La cámara se acerca lo más posible a rostros arrugados, labios partidos, ojos cansados y dientes disparejos, nada blancos. Son las caras de hombres viejos que alguna vez interpretaron el cardenche, un tipo de canto surgido en pleno siglo XIX en los campos de algodón al norte de México.
Estrenado en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos el año pasado, A morir a los desiertos, de Marta Ferrer forma parte de la gira de documentales Ambulante y recientemente se alzó con el máximo galardón de su especialidad en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse.
El tratamiento que le da a su filme se acerca más a la crónica rural que a la documentación histórica, aquí no hacen falta datos estadísticos porque son las mujeres y los hombres de la Comarca Lagunera quienes recuerdan, o no, la época dorada del cardenche.
Hay a quienes la memoria les alcanza no solo para rememorar aquellos tiempos, sino para volver a cantar con ese estilo que no necesita instrumento alguno más que la armonía de las voces. A otros, en cambio, el ánimo ya se les cayó, prefieren no mencionar nada, “es que no me salen las palabras”, le dice un hombre a su mujer, decepcionada porque él se silencie ante la cámara.
La directora ya había sorprendido con El Varal (2009) premiado y aplaudido en Morelia, pero este regreso al México del campo contiene valores de producción más destacados, una fotografía impecable y un diseño sonoro que le hace justicia a las voces cardencheras traídas por los habitantes de Sapioriz, en Durango.
Los cantos son tristes, melancólicos, hablan de abandono, de soledad y decepciones, un espectro oscuro que sin embargo no se compara con la parte última del documental, en la que vemos ese abrupto cambio generacional donde los campos de algodón y lo que ahí se interpretaba son cosa del pasado: han sido relevados por una deprimente industria manufacturera que esclaviza a hombres y mujeres, quienes habrán de pasar jornadas de ocho o más horas ensamblando botones a miles de jeans que irán a tiendas y mercados, un capitalismo salvaje al que cualquier canto cardenche le importa un carajo.