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Home»Columnas»“Te lo juro, yo no sabía nada de eso” … a propósito del libro de Sally Carson
Columnas

“Te lo juro, yo no sabía nada de eso” … a propósito del libro de Sally Carson

Así empezó todo en Alemania a partir de la década de los treinta del siglo pasado. De eso va la novela de Sally Carson.
Raúl MejíaBy Raúl Mejía21 septiembre, 2025Updated:21 septiembre, 2025No hay comentarios12 Mins Read
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Schliersee. Sally Carson
Schliersee, pueblo en el que se inspira la novela. Foto: Zsolt Hargitai / Flickr
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Lo interesante de Crooked cross, de Sally Carson, radica en la forma sutil en que describe el proceso a través del cual en un pueblo bicicletero (pero hermoso) de los Alpes bávaros, las ideas del nazismo necrosaron, en un breve lapso, el tejido social de ese lugar. Todo fue tranquilo en su inicio, luego un poco menos tranquilo y, casi sin percatarse, aquello escaló de manera desasosegante, brutal.

Si esa degradación social la detectó una joven mujer inglesa (la misma Sally) y lo plasmó en su novela, me parece aberrante que otra mujer -pero ésta siendo una fan irredenta y babeante de Hitler- sostuviera, hasta el final de sus días, que nunca se enteró de nada porque sólo se dedicaba a hacer películas. Me refiero a Leni Riefenstahl, una mentirosa de clase premier.

Esa novela, la de Carson, escrita y publicada mientras el nazismo apenas iba en ascenso ilustra, de manera harto convincente, los procesos en los que estamos metidos actualmente aunque, a diferencia de la recreación de Sally, en nuestros tiempos todo es más rápido, pero igual de destructor. Mientras en el pueblo bávaro las ideas nazis se asentaban con parsimonia, las de Trump y sus amiguitos parecen tener prisa.

La novela, de una vez se los digo, no está traducida al español, pero bueno les doy algunos datos de la autora por si de repente, en medio de la noche infinita y casi otoñal, les da por desempolvar sus clases de idiomas y musitan, para ustedes mismos, “órale, la voy a leer, aunque sólo sé leer en chino mandarín”: la Sally nació en 1901 y su libro apareció en 1934. ¿Se clavan en las texturas, amigos y amigas? Un año después de la llegada de Hitler al poder… pero la trama se desarrolla antes del arribo a la cancillería de ese sujetoide.

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Algunos se preguntarán qué carajos andaba haciendo Sally en ese pueblo bávaro en donde, sagaz como ella sola, se percató de las sutiles barbaridades que ya estaban siendo practicadas incluso antes de la llegada al poder de los nazis. Pues paso a informarles porque seguro no lo saben: ella iba de vacaciones frecuentemente a ese pueblo alpino para juntarse con sus amiguitos y se percató de los rumbos que tomaba una Alemania desanimada, humillada luego del fin de la primera guerra mundial, con una juventud sin perspectivas y necesitada de creer en alguien o en algo. Los nazis fueron la respuesta. De ahí salió la inspiración para su novela.

Sally Carson

El meticuloso proceso de normalización criminal que los nazis llevaron a cabo permitió que, en muy poco tiempo eso de ofender, vilipendiar, agredir a un judío fuese normal. El clásico “algo malo habrán hecho esos cabrones”.

Hasta aquí, todo parece muy conocido. Hasta dan ganas de decir “otro libro sobre el Holocausto, qué hueva” y bueno, sí, ni cómo desmentirlos, pero aguanten un poco porque “la idea rectora” de este texto es no sólo hablarles brevemente del libro de la Sally… (que tuvo un éxito muy modesto, que forma parte de una trilogía, que no se ha traducido al español, que es una cosa de verdad interesante la trama de la familia Klugert, que tiene una perspectiva artística y no de fanática o militante -que son casi son la misma cosa).

