Uno de los críticos y teóricos más importantes de cine, André Bazin (1918-1958) comentaba en sus celebrados textos que se conocen como ‘La política de los autores’, que los factores personales en la creación artística se vuelven referentes estandarizados, que los espectadores asumimos que continuaremos y progresaran de una película a otra. Teniendo en cuenta este factor personal, cuya evolución había sido clara en los filmes de Amat Escalante, el último de ellos, Perdidos en la noche, marca una gran distancia personal (y a la vez no) entre su primer trabajo, Sangre (2005), Los bastardos (2008), Heli (2013) y La región salvaje (2016).
La historia, que en principio tiene una gran distancia de los universos Escalantianos, marca la primera desviación de sus diégesis anteriores. Ahora estamos frente un protagonista constante en filmes como Los bastardos, Heli y Perdidos en la noche: un hombre joven de Guanajuato que pertenece a una clase trabajadora minorizada, con una desesperante búsqueda, en este caso, la de su madre desaparecida por haberse enfrentado a la instalación de una mina canadiense.
También somos espectadores de otra constante, o referente estandarizado en palabras de Bazin: el campo guanajuatense. Uno más, de Heli a la fecha: la presencia de fuerzas policiales cuya injerencia siempre está en duda o su fuerza siempre es superior y por tanto, deviene en abusos o corrupción. Otro más, de los que más duelen: las consecuencias de la violencia gangrenada que padece México desde hace décadas.
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Sin embargo, en esta nueva película se presentan rasgos que comenzaban a separarse de alguna manera de este conductor estético y narrativo: si en La región salvaje Escalante comenzó a explorar con alejarse del ‘realismo’ y explorar lo ‘fantástico’, en Perdidos en la noche vuelve al realismo de Guanajuato, la sequedad, la vida junto a la presa, pero establece el mundo en una casa donde vive una pareja de socioeconómicamente privilegiados: una chica influencer autolesiva, su pequeña hermanita que nadie, ni siquiera el guion le da importancia; una actriz venida a menos y un artista contemporáneo que es tan famoso como millonario.
Independientemente de la capacidad o incapacidad actoral, del miscast y del preciosismo cinematográfico, Perdidos en la noche basa su relato en irregularidades narrativas propias de un filme de Michel Franco o David Zonana, lo cual se vuelve una extrañeza para Escalante. Tan cuestionable es que se pierda la desesperación de la búsqueda por hacerse integral en una familia tan ‘disfuncional’ como millonaria, como lo es la plasticidad del argumento de cómo llegaron ahí, cómo se hicieron del espacio y cómo fue que (spoiler) contribuyeron esta pareja de famosos millonarios a que la madre de Emiliano (el protagonista e hijo de la desaparecida) fuera eliminada sin darse cuenta de las fuerzas extralimitadas del Estado.
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Una escena (spoiler) particularmente lo resume: Rigoberto, el artista que hizo obra a partir de un cuerpo extraído del SEMEFO (a lo Joel Peter Witkin), confiesa con una cámara GoPro escondida, a bordo de una lancha en la presa La Purísima, que él pidió a las autoridades que ayudaran a desaparecer a la madre de Emiliano sin que fuera consciente de las consecuencias (claro, porque en México, ¿quién realmente lo es?) y se fuera de bruces a su culpa judeocristiana que se separa por completo de su discurso artístico rompeparadigmas, para pedirle a Emiliano (obra videográfica de pormedio) que haga con él lo que quiera (dixit).
Las consecuencias de esto, que se derivan como las lanchas que cruzan una y otra vez La purísima y la última cuarta parte del filme, siguen pisando más las aguas pantanosas de la incredulidad, además de hincar sus codos más en el thriller que lo que había sido un drama sinsaboro y pococoloro. Amat, desafortunadamente y alejado de su talento muy bien probado, se pierde en su propio relato y resuelve con un probable guiño a Lars Von Trier, pero también con unos urgidísimos créditos finales que se esperaban desde que comenzaron los últimos 30 minutos.
Si decía Hitchcock que una ‘escena refrigerador’ (icebox scene) es aquella que no cuestionas lógicamente mientras ves el filme, sino que lo haces cuando vuelves a casa, abres el refrigerador para comer algo y en ese momento te lo preguntas, lo mismo sucede con Perdidos en la noche. Sin embargo, para beneficiar la duda en la historia filmográfica de Escalante, será preferible que este filme sea su Jackie Brown o su Australia.
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En la misma línea que traza André Bazin, donde los factores personales se van acumulando y hacen que los espectadores creamos la suma de la filmografía enlazando estos factores entre un filme y otro, el mismo Bazin menciona que pueden existir filmes que se alejarán de la estampa personal del autor, pero que serán sistemáticamente considerados menores. Y este es justamente el caso.