Por Raúl Mejía
Introducción
Hace un chorro de años (circa 1976/1987), cuando los teléfonos celulares eran unos tabiques del tamaño de un tabique estándar, sólo los muy ricos podían presumir la portabilidad y “carácter mueble” de ese aparato.
Apenas cruzamos al siguiente siglo, esos tabiques se convirtieron en receptores cada vez más pequeños con antenita, botoncitos y cositas así. Ya en este siglo, el milagro de contar con un teléfono es aburridamente cotidiano. Hoy, un teléfono fijo resulta hasta exótico; antes una casa o departamento que se rentaba con línea telefónica se cotizaba muy alto y conseguir una línea propia podía tomar años y a veces sexenios (aunque en la modalidad fast track todo era posible con una lana de por medio; lo normal pues).
Hoy, quien no tiene celular (y además, inteligente; más que el poseedor, claro) es una anomalía social.
Corte uno
¡Ay, la vida sigue! Contigo y sintigo.
Hace menos de quince años, el sector fifí ilustrado minoritario de la sociedad empezó a ocupar mesas en los cafés o bancas en los parques y abrían, con el clásico desparpajo de clase, un aparatejo llamado lector de libros o “e-reader”. Podían ser lectores aferrados o simples mamones, pero de que apantallaban, apantallaban.
Para los puristas, tradicionalistas y conservadores de la práctica lectora -entre quienes me contaba- aquello era un desacato. ¿Cómo prescindir del libro de papel, sentir la textura de sus hojas, el olor de la tinta cuando es nuevo y del olor a viejo cuando es viejo, del erótico placer de subrayarlos, poner notas o simplemente no mancillarlos con nada de lo mencionado?
Hasta la fecha, la lucha es fuerte, pero estamos en la etapa histórica conocida como “para todos hay” y los Kindle o sus similares (Kobo, Inkpad, Vipxic y otros) conviven en sana camaradería con las estéticas, orgullosas, aromáticas y preciadas ediciones en papel de Gredos, Anagrama, Siruela y otros sellos de alto abolengo (o de nulo pedorraje también).
Corte dos
Hace poco, en una animada charla, uno de los participantes ponderaba una película y por más esfuerzos que hacía (yo) no la ubicaba en ninguna de las plataformas a las que tengo acceso: Netflix, Prime y HBO Max. Es más: subrepticiamente consulté en mi iPhone 9 para estar seguro y nada. El tipo en el uso de la palabra -bastante ameno a la hora de hacer relatos escritos o hablados- nos tenía embelesados con sus juicios sumarios y lapidarios en materia de dirección, actuación, producción de la cinta que lo ocupaba y, al menos en mi caso, empecé a temer lo peor: que la hubiese visto en Mubi, esa plataforma sólo para nerds sofisticados, adictos al cine de autor y ciclos de directores de apellidos exóticos.
Como suele ocurrir en estos casos, uno está preparado para todo… bueno, casi para todo porque “en un momento dado”, alguien le preguntó en dónde había visto la cinta esa y el sujeto de marras nos espetó, impertérrito. Algo que nos dejó asombrados: “en el cine”.
¿Todavía funcionan los cines, esas salas en donde uno se sumerge en la fantasía con un kit básico de nachos con doble queso y un tinaco de Coca Cola (o cuando menos de Peksi)?
Sí, amigos y amigas. Esos inmuebles se niegan a morir. Siguen resollando. Apenas sobreviven, pero ahí están, heroicos y estoicos.
Fue de tal magnitud el daño que el fuckin Covid y las plataformas digitales le infligieron al cine tradicional, que resulta milagroso enterarse que, como las cucarachas, aún muevan una patita (me informan que Cinemex sí optó por decir “ahí se ven, cabrones” (al menos en Morelia).