También quiero chismearles brevemente de una editora y periodista inglesa llamada Nicola Beauman, fundadora de Persephone Books. Esta señora, nacida en 1944, se encontró una copia archivada de Crooked cross y lo supo: estaba frente a una obra maestra.

Más trivia: esa editorial tiene un área dedicada a publicar a autoras olvidadas del siglo XIX y del XX. Con el hallazgo de la novela de Sally, la editorial se sacó la lotería.

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Un portavoz de la editorial Persephone también quedó apantallado con la novela de Sally y cuando terminó de leerla exclamó “ay, no mames, qué novela tan chingona” (lo excretó en inglés, claro), pero mejor les doy la cita exacta del portavoz y dejo de meter mi cuchara: “Tener la oportunidad de rescatar esta obra maestra literaria de su total desaparición es un inmenso privilegio. Dado que las lecciones que nos ha enseñado la historia parecen estar preocupantemente cerca del olvido, ahora parece el momento oportuno para compartirlas con el mundo”.

Lo del párrafo de arriba salió en la edición de  The Guardian el 8 de febrero de 2025.

La novela, como ya se imaginarán (si no pueden imaginarlo no hay problema) me interesó de inmediato y la estoy leyendo en inglés y, obvio, me está costando un… pues mucho trabajo, porque mi calificación, en el dominio de esa lengua y según el Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas (MCER, por sus siglas en inglés) cotiza como un simple principiante en el nivel B2. O sea, no apantallo a nadie pero me defiendo con decoro a la hora de leer; hablar es otra cosa.

La historia de Sally me sirve, también, para hablarles del peligro en que estamos inmersos con la malhadada estancia de Trump en la presidencia de USA. ¿Hay alguna relación entre la novela de Sally y la polarización a nivel mundial que estamos viviendo en todo el mundo?

Pues sí. Digámoslo de una vez: estamos frente a lo que Esther Peñas, colaboradora de la revista Ethic (abril 1, 2024), señaló como “El rostro contemporáneo de la banalidad del mal”.

Las señales son claras y ominosas. Vean si no: hasta antes del segundo mandato de Trump, la raza azteca asentada en USA salía a la calle a celebrar todo lo celebrable y todos lo sabemos: un mexicano no puede dejar pasar la mínima oportunidad para echar desmadre en cualquier lugar del mundo. Simplemente no podemos. Sin desmadre no hay mexicanidad, pero tenemos fechas clave para ejercer ese derecho soberano (hoy restringido por otra soberanía): la batalla del 5 de mayo, la noche de muertos, a la Virgen de Guadalupe, a dar el grito.

Todo eso ya estaba agendado desde hace mucho tiempo, este año ya no fue posible. La raza le bajó a sus entusiasmos nacionalistas por miedo a ser deportados. Están, oficialmente, estigmatizados y lo peor es que segmentos específicos y en franca expansión de la sociedad gabacha empiezan a tomar posturas “políticamente correctas” (es un decir) respecto a los migrantes latinos… pero igualmente discriminatorias. Paso a explicarme en el siguiente párrafo.

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Si en la Alemania nazi había alemanes que decían “tengo grandes amigos judíos… pero bueno, a fin de cuentas, son judíos”; lo mismo empiezan a decir amplios sectores del gabacho: “tengo estupendos amigos mexicanos, pero bueno, son mexicanos”.

O sea, “algo malo habrán hecho” o “algo malo debe tener esa raza”.

A partir de la década de los treinta del siglo pasado, los alemanes normales, abrumados por las consecuencias de la primera guerra mundial, necesitaban alguien a quien culpar de la derrota y todos los males de su país: los judios.

Actualmente, Trump ya perfiló a varios “culpables” de los males mundiales. Dependiendo del rubro de su interés. Uno de los más señalados son los migrantes.

En la Alemania nazi, en poco tiempo se pasó del “decoro” implícito en la cita consignada arriba (“tengo buenos amigos judíos… pero bueno, a fin de cuentas son judíos”) al desprecio rotundo y sin consecuencias. Cito a Sally Carson en un pasaje de su novela: “¡Maldito seas, judío asqueroso, quítate de mi camino!” Frases así ya eran más o menos normales antes de que Hitler llegara al poder (en 1933).

