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Home»Columnas»Expediente Vegetal #22. Con Alexandra las cosas fluyen: es una vegetal feliz
Columnas

Expediente Vegetal #22. Con Alexandra las cosas fluyen: es una vegetal feliz

De la muerte me preocupa el sufrimiento. Pienso que lo mejor que nos puede pasar es morir de un infarto.
Raúl MejíaBy Raúl Mejía10 agosto, 2025Updated:10 agosto, 2025No hay comentarios11 Mins Read
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Alexandra
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Alexandra Sapovalova es una vegetal que enfrenta la vejez con buen humor y sin azotes generacionales o situacionales. Es conocida por muchos de quienes me hacen el favor de leer mis textos, y si algunos no la conocen la conocerán un poco luego de leer la charla que tuve con ella en su casa.

Nació en un país muy muy lejano que hoy se llama República Checa. Llegó a México en una fecha también muy muy lejana (a fines de los sesenta del siglo pasado) y terminó asentándose en Morelia. Yo la conocí —según pesquizas memoriosas hechas hace un año— hace un montonal de años. Tantos que ya suman… a ver, déjenme checar… pues sí, medio siglo. Un chorro de tiempo, una cantidad inadministrable de años pues.

Profesionalmente ha desempeñado muchas actividades vinculadas a la docencia y tareas vinculadas a la Universidad Michoacana, pero, dice, “lo que más disfruté fueron las actividades extracurriculares: el programa Ciencia para Niños, los Tianguis de la Ciencia o Viajemos con la Música en Radio Nicolaita”.

Cuando le conté de mi “plan de entrevistas vegetales” y mi interés en iniciar con ella el tema, la idea le pareció buena y acordamos vernos en su jaula, en un fraccionamiento alejado de lo que propiamente conocemos como Morelia. Entre Alexandra y quien esto les chismea, hay varios temas vitales en los cuales coincidimos, pero cuando hablamos de puntualidad el asunto alcanza cotas muy altas. No está sujeto a negociación: llueva, truene o relampagueé llegamos a la hora acordada y como ya se imaginarán, llegué puntual a las once de la mañana, metí mi moto en la cochera y Alexandra ya estaba esperándome.

De inmediato nos pusimos a platicar de cualquier cosa, pero “en un momento dado”, mientras preparaba una aromática infusión en su prensa francesa, le solté un chorazo sobre un libro cuya lectura terminé hace un par de semanas y cuyos efectos telúricos en mi espíritu lector siguen resonando. Me refiero a la más reciente novela de Guillermo Arriaga: El hombre. Una historia perturbadora, por decirlo con mesura.

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Mándame los datos de esa novela —me dijo— estoy segura de que le va a gustar a Fausto. Le advertí de lo fuerte del tema tratado y del poder del autor para contar historias intensas, pero ni se inmutó.

Alexandra sirvió el café y luego arrimó unas rebanadas de un pan bien sabroso que nunca había probado. Le pregunté qué cosa era eso y me dijo, con la suficiencia de quien sabe que sirvió algo raro y rico, pero con la amable displicensia de toda repostera digna de ese nombre: “Ah, sí, sólo es un panqué experimental”.

Como todos lo saben, soy un atascado de cualquier cosa sabrosa y siempre estoy preparado cuando se trata de pastelillos, galletas, gomitas y cualquier cosa susceptible de meter en mi kit básico de bolsas Ziploc. Alexandra se fue a la cocina para traerme algo de mascabado, saqué mi bolsa de plástico y metí cuatro rebanaditas del panqué experimental. Cuando Alexandra regresó, volvió la mirada a la charola pero no supo si sólo había traído tres rebanadas o yo me había comido las que faltaban o —peor— ya estaba chocheando y no supo qué pex. Para confundirla más, empecé a soltarle los lineamientos generales de la charla pactada.

Le dije que nadie lo prepara a uno para ser viejo, pero tampoco para ser joven. Simplemente se llega a esas playas y listo. ¿Acaso el curso propedéutico para ser un vegetal de pleno derecho está implícito en la vida misma y uno debe ser capaz de descubrirlo o morir en el intento?

Le dejamos al micrófono a Alexandra:

No creo que haya un proceso muy conciente de estar convirtiéndonos en viejos o viejas. De hecho, toma tiempo aceptar que nos vamos convirtiendo en vegetales. Yo me di cuenta de serlo cuando mi vi en el espejo, pero la vida te manda señales. De repente una caída que te hace pensar: “cómo es posible que me pase esto; caerme de repente” y luego otra caída y piensas: “parece que ya no soy tan joven como creía”.