Por un momento pensé que ese ritual tan retro de “ir al cine” ya casi era materia de la nostalgia y esencia de la melancolía. Cierto: aún hay trincheras que resisten, pero una vez inmersos en la pandemia perenne (porque así será) y con la memoria tan frágil -santo y seña del tiempo por venir- las generaciones futuras, las que pasan de año escolar sin asistir a clases con compañeros de carne y hueso y sin aprender algo de verdad esencial, escucharán relatos mágicos de las salas de cine. Cinema Paradiso Reloaded.
Eso provocó el Covid y el avance de nuevas formas de entretenimiento.
Corte tres
Un poco antes del virus trashumante se había llegado al acuerdo urbi et orbi, de que ninguna peli se estrenaría en las plataformas digitales hasta pasadas unas semanas en la pantalla gigante de los cines; luego, como suele ocurrir, algunos exclamaron “¡uy, que pinche miedo!” y desafiaron al sistema con un argumento que, en los siguientes meses, será la norma: “pos ni falta que nos hace estrenar en Cannes, Toronto, Berlín o en Los Angeles y mejor estrenamos en Netflix”.
Ante esa postura radical, juvenil y altanera, los defensores del ancien regime, contra atacaron con el poco poder que aún usufructúan: “pos si estrenan en plataformas digitales antes que en los cines y formatos aprobados por la iglesia, no podrán competir por los premios que de verdad dan prestigio y patentes de Corso, por ejemplo el Oscar ¿cómo la van desde ese punto de vista, cabroncitos?”
Muchos se preguntaron que pinches era eso de la patente de no sé qué y aceptaron no estrenar en Prime Video ni Netflix porque, lo que sea de cada quien, sí se asustaron.
Sólo deidades excéntricas como Werner Herzog se dan lujos, cumplen caprichos, estrenan en plataformas sofisticadas y les vale madres si ganan premios o no. Fue el caso de su espléndida cinta Family Romance, LLC.
Esta peli Incluso fue ofrecida gratis en su estreno mundial y -otra vez- “lo que sea de cada quien”, está bien linda la maldita cinta del buen Werner… creo debo aclarar: es una historia perturbadora que por ningún motivo deben dejar de verla. En serio. Se los digo desde la modestia de mi capacidad crítica cinematográfica.
Creo la pueden ver en Mubi.
Corte cuatro
Hoy, el realismo económico -ese factor que invariablemente se impone a la ideología y a los sueños libertarios- pone las cosas en su lugar. Tal como ocurrió con la radio, la prensa, los teléfonos, los dispositivos de lectura de libros en formato digital, los autos, la filosofía, la literatura, la amistad, el amor…todo pues.
El realismo económico anticipa que si las corporaciones cinematográficas, tal como las hemos conocido, pretenden seguir regulando algo, deben ser flexibles y dejar de hacerla de tos si una peli se estrena en plataformas de streaming antes que en las vetustas salas de cine. El “cine del mañana” (o sea el que se está haciendo desde ayer y funciona desde hoy) seguirá gozando de cabal salud, pero en formatos diferentes. Asumirse con pragmatismo en el nuevo escenario es la mejor medicina contra los sueños de equidad celestial… y está por verse si allá, en la estación celestial, funciona la equidad; fuentes dignas de todo crédito afirman que no.
Se necesitó una epidemia para que todas las certezas recularan y hoy, el cine vive la fase histórica referida líneas arriba y se conoce como “para todos hay”.
Corte cinco
Eso de planear ir al cine, seleccionar la hora de la función, saborear anticipadamente del sabor de las palomitas bañadas en mantequilla y entrar en trance hipnótico o místico con la proyección de una película, será una práctica de sectas periféricas (pero distinguidas).
¿Se han fijado que los discos de vinilo están de vuelta en presentaciones onerosas que requieren de tornamesas de alta calidad? Para todos hay, aunque sea en pequeña escala. Esas pequeñas escalas, por supuesto, se pagan caro, pero siempre habrá quien pague por ello, quien mantenga vivo y retozón el mercado de los acetatos y formatos disqueros de otra era histórica.
