Por Raúl Mejía
Escenario introductorio:
Con Martha nos conocimos hace casi cuarenta años en un taller de escritura cuya gerente, capataz y madre amorosa era una mujer que recién había ganado el Premio Xavier Villaurrutia: María Luisa Puga, se llamaba.
Hemos recorrido un largo camino que en ocasiones nos ha hecho compartir ciudades. En 1996 fuimos vecinos en el norte. Ella en Rosarito; yo, en Tijuana. Nos veíamos con frecuencia. Una década después me mudé a Westchester, en California. Una ciudad bien bonita y sede del aeropuerto internacional de Los Ángeles.
Mucha agua ha pasado por debajo de los puentes que hemos construido y cruzado en casi cuatro décadas. En ese lapso hemos ido juntos (a veces) y separados (a veces) pero siempre cercanos. Al final del camino uno lo reconoce: ya no estamos en este mundo para restar, sino para sumar y Martha, desde siempre, ha sido parte de mis sumas. No sé cómo lo hemos logrado, pero es un hecho. Consta en actas pues.
Hace un año, por fin, puede leer su autobiografía. Un libro cuyo periplo existencial puede ser materia de un relato largo y que en esta entrega se puede develar si son curiosos y le dan click a los links. No he leído a muchos escritores michoacanos (por nacimiento u adopción), pero Martha es, sin duda, de las más talentosas. Escribí un artículo sobre las calamidades que esa autobiografía padeció antes de la última versión cuya aparición me motivó a entrevistarla y no fueron pocos quienes se preguntaron por la autora: ¿Dónde anda? ¿Quién es? ¿Vive en Morelia o en algún lugar de la hermosa República Mexicana? ¿Dónde se consigue su libro?
Martha ya vive en Morelia y la triste verdad es que la primera versión del libro que se presentará el viernes en la Fiesta del Libro y de la Rosa desapareció a las pocas semanas de ser “parido”. Si la historia les interesa, reitero, denle click al link al final de esta entrevista. Ahí está la historia completa.
Ese libraco -ahora inconseguible- se tituló Escribir es un trabajo y no había forma de convencer a la autora de que lo reviviera. Por un plazo razonable estuve pidiéndole que recapacitara, pero ella estaba aferrada a no hacerlo y abandoné la misión de convencerla. Al final recapacitó: si París bien valía una misa, su libro también. Se puso a darle unos retoques por aquí y por allá. Cuando terminó la talacha se sentó a leerlo con calma y exclamó: “Está vieja me cae bien”, refiriéndose a sí misma y la sorpresa que le causó la lectura de la mujer que fue dos décadas atrás frente a quien es ahora.
Le pedí una entrevista ante la inminencia de la presentación de la nueva versión de “la autobiografía perdida” y este es el resultado. Al final van los datos de esa presentación. Esta entrevista se llevó a cabo en el café del Palacio Clavijero.
¿Cómo llegas a Morelia y cómo te sientes viviendo aquí, Martha?
Llegar a la Ciudad de México (CDMX) y a Morelia están vinculados. Tenía treinta años cuando llegué aquí. Mi esposo cursaba una maestría en el Colegio de Michoacán en Zamora y yo estudiaba en la CDMX. Iba y venía para vernos. Él siempre tuvo la idea de regresar al norte en cuanto terminara de estudiar, pero yo no, porque cuando naces en el norte, el país se convierte en algo que quieres conocer y es, también, es algo que tienes negado.
Soy de Ciudad Juárez, crecí rodeada de desierto y lo más lejano que se veía era la sierra. Adoro la sierra. El mar y toda esa noción del infinito, fuera del desierto, yo no la conocía. Cuando naces y creces en ese punto del país, quieres conocerlo. Te hablan tanto de él que quieres vivirlo. Está en los libros de texto, en las clases de geografía, en sus figuras históricas… pero todo eso te resulta ajeno. Mi caso era un poco diferente: yo vivía cerca de ese país ajeno porque desde muy joven fui lectora de periódicos. Era voceadora. Los periódicos llegaban a las dos de la tarde a Juárez y de inmediato me ponía a leer el Excélsior.
