perenne por El Origen.
Denise Chávez: “Tere se da cuenta de que está teniendo un amor de segunda; es la amante de un casado al cual tiene que ver a escondidas en hoteles baratos, profiriendo su nombre en silencio, teniendo a cambio un te amo que no dura más allá del acto amoroso y que se disuelve como la bruma al amanecer. A ello se debe agregar que Lucio cuente con una amante más, frente a lo cual Tere seguirá esperando ser reconocida como la más importante de todas sus mujeres”.
Más adelante, Roberto apunta: Tere reconoce que la relación con su amante no puede satisfacerla del todo, no solamente por lo que conlleva (culpas, exclusiones, negaciones, rechazos, ruegos, esperas inútiles, amor pospuesto), sino por seguir necesitando de algo más que la llene y que en verdad la integre como ser humano o persona a la vida, por ejemplo, “alguien con quien hablar de cosas profundas como el dolor, la muerte, la posibilidad de que existan realidades mágicas”.
Richard Yáñez: “El taller de Tony se defiende, por la parte trasera, gracias a un muro de llantas usadas. Es el lugar predilecto de su perro roñoso quien, como él, es un sobreviviente del desierto que además le ayuda a combatir la proliferación de ratas y serpientes. El apilamiento de las llantas es una metáfora chocante de los problemas que lo aquejan. Reflejo de uso y desuso del progreso, de las cosas que se van quedando al borde del abismo, ahí donde se despeña, de manera cotidiana, la basura y todo aquello que ya no es necesario. En el relato, las llantas apiladas compiten con el diorama de la ciudad, en particular con las montañas Franklin que se encuentran hacia el oeste de El Paso: brillantes al amanecer. Una tras otra, ensimismadas, las llantas aplastan la realidad al negarle la posibilidad de la fuga”.
Sergio Troncoso: un escritor educado en una universidad de prestigio (de la Ivy League) y se asume como un escritor chicano filosófico, se ha ocupado, entre otros temas, de esa otra forma de violencia que hoy campea en nuestro país y ha transformado la convivencia entre Estados Unidos y México (para mal, por si hiciera falta): el tráfico de drogas.
PARTE CUATRO
Mi… digamos, extrañeza frente a la vuelta al pasado cifrado en la conquista de México y “nuestro origen remoto” que leí en la primera parte del libro de Roberto -cuando se ocupa de autores cuya obra se publica y difunde a lo largo de la década de los sesenta del siglo XX- es solamente mi deseo de lector por saber a qué se debe. ¿Es diferente el entorno político, social, económico que provoca la migración a Estados Unidos en esta parte del siglo XXI? ¿Hay formas literarias en la literatura transfronteriza actual que intentan mostrar cómo se está intentando una vida con menos desventajas siendo de origen hispano y sin la recurrente referencia a ese pasado idílico de siglos atrás?
Cuando leí un ensayo de un escritor de origen mexicano -allá por la década de los noventa del siglo XX- me sentí identificado con esa forma de rebeldía frente a un origen que, por muy idílico que sea, es poco habitable. Luego lo confirmé en los años que pasé en Estados Unidos conviviendo con personas inmersas en la precariedad. No sé si este escritor tenga “buena prensa”, si se le considera importante o no pasa de traidor. No lo sé, pero Richard Rodríguez, en esa etapa de mi vida, me sirvió de referente.
Atendiendo a las modas en los decires, puedo afirmar que el autor de Hunger of memory “me representaba” mucho más que otras expresiones literarias de escritores de origen hispano y, al leer el libro de Roberto, me pregunté si no sería pertinente atender también esa otra forma de estar ante las circunstancias. Un forma de rebeldía frente a un sino/destino.
PARTE CINCO (FINAL)
El tema de la migración, decía más arriba, siempre ha sido de especial interés en mi circunstancia de lector. De hecho, me convertí en fan de Zadie Smith (1975) y leí su novela Dientes blancos que escribió a los veintidós años. Es la historia de dos familias en Londres: un africano ya viejo casado con una jamaicana muy joven; otro cuya pareja son también africanos, con hijos: uno volcado al extremismo religioso y la otra defensora de los valores occidentales. Dos familias (y otras periféricas) que sobrellevan una existencia marcada por el racismo, la asimilación, la tolerancia.
Otra autora que me ha dejado gratos recuerdos es Celeste Ng -en Netflix hay una serie basada en su novela Pequeños incendios por todas partes: las tribulaciones de una madre soltera y su hija viviendo en un barrio gringo de clase alta y sobrellevando los mismos temas abordados por Smith (y por Twain, Naipaul, Toni Morrison, Walter Mosley..)
Otra novela con el mismo tema pero a cargo de Philip Roth: La mancha humana, sobre un profesor universitario “casi blanco” que es despedido de su trabajo cuando hace una “broma racista”.
Hay más casos. Me interesa resaltar cómo la “nueva literatura” de minorías étnicas se mantiene en los mismos temas, pero no acuden al expediente del origen remoto en África, Jamaica o Japón. Los resortes que mueven las narrativas en los casos mencionados son otros aunque en el fondo sean los mismos. En una interesante novela de Celeste Ng (Todo lo que no te conté) se traza el mediocre matrimonio entre una gringa con sueños de grandeza que comete la osadía rebelde (valga la redundancia) de casarse con un profesor universitario con méritos y expectativas de ser el hombre que cumpliese los sueños de esa joven típica norteamericana excepto por un defecto que, con los años, se hace un bulto difícil de soportar: el marido es de origen japonés en la década de los sesenta del siglo XX.
Son otros los caminos que se han encontrado para subirse en los temas perennes basados en la exclusión. Un aspecto que no percibo en la narrativa “hispana” en Estados Unidos. No lo digo como reclamo, sino como algo que considero sería saludable se abordara en las historias de latinoamericanos en USA… quizás haya sobrados ejemplos y es mi poco interés el que me deja fuera de esas lecturas.
El libro de Roberto es un notable análisis de las maneras que los mexicoamericanos, chicanos, transfroterizos han buscado darle sentido al hecho de tener un origen en una zona geográfica vinculada a las vueltas y revueltas con el remoto pasado y las nuevas formas de explicar ese pasado de manera “muy moderna” -sin terminar de resolver esa pertenencia al ayer más lejano posible.
Roberto Sánchez Benítez, Cruxi-ficciones. Siete escrituras transfronterizas, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2018.
TE PUEDE INTERESAR:
Imagen superior: Flickr/Gabriel