Igual con quienes leen libros, ya sea en papel o en sus Kindle.
En el rubro libresco, las cosas lucen parejas y no hay forma de ponerse de acuerdo porque los argumentos de ambos ejércitos son imbatibles.
Al final, el realismo se impondrá (no tan severamente como en el caso del cine) y el mercado de los libros en papel será marginal -pero rentable.
Yo fui de esos escandalosos críticos de los lectores de libros electrónicos y graznaba improperios silenciosos contra esos mamucas que sacaban sus Kindle a la menor provocación (o sin ella). ¡Es tan bonito sentir el papel, las texturas, tipografía y olor de los libros en papel!
Luego, el macanudo realismo que tanto he mencionado me hizo volver la mirada a los mamucas de los Kobo o Kindle y me dije: “Me sale carísimo comprar mi cuota mensual de libros en papel y se trata sólo de eso: leer, no sufrir más de lo humanamente razonable. Me sale más barato hacerlo en esos aparatejos”.
Y me compré uno.
No me arrepiento.
Hace casi tres años no compro un libro en papiro.
Mi Kindle cuenta con prestaciones y opciones que un libro en papel no ofrece y nunca ofrecerá. No extraño los libros normales y dejé de acumularlos.
Otra ventaja, pero ésta en el ámbito de la vanidad: uno puede publicar y lanzar al mundo sus impertinencias a través de la autopublicación.
¡Sí!
Por fin, cualquier pelagatos, pobre diablo o escritorzuelo de a peso, puede poner al alcance de todo el universo sus burradas y cobrar por ello.
Yo soy de esa estirpe.
Tengo dos ejemplares en ese mundo, en ese océano de grandes peces y modestos charales que es la venta de libros a nivel ecuménico. Si se animan, denle click a estos títulos y sabrán de qué se trata. Si les parece interesante mi oferta, sean generosos y compren un ejemplar. Los títulos son:
Ni se molesten, conozco la salida
Corte seis
¡Ay oiga, esto parece imparable, incontenible!
En efecto: no se detendrá.
Uno recuerda los puestos de periódicos (sobre todo los domingos) con sus montones de ejemplares de La Jornada, Reforma, El País o Milenio que se agotaban en cosa de horas. Hoy, si encuentra veinte ejemplares de cada diario es mucho.
Leer periódicos en la actualidad es una práctica ajena el romanticismo de antaño y eso metió en una crisis severa a la industria de la información.
¿Desaparecerán los diarios? No.
¿Las salas de cine? No.
¿Los libros en papel? No.
No en el mediano plazo (tampoco se emocionen).
Todo será posible en el mediano plazo, luego nadie puede vaticinar nada porque ya lo prescribió un economista que está siendo revalorado en la actualidad gracias a lecturas delirantes que de su obra hacen algunos líderes del mundo. Me refiero al señor Keynes.
John Maynard Keynes.
Su frase lapidaria: “en el largo plazo, todos estaremos muertos”.
Mientras, que cada chango agarre su mecate. ¿Odia los libros electrónicos? Pague tres veces más y siga feliz leyendo libros en papel; ¿está seguro que el cine sólo se disfruta en el cine? Pues vaya al cine mientras haya salas para ello; ¿ama leer en el café el Reforma (o La Jornada) y extender esos metros cuadrados de papiro en la banca del parque o la mesa de su casa? Pues hágalo y sea inmensamente feliz -tanto como quienes leen esos diarios en la pantalla de una compu, una tablet o el teléfono.
The end
¡Ay, oiga! ¿a dónde vamos a parar?
Ni idea.
Lo que sí sé y les informo, es que opté por cancelar mi suscripción a Mubi. No cotizo en la sofisticación cinematográfica.
Lo mío lo mío, es el entretenimiento.
IMAGEN: noalsilencio/Flickr
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