A través de esas lecturas empecé a vivir en la Ciudad de México antes de conocerla. Cuando llegué a esa ciudad lo primero que me preguntaron fue a dónde quería ir y les dije que a la Cineteca. Tenía hambre de conocer ese lugar y ver las películas de las que leía en los periódicos y suplementos.
Cuando mi esposo terminó la maestría se empezó a manejar el regreso al norte. Se avecinaba un problema serio porque, como dije, yo no quería regresar y si no llegábamos a un acuerdo eso iba a terminar en divorcio. Por fortuna un amigo le dijo a mi esposo de una vacante en la Universidad Michoacana -en la facultad de Economía- y así, casi por azar, nos quedamos en esta ciudad. De eso han transcurrido 37 años.
Mis años fuera del lugar de origen encuentran una forma de explicación en un concepto que acuñó María Luisa Puga: la fuereñez. Siempre estoy fuera de lugar: en el norte no me quieren porque soy chilanga; en Morelia no me quieren porque -dicen- soy de Tijuana y en Tijuana no me quieren porque soy de Michoacán. No aparezco en la historia de ningún lugar. En Morelia me puse a escribir y publicar, participé en docenas de mesas, de eventos, de trabajos y no aparezco en ningún registro. No aparezco en la historia de ningún lugar.
Pero tampoco has hecho mucho para que te incluyan…
No, pero aquí es donde he escrito y publicado mis libros y no aparezco en ningún catálogo de escritores locales. En Rosarito tuve un taller por siete años, llevamos a cabo jornadas de fomento a la lectura, publicamos libros. Una actividad de promoción cultural muy intensa y no aparezco en algún registro de esa ciudad. En ningún lado existo.
Pues tengo una impresión diferente a la tuya, Martha. Aquí se te reconoce como una escritora de talento.
Sí, pero no estoy en el catálogo de ningún estado. ¿Por qué me eliminaron? No lo sé.
También te has negado a ser conocida como escritora…
Es que nadie puede decir “soy escritor”. Eso lo decide el lector. En ese sentido, a mí me ha ido muy bien. Las opiniones que he escuchado o leído sobre mi escritura me hacen sentir sorprendida y lo agradezco. Las instituciones tienen esa responsabilidad con quienes publican. Llevar un registro, un seguimiento.
Creo que sobrevaloras lo que puede o debe hacer una institución de difusión cultural. No creo les importe llevar ese tipo de registros. No en Michoacán.
Ok. Volvamos a la pregunta original: cómo me sentía viviendo aquí.
Me parece bien. Volvamos a la pregunta original.
Bueno, el término de la fuereñez me sirve porque no soy de algún lado y al mismo tiempo soy de todos lados. No entiendo cuando me preguntan por qué vivo aquí. ¡Pues porque es mi país! No entiendo porqué las personas no tratan de vivir en otra parte y conocer otra cultura.
¿Y qué pasa cuando se está fuera del lugar de origen? ¿Se reivindica ese lugar?
Claro. Uno nunca sabe lo que ha vivido hasta que lo ve de lejos. Lo valoras de diferente manera porque tienes con qué compararlo.
¿Qué me puedes decir de esta nueva versión de Escribir es un trabajo que te publicó Jitanjáfora? Le cambiaste el título…
Tiene el nombre de una canción. Es la canción de mi mamá: “Volver a empezar”. El título original es “Begin the beguine”. No se veía muy bien eso de ponerlo en inglés y se añadió otra línea: “Volver a empezar”.
Tiene su razón de ser el título porque todo lo que hago es revisar mi escritura a través de la lengua que me rodeó: la de mi madre. No me puedo explicar mi escritura y mi estilo si no analizo la lengua que me formó. Es como dijo Jean Paul Sartre: “somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. Cuando me pediste que hiciera la autobiografía, empecé a escribir analizando cómo había ido cambiando mi lenguaje. Me puse a hacer un análisis en relación a los lugares por los que había pasado. Le pedí a algunas amigas que me mandaran algunas de las cartas que les había enviado para ver cómo había cambiado mi lenguaje en función de los lugares y las fechas en donde había estado. Siempre he escrito cartas y tuve la suerte de que esas amigas las hayan guardado.