La primera caída con esas características reflexivas fue a los setenta años. Fue en una clase de inglés y se armó un alboroto en el salón, pero ese accidente no me hizo pensar en nada especial. Simplemente me caí. Un accidente. No pensé en alguna debilidad.

Alexandra, Raúl Mejía y Fausto

Creo que el avance hacia la vejez uno lo va sintiendo o poniéndole atención por décadas. Entre los cincuenta y los sesenta estás trabajando, tienes mucha energía; entre los sesenta y setenta uno sigue activo, viajando sin problemas, yendo a las reuniones con amigos, al cine o eventos culturales; entre los setenta y ochenta, esas reuniones son menos frecuentes e incluso hay menos ganas de ir a ellas. Se disfruta quedarse en casa.

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Se van quedando atrás esos arranques que teníamos con Fausto de irnos a la Ciudad de México así, sin pensarlo mucho, sólo porque nos daban ganas de ir a un concierto. Te sorprendes diciendo “ay, no, qué flojera”. Creo que esas negativas autoimpuestas llegan como a los 75.

En nuestro caso hubo un acontecimiento que agravó todo: la pandemia del COVID. En el tiempo que duró el confinamiento muchos amigos y conocidos nuestros se murieron o la pasaron muy mal. Fausto y yo nos enfermamos también y nuestra energía se vino abajo de manera muy evidente.

Ese fue un aviso, por ejemplo.

Le pregunto si en algún momento ella ha sentido esa exclusión social que muchos experimentamos o sólo se trata de “no tener ganas de salir”.

En mi caso —responde de inmediato— es lo segundo. Por fortuna tengo muchas amigas y formamos grupos de gente de la misma edad. Nos sentimos acompañadas y no percibimos esa exclusión de la que hablas, aunque sé que existe.

Cuando vamos a la República Checa a visitar a dos de nuestras hijas… ellas viven en una ciudad muy pequeña en donde la mayoría de sus habitantes son viejitos. Es como un SPA para enfermos del corazón y bueno, ahí, en esa ciudad, hasta nos sentimos jóvenes.

¿Tú crees, Alexandra, que se romantiza la vejez?

Creo que sí, pero uno debe vivir el presente. Yo tengo un pasado muy agradable en muchos sentidos, pero del futuro ¿quién sabe algo? En realidad no me importa mucho, pero sí tengo una meta y bueno, eso de tener una meta ya es pensar en el futuro. Me refiero a ver a mis hijas cada vez que pueda. Eso sí es algo que está en mis planes futuros y lo haremos mientras podamos hacerlo.

Cuando fui joven, pasaba mucho tiempo pensando en el futuro: voy a viajar, voy a hacer, voy a estudiar, voy a conocer… pero ahora me planteo la vida de otra manera. He aprendido a vivir y disfrutar de la suerte que he tenido y disfrutar lo que tenemos.

Me pasa igual —le comento— ahora estoy atento a lo que me está ocurriendo en lo referente a la salud y cuidándome de que no me pase algo serio (porque ya me pasó un par de veces y fue muy feo). Espero poder treparme a la moto y viajar a destinos cada vez más cercanos porque ya no puedo manejar durante mucho tiempo… pero dime ¿qué es lo feo de la vejez?

Bueno, una parte de “lo feo” es no saber usar (o aprender a usar) los nuevos dispositivos electrónicos. Tuve un problema con los de DHL y nunca pude lograr que me respondiera un ser humano. Llevo dos semanas intentándolo y siempre contesta una máquina. Eso me desespera. Los viejos vivimos en un mundo que cada vez nos pertenece menos.

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Pero hay otras cosas “feas”. Ahora, cuando viajamos, pedimos un asistente, una silla de ruedas y eso no es agradable porque, a veces, quien nos conduce en silla de ruedas es de nuestra edad.

Fuera de cosas tan sencillas como eso, para mí, la vejez está siendo bonita.

¿Te preocupa el tiempo que se nos acaba? -le pregunto.

Mira, no pienso mucho en eso. Tampoco en la muerte. Pienso en mis hijas y mis nietos y sí, me preocupa que algo malo pueda pasarles… porque están lejos. A veces platicamos sobre la muerte con el grupo de amigas. Como mujeres, nos platicamos todo. Nos acompañamos. Los hombres casi no lo hacen.

