Por Gabriela Pérez de la Cruz
Las tradiciones, como la vida, cambian con el pasar de los años. Lo que nuestros padres comían, hacían y vivían, claramente no es lo mismo que vivimos nosotros, ni lo que sus padres o abuelos vivieron; sin embargo, hay algunas actividades, acciones, tradiciones y sentimientos que permanecen, que se transmiten de generación en generación, y aunque sufren algunos cambios, como todo en esta vida, el significado perdura, se mantiene en cada una de las personas que integran una familia, un grupo, una comunidad entera.
En San Francisco Uricho, el estilo de vida dejó de ser, para la mayoría, lo que era hace años. Las tierras ya no son trabajadas por familias enteras, solo algunos se dedican al campo, la pesca o las artesanías. Las estufas remplazaron los fogones o chimeneas y a los hornos enormes de barro, el rebozo dejó de usarse para cargar a los niños en la espalda y a cambio, introdujeron las carriolas y cangureras.
Ahora los niños y jóvenes no nos tomamos el tiempo de escuchar a los adultos, sus historias, experiencias y conocimiento. No sabemos sobre plantas medicinales o remedios caseros para los dolores, la comida ya no nos sabe igual desde comenzamos a cocinar para alimentar solo el estómago y no el alma.
A pesar de todo esto, con la Animecha Kejtsïtakua, se nos permite recordar que tenemos un pasado lleno de historia y hermosas tradiciones. A pesar de ser pocas las familias que cuentan con hornos de barro, quienes lo conservan aún, los últimos días del mes de octubre se preparan para hacer “los monitos y caballitos” para las ofrendas, el pan tradicional de la comunidad preparado especialmente para esta fecha, recordando que años atrás era el único pan de la comunidad, y que desde entonces y hasta ahora, ha sido un verdadero manjar.
Anteriormente la gente iba a cortar sus chayotes y calabazas para prepararlos para los altares y las ofrendas, ahora encontraremos afuera de algunas casas a las personas vendiendo estos alimentos para preparar la calabaza dulce con azúcar o piloncillo, o con miel natural de abeja. Ya no salen los señores desde temprano o por las tardes a cazar los patos para ofrecerle a sus familiares que los visitan, pero sigue preparándose la comida que, en vida, disfrutaron. Elotes, chayotes cocidos, calabaza en dulce, y fruta como guayaba, míspero, mandarina, ciruela, entre otros alimentos que se encontrarán en los altares.
Pero entre tanta tradición, existe algo particular de esta bella comunidad, San Francisco Uricho, sus arcos monumentales. Este arco ha llegado a medir desde los 15 hasta los 25 metros de altura. A partir de la segunda o tercera semana de octubre, jóvenes y señores se encargarán de asistir al cerro comunal a bajar troncos y horcones para la elaboración de estas obras, esto con el permiso de los ejidatarios, además buscarán flores silvestres que les servirán para los amarres de los retablos y las flores. Actualmente esto se hace con camionetas o tractores, algo que no había en la comunidad años atrás por lo que hacían uso de carretas y yuntas.
La flor era “robada” de las casas y cortada de los cultivos del pueblo por las noches o madrugada, actualmente se compra regularmente en la comunidad de San Pedro Pareo con el recurso entregado por el gobierno, este oscila entre los 20 a 30 mil pesos, mismos que no alcanzan para ambos arcos, por lo que año con año, los jóvenes y señores encargados de este trabajo salen a tocar las puertas de las familias de la comunidad, pidiendo apoyo para material. Mientras un grupo de jóvenes y señores hacen el trabajo en el atrio y panteón, en algunas casas habrá un grupo pequeño que se encargará de hacer los retablos que colocarán en el centro del arco, todo acompañado del repicar de las campanas.
Aproximadamente a las 7 de la mañana, una vez terminado el trabajo se acercará gran parte de la comunidad, señores, jóvenes y niños con la intención de ayudar a levantar el enorme y pesado arco y las campanas no dejarán de repicar hasta haberlo levantado y sostenerlo bien sin riesgo de que este se venga abajo.
Una vez terminado y levantado el arco, quienes se encargaron de elaborarlos pasarán a las casas donde ya esperan la visita de sus familiares difuntos tocando las puertas y gritando: “Llegaron los Tatakeres”, con un guangoche colgando en donde colocarán la ofrenda que les ofrezcan por su labor. Los niños también pedirán “coperacha” con sus calaveritas hechas de calabaza y chilacayote y con su morral o bolsita.
Además de las misas del día primero para los niños o angelitos, la misa del día dos para los fieles difuntos o las almas de los adultos, y la ofrenda que se hace el día dos por la tarde en el panteón y por la noche en el atrio, se realiza algo que también se ha hecho desde años atrás.
San Francisco, el patrono de la comunidad, baja por única ocasión de su nicho para que tanto chicos y grandes tengan la oportunidad de acercarse a pedir por su familia y agradecerle las bendiciones obtenidas, pero, sobre todo, para cubrir con su manto a quienes quieran hacerlo, para pedirle su protección en todo momento. Anteriormente se hacía en mayor medida con los niños y niñas, pero con el tiempo, se ha hecho también con los adultos, incluso se han acercado personas ajenas a la comunidad. Un momento en que la gente grande puede acercarse y hablarle en su lengua materna, purépecha.
Uricho, una comunidad que intenta sobrevivir ante la modernidad que comienza a consumir la tradición, donde se ha ido introduciendo una cultura ajena que invade el lugar, un pueblo que se prepara para seguir conservando su cultura y esta celebración milenaria. Una comunidad que cuentan con un pasado, una historia de lo que fue y de lo que ahora es la celebración de noche de ánimas.
Estas fechas significan un momento de contacto con las almas y el recuerdo de aquellos que se adelantaron en el camino de esta vida terrenal, se debe preservar y cuidar respetando a quienes viven desde sus corazones esta bonita celebración, una celebración reconocida a nivel mundial.
Animecha Kejtsïtacua-Ofrenda para las ánimas from El Foro on Vimeo.