Por Raúl Mejía
Lo mejor del resultado entre México y Polonia es lo cardiaco que se pondrá la segunda jornada del grupo C.
No me voy a poner en la clásica “se los dije” pero bueno, ya vieron que Polonia no es la gran cosa y México tampoco. Si de futbol se trata, éste lo tiene México, pero no tenemos esa “otra cosita” fundamental. Iba a decir contundencia, pero sería exagerado. México no es contundente bajo ninguna circunstancia. Desborda con decoro, pero no hay nadie que arrastre el balón al área con peligro, no tenemos hombres capaces de llegar con la sana intención de lastimar o tirar a gol. Nada.
Polonia tampoco.
Con ese tipo de oncenas el aburrimiento está garantizado y cumplieron sobradamente las expectativas.
Me gustó el desempeño de Antuna, más o menos el del muñeco diabólico y Raúl Jiménez, aun con pocas intervenciones, dejó claro que aún sabe donde está el Norte.
¿Qué mas decir de este partido olvidable? Sinceramente nada.
Me encantó lo inapelable del balón cibernético en el fuera de lugar. En el reino de la fantasía, sin esa app en el esférico, Argentina hubiera goleado inmisericordemente a los árabes, pero en el mundo de la realidad éstos descubrieron los efectos del pasmo en el rival y ya vieron los golazos que le enchufaron a la banda de Messi. El segundo fue una cosa hermosa.
Con dos goles a su favor, los árabes no sabían si estaban en Qatar o Alá los había invitado al paraíso. Las caras de esos chicos mezclaban la incredulidad, la felicidad y -en el fondo de su angustia- el miedo, porque el ataque argentino en los últimos minutos fue brutal. El portero Mohammed Al Owai merece un templo. Cada vez que se quedaba con el balón o lograba sacar una bola envenenada sus gestos eran de aquel que sabe que va a morir, pero antes de entregar los tenis, al rival le costará la vida. Recuerden a Elías Nandino: “Como no puedo apartarte / mi venganza enfurecida / hace que al fin me decida / a luchar hasta vencerte / porque he de matarte, muerte /aunque me cueste la vida”.
Así se defendió y luchó Arabia… y no se murió.
Tampoco Argentina.
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Y ese milagro (porque lo fue) pone las cosas más allá de lo soportable en el grupo C y sin la posibilidad de otro milagro. Para México y Argentina la opción del tercer partido para “ahí definir todo” es un escenario macabro. El sábado, Messi y sus amiguitos deben ganarle a los chicos de Martino sin importar cuánto se dañen las relaciones bilaterales en materia comercial y política entre ambas naciones. Será la puesta en escena de una final.
Mis expectativas para ese cotejo jamás han pasado por el optimismo. No es derrotismo sino algo más pragmático: el peso cualitativo de ambas plantillas. Recuerden cómo, aun en la desesperación de los últimos minutos, Argentina llegaba al área de los árabes con unas ganas de aniquilar francamente intimidantes.
Eso no lo podemos hacer nosotros. No tenemos con qué y lo vimos nítidamente en el partido con Polonia. No ponemos nerviosa ni a una escoba.
Honestamente, amigos, amigas y amigues, no veo cómo empatar o ganarle el partido a los pamperos.
El tercer match puede resultar de una tensión no apta para cardiacos o diabéticos aunque le ganemos a Arabia. Ese partido lo vamos a ganar.
¡Qué nervios!