De la muerte me preocupa el sufrimiento. Pienso que lo mejor que nos puede pasar es morir de un infarto. Deberían existir formas legales de parar el sufrimiento de los enfermos y me gustaría que cuando ya no esté, los buenos recuerdos sobre mí prevalezcan.

En estos años recientes, me he dedicado a ordenar la memoria de mis antepasados y uno de los primeros resultados de ese interés fue un libro que recoge una buena parte de esos recuerdos. Es un libro epistolar. Lo hice porque a mí siempre me hizo falta saber más de mi familia, pero mis abuelos hablaban muy poco de su vida y mi papá también…

NOTA MÍA POR SI ALGUIEN SE INTERESA: el libro de Alexandra se llama Cartas del baúl; no sé si lo ha regalado únicamente a sus amigos cercanos o si tiene suficientes ejemplares como para regalar a los lectores. Lo que sí está al alcance de quien se interese, es una entrevista que le hice hace casi un año.  Les dejo aquí el link por si se interesan en saber más de ella. Aquí va el link:

Queríamos construir el socialismo: entrevista con Alexandra Sapovalova

¿Cuándo te diste cuenta que te hacía falta organizar esa memoria?

Cuando me jubilé. De pronto tuve mucho tiempo libre y me puse a ordenar fotos, libros, cartas, recuerdos. Yo nací en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, pero no fui consciente de eso. Los grandes cambios en mi país empezaron en 1948, sólo que aún era una niña. Creo una de las partes más significativas y valiosas se dieron a partir de la década de los cincuenta. Hubo un enorme florecimiento cultural, educativo. Un periodo de verdad muy interesante y lo vivimos intensamente, con emoción y esperanza. Eso duró hasta 1968.

Mi país ha sido sometido a muchos cambios radicales: la Primera Guerra Mundial, luego veinte años de la República que se formó cuando colapsó el imperio austro húngaro, luego la Segunda Guerra Mundial, después los veinte años en la órbita soviética y finalmente estos años actuales que ya no los he vivido.

Ahora le estoy dedicando mucho de mi tiempo a entender qué pasó en mi país y también cómo es que ganamos el primer lugar entre los países con “el mejor sentido del humor autodestructivo”.

Ese afán por organizar el pasado lo estoy armando ahora mismo con álbumes de fotos cuidadosamente editados, tal vez le interese a un nieto o un bisnieto y dirán “tuve una abuela muy loca que se casó con un mexicano”. Tal vez lo motive para conocer su pasado… pero no es algo que me preocupe demasiado porque, en el fondo, estoy más ocupada en vivir el presente.

¿Está científicamente comprobado que los vejetes somos impertinentes, tozudos, aburridos? -le suelto la pregunta.

Por supuesto que no —se defiende— ¿qué te pasa?

Pues a mí me queda claro que suelo desesperar a mis hijos y a varios amigos —le reviro.

Bueno, eso pasa siempre. Recuerdo cómo me desesperaba mi papá. Incluso con su forma de comer y estoy segura que a veces desespero a mis hijas, a mis nietos… pero es porque somos lentos y nos deben tener paciencia aunque sí, creo hacemos méritos para desesperar a mucha gente sin darnos cuenta.

¿Qué cosas debe uno conciliar para transcurrir esta etapa de la vida, Alexandra?

 Pues la salud. Debemos cuidarnos mucho. La posibilidad de hacerte cargo de ti y tenernos paciencia.

¿No tirarnos en brazos del victimismo, depurar del círculo de nuestros afectos a aquellas personas que nos agobian? —le pregunto.

Sí, estoy de acuerdo, pero eso de “la depuración” no debe darse sólo cuando una ya está vieja. Esas personas que “nos roban la energía” se dan en cualquier etapa. La diferencia es que siendo viejos podemos elegir con más tranquilidad con quién sí y con quién no estar cerca, pero sin romper definitivamente alguna relación. Sólo alejarte. Eso a veces incluye a algunos familiares.

Obviamente la última pregunta tiene, en tu caso, una respuesta obvia, pero igual te la hago: ¿cómo has vivido esta etapa de tu vida?

Yo me siento una vegetal feliz.

Expediente Vegetal
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Raúl Mejía. Escribidor. Ha publicado libros que nadie ha leído. Publica sus ocurrencias únicamente en Revés Online y son más extensos de lo normal. Sus artículos parece que si se leen y por eso cuida a sus lectores. Los tiempos no están para andar dilapidando esa especie en franco proceso de extinción.

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