El agente naranja (Trump) anda feliz en su juego de polarizar al mundo y lo está logrando, pero lo que está consiguiendo en su país en materia de odios y venganzas es como para ponerse en guardia -aunque no sirva para nada.

Lo digo porque se está normalizando estigmatizar al migrante (sobre todo al de origen latino). Los gringos supremacistas nunca han mesurado sus prejuicios, pero hoy, cada vez más norteamericanos -no conocidos por racistas- se sienten cómodos como para exclamar en cualquier lugar, cosas tan ofensivas como “I ain´t scared of fucking spics!”  Total: no pasa nada.

Así empezó todo en Alemania a partir de la década de los treinta del siglo pasado. De eso va la novela de Sally Carson. Todo tranquilo, brutal, suavecito, aceptado. “Algo habrán hecho” esos judios, esos mexicanos, esos palestinos, esos negros. Al final, la mayoría de los alemanes terminaron apoyando a Hitler y pocos actuaron solidarios con los judíos. Terminó pareciéndoles “normal” que se les discriminara,  se les robaran sus patrimonios y luego fuesen exterminados. La mayoría de los alemanes, en mayor o menor medida, sacó raja del entorno político de la época y se aprovecharon de cuanto judío pudieron robar porque, a fin de cuentas, los iban a asesinar -aunque, oficialmente, nadie sabía algo del asunto del exterminio sistemático.

Compra aquí el libro de Raúl Mejía:

Ni se molesten, conozco la salida

De eso va, por ejemplo, el libro de Géraldine Schwartz, Los amnésicos, publicado por Tusquets en 2019. Esta mujer, Géraldine, actualmente de cincuenta años, se puso a investigar el pasado de su familia (el clásico ajuste de cuentas que acostumbran hacer los nietos/nietas en todos los puntos del planeta) y, entre otras cosas perturbadoras, se entera de que su admirado abuelo había sido un Mitläufer y gracias a ello, la situación social y económica de su familia, al menos por tres generaciones, fue muy cómoda.

Les recomiendo ese libro encarecidamente. Si les dijera “se los imploro, léanlo” me tacharán de exagerado, pero no. Está rete interesante ese texto e insisto: ya va siendo sospechosamente frecuente que la tercera generación, la de los nietos y nietas -cuando se “hacen grandes”- se pongan en “modo investigador” y descubran secretos familiares perturbadores, generando, en esas generaciones muy alejadas de los hechos que investigan, reflexiones filosóficas, literarias, sociológicas, económicas interesantísimas.

Los amnésicos

Me atrevo a decir que esos mitläufer fueron la mayoría del pueblo alemán. Los mismos que, luego de la derrota, se escudaron en la comodidad de “no saber nada” de las atrocidades del nazismo, como sostuvo, hipócritamente y hasta su muerte, Leni Riefensthal.

¿Así actuará la ciudadanía estadounidense?

Hasta el momento, las buenas maneras y el sentido común prescriben no exagerar: ¡ay, no, es una desmesura comparar las políticas de Trump, Putin o Xi Jinpin (por mencionar a tres de los seres más infecciosos en el mundo), pero así de “suavecito y buena onda” se normalizó la “solución final”. De eso va la trama de Crooked cross: “…así es como se cuela el mal: sin estridencias”.

Con las proporciones guardadas, Estados Unidos y países como Inglaterra, Alemania o Francia empiezan a ver como “normales” los ataques a los inmigrantes en relación a los trabajos que se pierden “por su culpa” o simplemente porque son un chingo, cuestan mucho a los gobiernos e ingresan ilegalmente (aunque incluso quienes entraron legalmente resultan incómodos, indeseables). ¿Quién inunda de drogas al pueblo norteamericano? Los narcos mexicanos preferentemente (en USA no hay narcos, pues). Los migrantes infectan al país y es hora de “liberar a la nación”. Ya se pueden bombardear pequeñas embarcaciones en alta mar sólo porque Trump dice que son narcos.

