Por Hilda Sotelo
Hunger Games. La primera vez que leí la portada del libro que estaba en las manos de un estudiante de preparatoria no pude evitar preguntar «¿qué lees?» El estudiante dijo: “Hunger Games”. Le sugerí cerrar el libro porque debería atender la clase de español. Por supuesto que hizo caso omiso, el título es demasiado llamativo, las letras son exactamente lo que la juventud espera, una historia que evoca el pasado, llama al futuro, se cimbra en el presente erigiendo la violencia, y una larga fila de lo mismo, lo mismo. El personaje principal virtuoso.
“Tíralos a los felinos rabiosos”, frases agotadas entre los egipcios, griegos, romanos. Planteamientos puestos en narrativas que prometen ser nuevas. Figuras conocidas, violencia, pobreza, gay a según la estricta definición de la palabra en The Merriam Webster Thesaurus Dictionary (ausencia de seriedad, buen humor) extravagancia.
Meses después, un conocido, ávido lector, lleva en sus manos el mismo título, lo observo con detenimiento, viaja en el texto, finjo no
estar ahí pero la sensación de unidad entre las páginas del libro y él, me llama poderosamente la atención, me atrevo a asegurar que Suzanne Collins emergía su mano desde el libro, arroja letras hipnóticas al sujeto recostado en su sillón preferido, con la cabeza reposando del lado derecho intenta predecir la continuación, reacomoda todo tipo de referencias desde su intelectualidad con dirección al deleite de la literatura.
No tuve otra opción que impregnarme del entusiasmo mostrado por ambos lectores, finalmente busqué un ejemplar, estaba frente a mí bajo la advertencia “Ms Sotelo you better hurry up with your reading because the movie is coming up in March”. Contundente la severidad me siguió los días siguientes. Leer el hipertexto iba mejor que la anécdota novelera. La numeración encerrada entre bolas blancas y negras tipo selección militar en México, la velocidad de la escritura a la impronta del pasado futuro probable, las trece colonias que fueron cincuenta poderosos estados con sus distritos latinoamericanos saturados de hambre y guerra.
Definitivo, hacía falta que alguien manipulara mi imaginación a la tortura del hambre, el asesinato, la sangre, la ritualización, el control de masas, eso no es fantasía, es una realidad. Quise robar la imagen del productor y saber qué tan sanguinario retrata las escenas escritas por la autora que durante la lectura me llevaba a las sombras de jóvenes ocultos cargando armas gigantes en Ciudad Juárez, ellos encima volando desde cualquier colonia listos a sacrificar y ser sacrificados en pro a un juego implantado por la sed de poder, venganza, sangre.
Juegos repetitivos que saltan del reality show a la guerra televisada, a la inspiración compiladora de la escritora quien evoca al mito de Teseo y el Minotauro, los gladiadores romanos, y una capital de humanos que aferrados perpetúan paradigmas donde los grupos ceden sus hijos al miedo, el morbo. Y en la sala de cine en Ciudad Juárez un anuncio de un partido político que promete pena de muerte a los secuestradores, dos mujeres que lloran porque el secuestrador del jefe de familia será puesto en libertad muy pronto. Gritos amenazantes: “pues más le vale que se calle”. Ahí no había nada que fantasear, el comportamiento de la audiencia hablaba. Y al final de la película: “Eso no es nada”, dijo un nutrido grupo de jóvenes. “¿Qué tan lejos llegarán en la violencia?”, pensé.