En los primeros minutos de Crímenes del futuro (Crimes of the future, 2022) observamos cómo una mujer asfixia a su hijo después de ver horrorizada que ha devorado un bote de plástico. El mundo ha cambiado, y a juzgar por el ambiente sombrío que predomina en las calles, no ha sido para bien.
En el futuro que nos presenta David Cronenberg, el sueño y la alimentación son casi una tortura. Debido a una mayor tolerancia al dolor, los cortes y mutilaciones sirven de paliativo a la búsqueda de placer. Es “la cirugía es el nuevo sexo”, como afirma una joven empleada de una oficina destinada a registrar nuevos órganos que surgen al azar en los cuerpos de las personas.
También existe una unidad política destinada a mantener bajo control a estas expresiones consideradas nocivas para la humanidad, la cual es conocida como “nuevos vicios”, por el simple hecho de que “suena más sexi y permite acceder a un mayor presupuesto”.
El arte se mueve al ritmo del entorno, los espectáculos de performance incluyen a personas haciéndose cortes en el rostro y hay quienes cosen orejas por todo su cuerpo, como una alegoría de la potencialización de los sentidos. Pero los más célebres artistas de este sórdido ambiente son Saul Tenser (Viggo Mortensen) y su compañera Caprice (Léa Seydoux), quienes permiten el crecimiento de nuevos órganos en el cuerpo de él para después extirparlos en público. Todo ante una audiencia extasiada que confiere al espectáculo un carácter notoriamente sexual.
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Además de dedicarse al arte, Tenser es un informante de la unidad de nuevos vicios, encabezada por Cope, un enemigo acérrimo de los cambios físicos y sociales. Estas mutaciones, el surgimiento aleatorio de nuevos órganos dentro del cuerpo humano, nos sugieren una aparente deshumanización de la especie. Después de todo, no parece “natural” que un niño se coma a mordidas el bote del baño, ni que las personas se mutilen por placer.
Esta exploración sobre las posibilidades del cuerpo humano es característica de la filmografía del cineasta canadiense. En La mosca (The fly, 1986), un científico toma la forma del díptero después de un experimento fallido, mientras que en M. Butterfly (1993), un diplomático francés se enamora de una cantante de ópera china, que en realidad es un hombre. También está Crash, basada en la novela de J. G. Ballard, en donde los accidentes automovilísticos y las heridas que provocan, actúan como un estimulante sexual para un reducido grupo de personas.
Volviendo a Crímenes del futuro y, aunque no lo hace de manera muy sutil, es muy interesante observar la modificación del punto de vista del protagonista respecto a lo que la autoridad denomina como “nuevos vicios”. Mientras que Cope, quien representa a la autoridad, detesta un nuevo tumor que le ha salido en un costado, Tenser los utiliza como una forma de arte, aunque al final siempre decide extirparlos, un hecho que representa su rechazo a la transformación.
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Sin embargo, cuando Tenser conoce las motivaciones de un grupo clandestino que promueve una nueva humanidad, más adaptada al entorno y que se alimenta de barras de plástico, empieza a distanciarse de la postura oficial y decide posponer indefinidamente la extirpación del nuevo órgano que ha crecido en sus entrañas.
Al final, ¿quién tiene razón? La parte oficial que busca defender a toda costa lo que ellos llaman humano o quienes plantean una evolución sincronizada con la tecnología, en donde las personas se alimenten con desperdicios industriales, lo que de alguna manera supondría una forma de solucionar los problemas que nosotros mismo hemos ocasionado. La pregunta queda en el aire al final del último acto de esta alegoría distópica.