¡Pero un momento! Antes de soltar improperios contra los países ricos que no soportan a más inmigrantes, echemos una mirada a México, país, el nuestro, expulsor de mexicanos y de migrantes. No sólo eso. México, a través de las bandas del crimen organizado, también es explotador y asesino de personas en tránsito por territorio azteca. Es fácil reprobar la discriminación en países como Francia, Alemania, Italia,  pero ya sabemos lo que pasa cuando los haitianos, centroamericanos, africanos, asiáticos intentan cruzar a Estados Unidos por nuestro país. Hemos hecho, del tráfico de migrantes, una industria sin chimeneas criminalmente floreciente.

O sea, amiguitos y amiguitas, la novela de Sally Carson, escrita en “tiempo real” es apenas un aviso de cómo se empieza a colapsar el mundo y somos testigos de ese derrumbe casi sin inmutarnos.

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No pise el pasto

Si alguno de mis lectores tiene entre sus herramientas leer correctamente en inglés y no quiere esperarse a la traducción, adquieran Crooked cross. No se arrepentirá.

Otros datos de Sally: sólo vivió 38 años. Se murió en 1941 y si no es por el venturoso descubrimiento hecho por Nicola Beauman, esa novela se hubiera perdido.

POSDATA: Me entero, leyendo la sección cultural del periódico español El Confidencial, que recién salió otro libro (ese sí traducido al español) con tema similar al de Crooked cross. La diferencia es que Un pueblo en el Tercer Reich no es novela. Sus autoras son Julia Boyd y Angelika Patel.

Va una breve reseña del libro de esas chicas:

“Oberstdorf es un hermoso pueblo de los Alpes. Allí, durante siglos, las personas llevaron vidas sencillas, al margen de la gran historia. Sin embargo, incluso en este idílico pueblo, el nacionalsocialismo llegó a controlar la vida y la mente de sus habitantes. Basado en material de archivo, cartas, entrevistas y relatos orales, Un pueblo en el Tercer Reich ofrece un retrato extraordinariamente íntimo de la Alemania en tiempos de Hitler, del auge del totalitarismo y de la trágica historia de las víctimas de los nazis. Porque es así como se cuela el mal. Sin estridencias”.

Un pueblo en el tercer reich

De una vez se los informo: está carísimo el libro de Julia y Angelika -casi mil pesos y no hay versión electrónica… todavía.

Se pasan de lanzas, me cae (los editores, claro).

Ojalá algunos de quienes me leen y son parlanchines en inglés se animen a leer a Sally Carson. Pienso en Alexandra Sapovalova, Ana Mary Rodrígez Aldave,  Jazzmine Aburto, Carla Pascual, Alejandro González, Roberto Sánchez, Edgar Chávez, Sylvain Provillard…

Pienso también en los lectores que me hacen el favor de leerme en la revista Revés o en mi muro feisbuquero y además también son picudos en el idioma de Robert Redford (seguro pensaban que iba a mencionar Shakespeare ¿verdá?). Me enteré, por un post, que Eduardo Palacios es picudo en el inglés. Ojalá se animen a leer esa novela.

¿Dónde conseguir el libro de Sally Carson? Con absoluta seguridad, en Amazon.

La versión electrónica -vía Kindle- está de lo más accesible: 202 pesos.

En papel, como es un libro importado, está bien caro: 981 pesillos.

Y pues ya. Es todo. Gracias por su atención.

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Raúl Mejía
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Raúl Mejía. Escribidor. Ha publicado libros que nadie ha leído. Publica sus ocurrencias únicamente en Revés Online y son más extensos de lo normal. Sus artículos parece que si se leen y por eso cuida a sus lectores. Los tiempos no están para andar dilapidando esa especie en franco proceso de extinción.

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