Muchos raperos mexicanos se aferran al underground y no es que eso sea malo, al fin y al cabo son congruentes con su discurso, pero siempre me he preguntado hasta qué punto ser underground es más una pose que una convicción.
Por Jorge A. Amaral
Algo me pasa con el rap mexicano que no aguanto mucho tiempo escuchándolo (salvo contadas y muy honrosas excepciones) y no es malinchismo ni mucho menos; al contrario, qué bueno que haya MCs y DJs que hagan cosas acá, de este lado, rapeando en nuestro idioma, sobre nuestros problemas sociales, nuestros malestares y formas de vivir pero, ¿y luego? Mi problema es que tiendo a ser demasiado purista en lo que a rap se refiere, y el hecho de que el género y todo lo referente a él me interese, no significa que me guste cualquier cosa que caiga a mis oídos.
Muchos raperos mexicanos, si no es que la gran mayoría, se aferran al underground y no es que eso sea malo, al fin y al cabo son congruentes con su discurso, pero siempre me he preguntado hasta qué punto ser underground es más una pose que una convicción, o hasta dónde mantenerse en la subcultura (contracultura es una palabrota que prefiero no utilizar) es una forma de ser contestatario y muy rebelde y hasta dónde no queda otra más que mantenerse en los circuitos locales, si es que los hay, afortunados los de ciudades del norte del país, o Guadalajara o el De-Efe, donde por sus dimensiones y su multiculturalismo sí es posible hablar de una escena local del hip hop.
Hace tiempo, un amigo me pasó un MP3 con discos de Bocafloja, ese rapero capitalino zapatista y socialista. Me dijo “te lo regalo, a mí no me gustó, es muy pretencioso, como de intelectual norteado”. Música bien producida, letras inteligentes con destellos intelectuales, sumamente crítico y politizado, tanto que por momentos podría ser considerado el Chuck D nopalero. Pero después de escuchar de refilón tres o cuatro discos aquello se vuelve cansado porque siempre es el mismo tema: socialismo, zapatismo, consciencia de clase, no a los medios masivos de comunicación, el rap norteamericano (si no es The Roots) apesta. Y recordé cuando, años atrás, alguien me pasó un disco de una crew moreliana, el flow del Valle de Guayangareo se anunciaba en cada canción. Una producción bastante rudimentaria, un DJ que parecía no saber utilizar la tornamesa, voces sin mayor chiste, un flow de principiantes y letras que durante todo el disco me hicieron sentir como en un mitin de normalistas, y es que su líder estudiaba en la ENUF. “Chafa” es la palabra que estaba buscando.
Así es que he escuchado crews mexicanas y terminan por aburrirme, y es que suelen irse a cualquiera de los dos extremos: o sumamente chairos como Bocafloja y similares o jodidamente rancholos como los –creo que– michoacanos radicados en Los Ángeles de Kinto Sol. Claro que hay dos o tres que se mantienen en medio y no se avergüenzan de en verdad ser de barrios bravos, ser cholos expulsados por la Migra que siguen haciendo rap en México, tal es el caso de ese combo de MCs morelianos que es Kártel Purépecha, directo de la colonia Solidaridad. Y hay crews que se han mantenido fieles a un concepto sin pelearse contra la idea de salir en la tele o sonar en la radio, como Caballeros del Plan o Niña Dioz (excelentes, por cierto), de Monterrey. De Cártel de Santa no hablamos, basta decir que prometían, hicieron un par de buenos discos pero después se aferraron a la fórmula y no hay poder humano que los salve del olvido.
Y es que sucede que al escuchar a gente como A Tribe Called Quest, KRS-One, Public Enemy, Digable Planets, Guru, N.W.A., WC, Boo Yaa Tribe, The Notorious B.I.G. o Dr. Dre, en realidad no me interesa tanto escuchar rap mexicano, lo prefiero en toda su pureza y con todas sus aristas, del gangsta rap de mediados de los 90 al jazz rap, el Miami bass, el G-funk, el rap core (Boo Yaa Tribe, Ice-T y Cypress Hill tienen cosas increíbles), el chicano rap y todos los subgéneros que a lo largo de los años han ido surgiendo, y no me sentiré menos “cool” por escuchar “Fuck tha police” a todo volumen, pero tampoco significa que escucharé al naco de Lil Wayne o al payaso de Eminem pues, como dijera La Tuta, ni los dedos de la mano son parejos.
En fin, es tanto el rap de excelente calidad que hay, que en realidad no tengo tiempo para escuchar a quienes no se quieren dejar oír para no traicionar esa idea hipster de “si es conocido, es malo”, y es que no sé hasta qué grado dicen que son underground para justificar que siguen en el circuito vecinal. Y bueno, ya para concluir, el otro día, el director de una revista se preguntaba cómo es que todos quieren entrevistar a Calle 13 y nadie busca a McKlopedia, Siete Nueve o Bocafloja; la respuesta es más que obvia: nadie los conoce mediáticamente, sólo son celebridades subterráneas.