Zapato tenis enmarcado como las Madonne de la sala renacentista, una cascada pletórica de objetos, tapetes desplegables, confesionarios armados in situ, anillos que dialogarán con la obra de Giovanni Biliverti, un balón de rugby que mantendrá correlación con La Virgen del Rosario y cuatro ángeles, de Sebastián Llanos y Valdés, son algunas de las piezas que conforman la exhibición internacional del artista alemán Thorsten Brinkmann que se presenta en México por primera vez en el Museo Nacional de San Carlos a partir del 20 de abril hasta el 29 de octubre.
Thorsten Brinkmann (Herne, Alemania, 1971), quien ha presentado más de 20 exposiciones individuales, tanto en su país natal como en Irlanda, Bélgica, Suiza, en los Países Bajos y Estados Unidos y participado en innumerables colectivas; ha recibido diversos premios y becas y es actualmente un artista muy celebrado en su país. Brinkmann comenzó su trabajo al buscar y acopiarse de los objetos, productos y bienes que desecha la civilización. Los encuentra en la basura, en la calle, en su casa, en los mercados de pulgas. Al mismo tiempo le interesan las minucias, las novedades, los muebles, las telas, cosas que pueden considerarse intrascendentes, inconsecuentes, pero que están presentes en la vida cotidiana, las chácharas.
Ya con el material reunido, el artista los ensambla para así crear instalaciones -objets trouvés- en los que incluso su cuerpo participa como modelo para futuras fotografías. Los objetos entonces dejan de pertenecer al ámbito mundano para devenir en piezas que dialogan con la tradición artística. El artífice gusta de evocar y traer a colación la pintura, escultura y fotografía, tanto en las superficies, los acabados o en las sensaciones que producen.
Las instalaciones de Thorsten Brinkmann se inspiran en la tradición, en virtud de que refrescan el añejo género de la naturaleza muerta. Los objetos son acomodados, ensamblados y resignificados, a veces haciendo un guiño a la historia del arte, en otras con franco humor y lúdica intención. Desestabiliza la idea negativa sobre el concepto de “desecho” y a la vez critica el consumismo exacerbado de las sociedades desarrolladas, que con celeridad se deshacen de las cosas y que además no encuentran o carecen de la imaginación para dar un nuevo uso o un destino menos desafortunado a los objetos que crea su ansiedad desmedida.
Una de las líneas de trabajo de Brinkmann es el autorretrato, el cual se enfoca en explorar la combinación entre los distintos materiales, la luz y el momento en que realiza la fotografía. En este sentido, su trabajo amplía y pone al día dicho género, toda vez que el retrato pasa de ser un medio para afirmar la posición como creador del artífice, o bien como testimonio de su labor, a ser el motivo y protagonista, tanto intelectual como objetual de la obra, que combina al mismo tiempo la reformulación de las cosas materiales, al modo de Duchamp, así como la exploración de sí mismo como modelo y subject-matter, siguiendo a Durero o a Rembrandt.
Además de las autodramatizaciones fotográficas, su trabajo incluye piezas resultado de combinaciones entre objetos encontrados que sirven como tema para figuras escultóricas. Crea ready-mades esculturalmente compuestos, así como naturalezas muertas fotográficas que también hacen referencia a la historia del arte. En una nueva serie de trabajos combina esculturas ready-made con yesos realizados a partir del cuerpo del artista, algunas están confeccionadas con su ropa.
En la ambientación de exposiciones mixtas que es el caso de la que se presenta en este museo, Brinkmann sitúa las fotos y los objetos en el contexto de una instalación que suma tapetes, papel tapiz de diversos patrones, tableros chapados y otros tipos de mobiliario. Los visitantes están en la misma atmósfera que las figuras fotografiadas, y algunos de los materiales en ellas pueden encontrarse en la instalación misma.
En los últimos años, Thorsten Brinkmann ha adquirido una importante colección de objetos provenientes de la basura, los mercados de pulgas y las tiendas de segunda mano. Los detritos de nuestra civilización. Lo guarda todo en estanterías que llegan al techo en su estudio de Hamburgo, y se alimenta de ello para realizar sus dramatizaciones, esculturas, fotografías e instalaciones en las que también interviene el cine.
El punto de arranque conceptual para la exposición en el Museo Nacional de San Carlos, es la transportación de parte de la colección de Brinkmann de objetos y ropa a las salas permanentes del museo para fungir como instalación espacial y así establecer un puente con las obras ahí instaladas lo que permite al público dar otra lectura a la colección. Esta es una curaduría audaz y es así mismo una apuesta de los investigadores y curadores del recinto, por aportar al público mexicano la visión actual de un artista extranjero.
Con información del Instituto Goethe.