Es cierto. Conservo dos que me enviaste y se salvaron de muchas mudanzas. Dos cartas muy bonitas. De colección.
Y yo me acuerdo muy bien del lugar donde estaba cuando te las escribí…
Pero volvamos al tema. Te interrumpí…
Bueno, escribir ese libro (Escribir es un trabajo que luego se convirtió en Begin the beguine) pasó por muchas dificultades. A veces no tenía computadora para escribir, en otra ocasión me abrieron el carro y se robaron la maleta donde tenía los avances. Fue gracias a tu insistencia y a la solidaridad de varios amigos y amigas quienes me facilitaban espacios físicos para escribirlo que lo pude terminar. Cuando alguien me preguntaba qué estaba haciendo, les decía “una autobiografía” y pensaban que se iban a enterar con quién me había acostado y con quien había practicado el salto del tigre.
En una autobiografía tú puedes decidir de qué quieres escribir. Yo escogí la escritura misma Me parece que tuve un estilo muy marcado desde el principio. Quizás eso fue lo que llamó la atención de María Luisa Puga. Encontré mi voz muy pronto y me di cuenta que esa voz venía de mi familia. De eso se trata el libro. De esa familia que nos permitió tener una libertad interior. Si no se tiene esa libertad interior o está gobernada por tu ego, nunca vas a tener un estilo. En los talleres de escritura no se aprende a escribir, sino a desechar. El ego, sobre todo. En un taller nos abrimos, nos quitamos la máscara y andamos en busca de nuestra voz interior. Para eso es un taller.
¿Cambió mucho esta versión de tu libro respecto al original?
No. Hice algunas correcciones mínimas y en el proceso de corrección fue cuando volví a leerlo. Cuando lo terminé me dije: “esta vieja me cae bien”. No lo veo como un libro mío, sino como el de una mujer que me está contando algo. Si lo hubiese cambiado de manera sustancial lo hubiera convertido en algo almidonado, tieso. Eso no se vale. El lector no te lo perdonaría. Busqué los dos capítulos faltantes desde la primera versión, pero no los encontré porque soy tiradora. Para mí, tirar es cambiar cosas: ropa, libros, apuntes. Tiré muchas cosas y también pensé que nunca volvería a escribir. Cada vez que me topaba con un apunte extraviado por ahí, me dolía.
¿Cómo eras cuando saliste de Ciudad Juárez y cómo eres ahora?
Cuando salí de Juárez lo hice en autobús. Cuando empezamos a avanzar y el andén se iba quedando atrás lo supe: “no voy a volver nunca” -pensé. Añoro mucho el desierto, el maravilloso cielo del norte y su acento al hablar. Me gusta ir de visita, siempre en autobús. Me emociona cuando me voy acercando a mi tierra y empiezo a escuchar sus palabras. Es mi pertenencia, pero al mismo tiempo no quiero quedarme ahí… ni en ningún lugar.
Ahora, de vieja, he vuelto a Morelia. Pienso que me voy a morir en mi casa y alguien descubrirá mi cadáver.
Estoy en otra edad. Mis viajes, ahora, son interiores. De mucha lectura, de escritura y mucha cavilación. Casi no salgo de casa y eso me gusta. Estoy en los mejores años, los de la reflexión.
Hace poco me hablaron del IMSS. Necesito ir a revisión, pero ya no quiero saber y no estoy dispuesta a pasar por otra quimioterapia.
Espero no morirme pronto.
Tal vez mi cuerpo podría resistir eso, pero quedaría muy jodido.
Vivir así es no vivir.
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INFORMACIÓN SOBRE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE MARTHA:
Evento: Fiesta del Libro y la Rosa.
Fecha: Viernes 28 de abril
Lugar: Calzada de San Diego y Centro Cultural UNAM. Pregunten por el Foro 3.
Hora: 14:30hrs
Participantes: Laura Morán, Ligia Mazariegos, Cardiela Amezcua y la autora.
La historia de la primera versión de la autobiografía de Martha la pueden leer en este link.