Alas de libertad (Bird people, 2014) es el cuarto largometraje que firma la cineasta parisina Pascale Ferran desde su debut hace veinte años con el drama Pequeños arreglos con los muertos (Petits arrangements avec les morts, 1994), con el cual obtuvo la Cámara de Oro, reconocimiento que se otorga en Cannes al mejor primer largometraje presentado en competencia.
Su más reciente trabajo también formó parte del festival francés, ahora en la sección paralela Un Certain Regard. En México inició su recorrido desde junio con algunas pocas copias, restringida al circuito de arte de las principales exhibidoras nacionales.
La propuesta de Pascale Ferran (ella misma coescribió el guion), es una especie de drama fantástico que se desarrolla en los alrededores del aeropuerto Charles de Gaulle de París, particularmente en el Hotel Hilton que colinda con la citada terminal aérea. En ese lugar convergen las vidas de dos personas que en apariencia son diametralmente opuestas: por un lado está Gary, un adinerado ejecutivo estadounidense, casado y padre de familia; mientras que Audrey es una joven francesa que trabaja como camarera para costear sus estudios.
Ambos están hartos de la monotonía de su vida. Él piensa abandonar su lucrativo empleo, a su familia e hijos para comenzar de nuevo. En tanto que ella, agobiada por el trabajo y las presiones familiares desea escapar de la realidad, para literalmente volar como las aves.
Alas de libertad destaca de inicio por su inusual estructura. Tras un prólogo de diez minutos en el que escuchamos todo lo que piensan los pasajeros de un tren, nos situamos finalmente en las instalaciones del hotel a partir de dos visiones diferentes: la del huésped y la del empleado.
En ese momento la película se parte en dos para mostrarnos la crisis que enfrentan los protagonistas, interpretados por el actor Josh Charles (bien conocido por su trabajo en series de televisión como The good wife), así como por la estupenda Anaïs Demoustier (a quien recién vimos de pelirroja en Una nueva amiga de François Ozon).
Ferran hace uso de varios artilugios narrativos para dar continuos, inexplicables y arriesgados giros a un relato que por momentos parece decantarse hacia el drama realista (las largas jornadas de trabajo que no sirven siquiera para tener un espacio decente donde dormir), pero que al final termina en algo completamente distinto. Sorprenden la utilización de un narrador en off que aparece en una sola escena, y por supuesto, la sorpresiva metamorfosis de la bella camarera, con largas secuencias aéreas no exentas de cierto humor y hasta con música de David Bowie.
La atmósfera particular que se crea en un lugar de tránsito tan importante como el aeropuerto parisino, sirve de marco para resaltar la soledad de ambos personajes, ambos fumadores empedernidos que buscan los resquicios de las ventanas para exhalar el humo de sus cigarrillos. La cinta retrata también la paradoja tecnológica actual, en donde la comunicación instantánea ha modificado sustancialmente la forma en como nos relacionamos con los demás (el largo y doloroso rompimiento de Gary por Skype). Pero también ofrece una visión más cándida y fantasiosa por parte del personaje femenino (su obsesión con los detalles, así como sus marcadas inclinaciones voyeristas).
Alas de libertad es una película irregular, indefinible y por momentos desconcertante. Pero el uso y posterior abandono de elementos narrativos, de su paso sin avisar del realismo crudo a la fantasía de cuento de hadas moderno, nos hacen entender que la obra de Ferran opera bajo sus propias reglas sin importarle demasiado la lógica. Consigue crear una atmósfera adecuada para el desarrollo de sus personajes, a pesar de no brindar prácticamente ninguna información sobre su pasado. Guste o no, debemos reconocer que la directora se atreve a expandir los límites de un relato que puede llegar a ser conmovedor y en el mejor de los casos, dejar una impresión duradera en el espectador.