Por alguna razón no especificada la 73 Muestra de Cine no tocó tierra en la capital michoacana. Así que quien quiera ver las cintas que integran la muestra deberá buscarlas en plataformas o ya de plano en la piratería. Afortunadamente hubo algunas que llegaron a la cartelera comercial, como El amor según Dalva (Dalva, 2022), largometraje debut de la cineasta belga Emmanuelle Nicot. La cinta tuvo su estreno internacional en la Semana de la Crítica, sección paralela de Cannes y llegó a México por intermedio de la distribuidora Tulip Pictures.
Mientras avanzan los créditos iniciales se escucha de fondo un altercado, gritos y forcejeos de un hombre mayor y una voz infantil que reclama nuestra atención. Cuando se muestran las primeras imágenes nos percatamos de que es un operativo policial. Han capturado a un abusador y la víctima es su propia hija, una niña de doce años.
Este comienzo es claro en su intención, marcar el punto de partida de la historia que quiere contar su directora. Es decir, dejar implícito el crimen para enfocarse en lo que viene después, la conmoción inicial, el cuestionamiento y, ¿por qué no?, el proceso de sanación.
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Dalva tiene doce años, se escucha el taconeo de sus pasos y es imposible no advertir el maquillaje en su rostro, su vestido de cóctel y su pelo atado en un chongo elevado. Su padre, utilizando toda clase de ardides, ha querido hacer de ella un sustituto de su exesposa. Esta es la razón por la que Dalva se considera, no una niña, sino una mujer, incluso trata de escapar del albergue en donde ha sido recibida para tener contacto nuevamente con su abusador.
La directora deja escapar a destellos las amenazas e insinuaciones del progenitor que han hecho mella en la menor. Dalva tiene la sensación de que no puede ser amada por alguien más y cree en una peculiar definición del amor, en donde el cariño filial se entrelaza de manera retorcida con la actividad sexual. En este sentido, resalta la escena en donde la niña, después de una terca insistencia, visita a su padre en la cárcel preventiva.
Dalva viste un grueso abrigo rosado, que abre bruscamente justo antes de la entrada del criminal a la sala de visitas con la intención de mostrarle un elegante vestido negro con encajes. Este es un último intento de convencerse de la dudosa inocencia de su padre y la secuencia termina con el reconocimiento del delito y el rostro de estupefacción de la menor.
Después de la confusión inicial, poco a poco Dalva empieza a asimilar lo que ha pasado. En busca de asideros, la joven se encuentra con Samia, su compañera de habitación, que pese a su temprana reticencia, termina aconsejándola respecto a una forma de vestir adecuada para su edad y a lo que no debe decir frente a sus compañeros de escuela.
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También está Jayden, el trabajador social que se hace cargo de ella y quien ocupa en su mente el lugar que dejó vacante su padre. Sin embargo, él es capaz de establecer límites y ofrecerle protección en las semanas que preceden al proceso judicial.
Hay dos grandes aciertos en esta película. El primero, por supuesto, es la elección de la debutante Zelda Samson que interpreta de manera creíble a una niña que ha pasado por una situación tan traumática. Conforme avanza el metraje, la novel actriz se transforma de una jovencita con aires de señora a una niña sonriente de pelo corto y enmarañado. El segundo acierto es el gran trabajo en la dirección de Emmanuelle Nicot.
Si bien el incesto es un tema implícito, la directora decide contarlo a través de las consecuencias del control y la manipulación. El aislamiento ha impedido a la protagonista no solo conocer una forma diferente de establecer relaciones con otras personas, sino también a relacionarse consigo misma. La directora avanza con sutileza entre los remanentes del trauma para mostrar cómo Dalva se zafa del control de su agresor y reconstruye su autoestima. Este es buen ejemplo de que se pueden hacer buenas películas sobre temas tan espinosos sin tener que caer en el tremendismo o la más burda simpleza.