En el mundo del cine las premiaciones son apenas una referencia a las tendencias que predominan en determinados entornos de la industria. Aun así, cientos de incondicionales y comunicadores esperaban ansiosamente el anuncio de las nominaciones al Oscar para celebrar con bombo y platillo lo más reciente de Guillermo del Toro. No es extraño, después de todo, las entregas de reconocimientos son ante todo un espectáculo.
Y es justamente un espectáculo de feria el que ocupa los primeros minutos de El callejón de las almas perdidas (Nightmare alley, 2021). El guion coescrito por el cineasta mexicano está basado en la novela homónima del estadounidense William Lindsay Gresham, quien llevó una vida muy agitada antes de su suicidio en 1962. En español, fue publicada recientemente por Sajalín Editores.
No es la primera vez que se lleva a la pantalla grande. Ya en 1947, Edmund Goulding dirigió una gran producción de estudio protagonizada por Tyrone Power, que aunque fue muy mal recibida por el público, con el tiempo se convirtió en un clásico del noir estadounidense.
El protagonista es Stanton Carlisle (Bradley Cooper en la nueva versión), un joven ambicioso con un oscuro pasado que se une a una feria ambulante. Fascinado por las posibilidades de este estilo de vida, Stanton, dotado de un talento natural, logra apropiarse de códigos y técnicas que le permiten convertirse en un renombrado mentalista que monta un exitoso número en los elegantes centros nocturnos del Nueva York de la posguerra.
Sin embargo, las cartas del tarot han marcado su destino. Un vertiginoso ascenso seguido de una estrepitosa caída. Su temple codicioso lo lleva a embaucar a millonarios solitarios que buscan comunicarse con familiares fallecidos en la guerra. En engaño funciona al principio, hasta que Stanton une fuerzas con la doctora Ritter, una psiquiatra que lo supera en astucia y maldad.
La versión de Goulding se consigue muy fácil en internet. Ello nos permite contrastar las diferentes maneras de abordar la novela de Gresham. La versión del mexicano dura 40 minutos más, suficientes no solo para hurgar en el pasado de su protagonista, sino también para concentrarse en una de las atracciones de la feria. Se trata del “geek”, presentado como una cruza entre bestia y humano, capaz de arrancar a mordidas las cabezas de pollos vivos.
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El morbo pueblerino de la época alimentaba este número que se nutría de borrachos y drogadictos extirpados de sórdidos callejones (de ahí viene el título de la película). Según se dice, Goulding rodó varias escenas de este personaje mostrando comportamientos violentos. Sin embargo, en el corte final los productores decidieron eliminarlas.
Este corte involuntario de la obra de Goulding creó lagunas narrativas que el espectador debe completar con sus propias expectativas, lo cual puede ser bueno o malo, según se vea. En cambio, el mexicano, libre de la censura de la época, decide llenar esos espacios con imágenes de impacto. El fenómeno devorando las aves de corral, el cadáver que yace en la nieve con los huesos rotos, el níveo vestido teñido de sangre y el asesinato-suicidio de una anciana enloquecida… material digno de crónicas de nota roja.
El ascenso y caída de Stanton, el hombre al que su ambición lo convierte en bestia, es el punto central de la historia. Mientras que a Goulding le impusieron un final esperanzador, con el amor incondicional como instrumento redentor, Guillermo del Toro decidió apegarse al texto original, con el protagonista consumando su destino como monstruo de feria. Al final, no hay amor ni redención para el protagonista, pero sí un desenlace ineludible que lo devuelve al mundo del espectáculo, ese que aún hoy, se nutre de varios seres desdichados.